La carrera por la Casa de Nariño, que culminará el 7 de agosto de 2026, se perfila como una de las más inciertas y apasionantes de nuestra historia reciente. Escenarios, hipótesis, alianzas y traiciones se entrecruzan en un torbellino que no permite pronósticos definitivos. Sin embargo, en medio de tanta niebla, hay una certeza: aún faltan cartas decisivas por destapar. La principal, sin duda, es el nombre que el Centro Democrático inscribirá como su candidata presidencial.
De cinco precandidatos iniciales, hoy quedan tres mujeres excepcionales. Pero cuando el partido de Álvaro Uribe cierre su proceso interno, el apellido que acompañe al elegido será, inevitablemente, “la de Uribe”. Esa etiqueta, para bien o para mal, sigue siendo el activo político más potente del país. Quien goce de ella tendrá, de entrada, el respaldo irrestricto del uribismo puro y duro, pero también la responsabilidad de ampliar el espectro hacia el centro y la centroderecha, e incluso atraer a sectores de izquierda moderada que comparten un objetivo común: rescatar la estabilidad democrática.
En ese desafío titánico, Paloma Valencia emerge como la opción más sólida y estratégica.
No es un elogio de circunstancia. Es un reconocimiento objetivo a una trayectoria legislativa sobresaliente que pocos pueden exhibir con tanta contundencia. Tres períodos consecutivos en el Senado avalan su capacidad: autora de 9 proyectos de ley y coautora de 47 entre 2018 y 2022; tres de ellos convertidos en ley de la República.
Entre sus victorias legislativas destaca la Ley de la Panela, que no solo incentiva la calidad y comercialización de este producto emblemático, sino que formaliza miles de trapiches tradicionales y dignifica la vida de productores rurales en regiones olvidadas.
Pero su legado va más allá de la producción normativa. Paloma logró crear salas especializadas para miembros de la Fuerza Pública en la JEP, eliminó artículos que ponían en desventaja a nuestros militares y bloqueó en dos ocasiones la amenaza de expropiación exprés de tierras. Ha sido, además, una de las voces más firmes en los debates de control político, defendiendo sin titubeos la institucionalidad y la seguridad democrática.
Esa combinación de coraje, preparación técnica y capacidad de tender puentes la convierte en la única precandidata capaz de aglutinar consensos amplios sin renunciar a los principios que el país necesita recuperar: autoridad democrática, respeto a la propiedad privada, defensa irrestricta de la Fuerza Pública y reactivación económica con sentido social.
Ha llegado la hora de Paloma Valencia. Este es su tercer intento por liderar la bandera del Centro Democrático y, muy probablemente, el momento histórico en que Colombia más la necesita al frente. La tercera es la vencida.
Pd. Urge, eso sí, una reflexión colectiva: marzo de 2026 no puede ser solo una elección legislativa. Debe ser también el escenario de una gran consulta interpartidista de centro, centroderecha y derecha democrática —con participación abierta de sectores moderados de otros espectros— que elija un candidato de unidad real para primera vuelta. Solo así tendremos la fuerza suficiente para librar y ganar la madre de todas las batallas democráticas.
Porque dividir el voto en 2026 no es una opción. Es una rendición anticipada.
2025-12-08
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