Como dice el dicho, “no te lo puedo creer”. Algún día de cuya fecha no quiero acordarme, recibí un correo electrónico con una nota adjunta en la que dos amigos me pedían el favor de revisarles un texto, corregirlo y a la vez analizar unas preguntas que ellos pretendían aplicar en una encuesta. Recuerdo que era un sábado caluroso; descargué el texto y me dispuse a revisarlo. ¡Vaya sorpresa! Qué ortografía, qué redacción y qué preguntas tan mal formuladas. Discretamente les pregunté si ellos habían escrito el texto y me respondieron que sí, que se los habían solicitado para un proyecto de investigación en la universidad donde laboraban.
Les devolví el texto corregido y mi preocupación crecía enormemente, ya no tanto por el texto sino por mis amigos, ambos tienen doctorado y, supuestamente, son eminentes profesores universitarios. Cuando creí haber visto y vivido todo, hace pocos días me ocurrió algo similar; llegó a mi oficina un destacado profesor, igualmente con título de doctor y credenciales de investigador, me compartió un escrito para que se lo leyera y conceptualizara. Esta vez no fue la ortografía ni la redacción del texto lo que llamó mi atención, sino lo complicados y poco legibles que se hacían los párrafos, eran tan técnicos e incomprensibles que ni leyéndolos varias veces se encontraba uno con la idea general. Me da por pensar que esto no es cuestión de títulos. Los títulos están sepultando el conocimiento.
Fisgoneando libros, revistas y periódicos, leí un artículo donde se cuestionaban los posgrados que se ofrecen en diferentes universidades, todo apunta a que existe un comercio del conocimiento donde todo se mercadea sin importar la calidad de los graduados. Actualmente hay mucho profesional con posgrados, pero con poco conocimiento acerca del área en que se graduaron. En ese comercio intelectual lo preocupante es pensar en qué hacer con tanta gente titulada, pero sin conocimientos, unas hojas de vida rimbombantes que uno alcanza a imaginar estar al lado de un genio; pero la realidad es otra, los títulos están suplantando el conocimiento. Yo entiendo que carecer de títulos hace imposible conseguir un buen empleo, de ahí que muchos estudian no por saber sino por tener una mejor posibilidad laboral. Seguí indagando acerca del tema y me doy cuenta de que este mal no es solo en América Latina sino en el mundo entero.
Acabo de leer “El Código de las Mentes Extraordinarias”, un libro maravilloso de Vishen Lakhiani, nacido en Malasia y trasladado, de niño, a los Estados Unidos de Norteamérica. En el libro en mención queda claro que a futuro los títulos universitarios serán insulsos, es decir, carecerán de todo valor y sentido; las personas las contratarán en las empresas por sus habilidades, capacidades o destrezas, no por sus graduaciones. Ese comercio académico que ronda hoy en muchas partes del mundo será desmontado y con él muchas trampas y telarañas en las que envuelven hoy a la juventud para que gasten y gasten dinero adornando sus hojas de vida con títulos y títulos que poco o nada servirán a futuro. Mi padre no tuvo títulos fue un campesino, arriero y comerciante que sacó adelante una familia numerosa, ¡ah!, nunca utilizó una calculadora para hacer cuentas, las hacía en su cabeza.
Ni los medios de comunicación, ni el gobierno, tampoco las instituciones educativas le dieron relevancia, hace pocos días, a un asunto crucial, algo de suma gravedad, resulta que los índices de lectura en todo el departamento de Antioquia han bajado ostensiblemente, los estudiantes no comprenden lo que leen, en pocas palabras no saben leer. En manos de quién o quienes estamos los ciudadanos, estos jóvenes que no saben leer serán los futuros médicos, abogados, ingenieros, en fin… El conocimiento está en los libros, pero, para extraer esa “vitamina sé”, llamada conciencia intelectual, se debe leer, saber leer. Decían nuestros ancestros que el ejemplo arrastra, no se trata de cantaleta va y cantaleta viene, no, el ejemplo es lo mejor, lo digo porque algunos profesores, por no decir muchos, no leen, ¿cómo puede un profesor motivar a sus estudiantes en algo que él no hace?, igual ocurre con los padres de familia.
Hace ya bastantes años me he preguntado qué hacer cuándo toda la población esté graduada, o mejor titulada. He sido testigo ocular que las bibliotecas universitarias están invadidas de tesis de grado y artículos indexados que nadie lee, las bibliotecas se convierten en cementerios de tesis de grados, artículos y proyectos de investigación que nadie lee. Mi pregunta es, ¿para qué nos ponen a escribir eso si los profesores y la misma institución saben que nadie lo leerá? Yo insisto, no todos los libros que se venden en las ferias del libro son leídos, no, muchos de ellos son utilizados para decorar bibliotecas y otros aún no los han desempacado, permanecen en las bolsas originales; los índices de lectura de una ciudad no deben calcularse por la venta de libros, sino por los libros leídos. Si no leemos para qué títulos; preocupado, muy preocupado…
“Aprender a leer es encender un fuego, cada sílaba que se deletrea es una chispa”.
Víctor Hugo (1802-1885). Poeta, novelista y dramaturgo francés.
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