Opinión

El ocaso de los pasatiempos

Hace 15 años, Byung Chul Han, nuestro filósofo coreano de cabecera, nos lo advirtió en su texto “La Sociedad del Cansancio” y, por si ya se nos había olvidado para entonces, en 2023 nos repitió la lección cuando publicó su elogio a la inactividad con “Vida Contemplativa”. Estamos inmersos en lo que Han bautizó como “la sociedad del rendimiento”, una dinámica global en la que millones de datos se captan por segundo y, por lo mismo, toda acción humana puede parametrizarse en busca de su optimización y, por qué no, su rentabilización. Es justamente por esta necesidad invisible de extraer hasta el último peso de nuestro tiempo que todo empieza a torcerse.

Con una frecuencia progresivamente más alarmante, y con una mucho mayor prevalencia entre la población joven, cada vez es más difícil ver a la gente haciendo cosas por el mero divertimento de hacerlas sin que éstas estén vinculadas forzosamente con la obtención de algún rendimiento económico o su exhibición en redes sociales. Así pues, hoy cualquier buena fotografía o dibujo bonito que se logre parecería perder sentido si no se sube a Instagram, algún acorde de guitarra interesante que se toque sólo encontrará su realización si se graba para YouTube y ni qué decir en general del baile con su patente más que obligatoria vía TikTok.

Nuestra inagotable ansiedad moderna por hacer de nuestro tiempo libre algo productivo, donde tras haber caído en el sofisma del rendimiento por “productividad” debemos entender “monetización”, está acorralando hacia la extinción a los pasatiempos, aquellas actividades sin ningún objetivo ulterior, en las que ni siquiera tienes que ser bueno, ni falta hace esperar serlo, y que se llevan a cabo por el mero goce que nos genera su práctica. Hoy en día emplear nuestros preciados minutos en algo con estas características se ve como intrínsecamente ocioso y es justo allí donde radica su fuerza subversiva, en la oposición descarada a la tiranía de la utilidad y en el valor de ir a contracorriente dotando a la actividad de una finalidad en sí misma.

Aunque los adultos tiendan a amargarse conforme envejecen, debemos recordar que los seres humanos, como bien lo explicaría Johan Huizinga, nuestro filósofo holandés de cabecera, somos “Homo Ludens”, es decir, animales que necesitamos del juego para nuestro pleno desarrollo cultural. Aquel componente lúdico es por definición autoconclusivo y es por ello que la profesionalización de nuestros pasatiempos, bien sea convirtiéndolos en nuestro trabajo, en una fuente alternativa de ingresos o en una mera excusa para agregar otra capa de competitividad a nuestra vida social, les despoja de su indispensable vaciedad teleológica. En otras palabras, cuando el juego se pone serio deja de ser juego y, en consecuencia, su naturaleza lúdica se corrompe indefectiblemente.

Nuestra sobreexposición en redes sociales y su inevitable permeabilización de varios aspectos cotidianos ha trastocado muchas cosas, siendo el ocaso de los pasatiempos posiblemente una de las más evidentes y de las que menos se habla. Ojalá podamos recuperar la libertad que acarrea la propia levedad de nuestro actuar y entendamos que no todo debe rentabilizarse.

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Minuto30.com

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