Reinor es a Gilles Bourdos como Lincoln es a Steven Spielberg. Por Milena Andrea Serna

Esta vez rompo un poco el paradigma, cambio de sala, para  recomendar echarle  un vistazo a la programación que nos ofrece “El Festival de Cine Francés”, que cumple su 12 aniversario, que tiene aún más relevancia en los amantes del cine.

Una de sus proyecciones es Renoir, del  director Gilles Bourdos, un interesante film sobre la última etapa de la vida del “pintor de la alegría” dedicado y eufórico que nos adentra en uno de los periodos más importantes del arte del siglo XX. Así como lo hizo Steven Spielberg con Lincoln relatando los  últimos meses de mandato del decimosexto presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln.

Una maravilla de cinta, se mire por donde se mire que a mi parecer le faltan varias cosas: la primera, es que habría sido interesante que el director se hubiera adentrado más en la vida de ese Jena Renoir cineasta que conocemos, la segunda, dar más o menos protagonismo a Coco Renoir, el niño que aparece al principio, sin tener que fulminarlo de repente, pasando de parecer a tener importancia a ser una mera sombra.

Y si digo maravilla porque casi cada plano que aparece en la cinta es un auténtico lienzo. La fotografía que posee es extraordinaria, es casi poética. Tiene algo peculiar con respecto a la sensibilidad que trasmite y la sensación de realismo pero al mismo tiempo, tiene ese carácter de abstracción.

Posee esa naturaleza casi onírica, hace que podamos sentir la brisa de los árboles, las texturas de los vestidos, la suavidad de la piel de su musa. “Renoir” transciende en el espectador más desde lo visual que desde lo argumental, esto se lo debemos al cuidado estético que tuvo el director de fotografía que nos invita a zambullirnos dentro de las pinturas impresionistas, en los paisajes y en los cuerpos. Estéticamente tiene un buen  nivel o mayor que muchas películas de Hollywood.

Visualizar “Renoir” es contemplar en constancia de los paisajes frondosos de la bella Francia de 1915, en lo que el director ha querido transmitir paz, serenidad y silencio durante el metraje. Como si ese lugar se hubiese desentendido completamente de lo que estaba sucediendo en aquel país. Únicamente la conciencia de los protagonistas en la que nos hace ver la realidad, la que viven, en la que se sienten afortunados pero desgraciados a su vez.

Otro de los aspectos que me encantó es la forma en la que los protagonistas trasmiten sus sentimientos, que con una mera expresión facial o una postura ya es capaz de decirnos más de lo es capaz cualquier palabra. Incluso los lienzos que dibuja el propio Auguste Renoir parece decirnos lo que sienten en cada momento.

El realismo mágico irrumpe en los primeros minutos del film con la aparición de Andrée en la casa de los Renoir. La aceptación del elemento fantástico es inherente al género mismo, de ahí que nadie cuestione lo sobrenatural y lo acepte como parte del orden natural de las cosas.

Andrée es, en esencia, una presencia casi fantástica, puesta justamente para quebrar con la aparente armonía, para encarnar y sacar a la luz los conflictos no resueltos. Y como es característico del género, el punto de vista irá mutando, lo que nos permite conocer a los demás integrantes del hogar.

También me gustó mucho esa relación  padre-hijo, la cual es de mutuo respeto, en la que existe una especie de tabú o forma de evitar de lo que no les gusta, ya sea por vergüenza a decirse el uno al otro sus errores o simplemente por evitar hablar del asunto en cuestión.

Sería casi una deshonra por mi parte no hacer mención a la extraordinaria composición musical de Alexandre Desplat (El discurso del Rey, 2010), quien como buen maestro, entonó las melodías adecuadas para ambientarnos en una atmosfera tranquila, bella en la que el paisaje domina y te acaba devorando.

Sin embargo, argumentalmente le falta. El conflicto tarda en llegar, confiriéndole a la trama una cualidad un tanto estática y aletargando el ritmo, lo que acaso se corresponde con este manto pictórico que invade el film. Durante los primeros 45 minutos es difícil comprender realmente a dónde va la historia por la falta de tensión.

Otro problema es que a pesar de ser extremadamente meticulosa en cuanto a la estética y contar con una lograda actuación, el film no termina de saciarnos en cuanto al aspecto biográfico del pintor, porque se distrae: con la llegada de su nueva modelo, con demasiadas escenas de la enfermedad del artista, o algunas que no aportan mucho en las que aparece su hijo menor y las mujeres que trabajan en la casa.

Quizá si el director Bourdos no se hubiese detenido en estas escenas de tanta intrascendencia, habría podido ahondar en la vida del pintor, o en la carrera cinematográfica de su hijo: un director que  sería clave para el cine universal.

La sensación de estar adentro de un cuadro de Renoir con esa descripción tan natural que  muchos exploramos en clase de historia del arte (árboles, mármoles, lagos, mujeres desnudas), el estar inmersos en ese mundo y suspendidos en la quietud que parece no terminar, y no podemos hacer otra cosa más que admirar tanta belleza. O no. Porque la belleza (la de esta película, la del impresionismo), después de todo, está en el ojo y en la paciencia del espectador.

Finalmente les queda la invitación es asistir a las proyecciones del Festival de cine Francés que va hasta el 27 de octubre y que juega un papel importante en la promoción de una oferta cultural diversa para los amantes del cine, transportándonos a un viaje fuera de las sendas trilladas de la cultura globalizada para adentrarnos en la explotación de mundos nacidos de la imaginación y el talento de muchos autores.

2013-10-17

Publicado por:
SoloDuque

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