Capítulo 6. Historias de infancia: sabores, costumbres y tragedias en Uramita

La infancia en Uramita estaba llena de sabores, rutinas familiares y experiencias que nos forjaban el carácter desde pequeños. En este capítulo quiero compartir algunos de esos recuerdos que aún viven en la memoria de muchos, desde los deliciosos churros de mi madre hasta la tragedia que marcó al pueblo con la muerte de doña Mela.

Los churros de mi madre

En Uramita aún hay quienes recuerdan con nostalgia los churros que hacía mi madre Rosangela. Se paraba en la puerta de nuestra cafetería y panadería El Antojo (hoy la panadería de Chapulín) para freírlos y venderlos, y muchas veces no daba abasto. El aroma dulce y tentador se esparcía por las calles y atraía a niños y adultos por igual. Era común ver una fila de clientes esperando con ansias, mientras ella, con la destreza que dan los años de experiencia, preparaba cada churro con mucho amor.

Las mañanas en casa: disciplina y madrugadas

La rutina en nuestra casa empezaba antes del amanecer. Mi padre nos levantaba a todos a la madrugada, y como compartíamos un solo baño, el orden y la rapidez eran esenciales. No había tiempo para pereza: cada uno tenía una tarea asignada antes de salir corriendo a la escuela. Éramos ocho hermanos, pero casi siempre había algún huésped más en casa, así que la organización era clave.

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Camino a la escuela, el recorrido se convertía en un paseo. En el trayecto nos encontrábamos con otros compañeros y juntos hacíamos el recorrido entre risas, juegos y alguna que otra travesura.

El solar y el gimnasio improvisado

En el patio trasero de la casa teníamos cerdos, y una de las tareas que menos nos gustaba era limpiar sus excrementos. Pero entre las responsabilidades también había espacio para la diversión. En ese mismo solar, construí un gimnasio improvisado: en los árboles colgué bolsas con arena para golpear y también lazos con nudos para colgarme y hacer acrobacia, coloqué una tabla acolchada como banco y con tarros de pintura llenos de cemento fabriqué unas pesas. Para mí, ese era mi pequeño templo de entrenamiento, un espacio donde podía fortalecerme y retarme a mí mismo.

Las bicicletas de Arbey

En el pueblo, aprender a montar bicicleta era casi una obligación, y muchos de nosotros lo hicimos gracias a Arbey.

Él tenía un pequeño local donde alquilaba bicicletas viejas donde hoy tiene un taller donde se dedica a la metalúrgica y aún le quedan algunos repuestos de esas viejas bicicletas, y aunque sus bicicletas estaban desgastadas por el uso, para nosotros eran auténticos tesoros. Ahorrábamos unas cuantas monedas para alquilar una por un rato y recorrer el pueblo, explorando calles de tierra y enfrentando nuestras primeras caídas.

Montar bicicleta se convirtió en una de mis actividades favoritas. Más allá de la diversión, fue una lección de equilibrio y perseverancia.

La muerte de doña Mela

Doña Mela era una mujer querida en el pueblo. Tenía un puesto de fritos al lado del puente, frente de la heladería Brisas del Río. Su puesto era un punto de referencia y muy reconocido en Uramita, y pocos imaginaban que una tragedia inesperada marcaría su destino.

Un día, en una pelea, un hombre desató el caos en el pueblo, en medio de la persecución, activó una granada, que explotó en plena calle. La detonación dejó varias personas heridas, entre ellas a doña Mela.

Recuerdo claramente ese momento. Entre varios la levantamos en hombros y la llevamos corriendo al hospital, un lugar donde ya me reconocían porque solía ayudar en algunas intervenciones. Hicimos todo lo posible por salvarla, pero sus heridas eran demasiado graves. Lamentablemente, doña Mela no sobrevivió.

Su muerte dejó una profunda tristeza en el pueblo. Fue un recordatorio de lo frágil que puede ser la vida y de cómo, en un instante, la rutina de un día cualquiera puede convertirse en tragedia.

Reflexión final

Cada una de estas historias forma parte del Uramita que viví y que aún recuerdo con cariño. Desde los churros de mi madre hasta la tragedia de doña Mela, pasando por las bicicletas de Arbey y las rutinas matutinas en casa, cada vivencia dejó una huella en mí.

Uramita es un pueblo lleno de recuerdos, de personajes inolvidables y de momentos que han marcado nuestra historia. Y seguiré compartiéndolos, porque contar nuestra historia es también mantener viva la memoria de quienes la hicieron posible.

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