Sin lugar a duda, Colombia necesita hoy más que nunca unión. Solo existe un camino para poner fin a la polarización y concentrarnos en resolver lo urgente, aquello que realmente preocupa y afecta a nuestros compatriotas.
Pensar en amplias divisiones durante la maratón hacia la Casa de Nariño es un error, y digo maratón porque esta carrera no es un sprint: no gana el más rápido, sino quien demuestre mayor resistencia e inteligencia emocional.
Naturalmente, la democracia se expresa en diversas vertientes a través de quienes encarnan los liderazgos políticos, pero sin duda debe existir un propósito común: en este caso, rescatar a Colombia de las múltiples crisis que hoy la aquejan, algunas pendientes históricas de décadas y otras agudizadas en los últimos tiempos.
Debemos comprender este momento del país y la coyuntura actual como una oportunidad en la que primen el señorío, la palabra y, sobre todo, la patria. Quienes lideran hoy la opinión pública, la economía y la política deben realizar reflexiones profundas sobre las verdaderas necesidades nacionales y actuar en consecuencia. Nosotros, como ciudadanos, tenemos el deber moral y ético de elegir a quien pueda garantizar a las nuevas generaciones de colombianos la oportunidad de vivir en un país estable, seguro y, a pesar de lo romántico que suene, feliz.
Celebro, por ejemplo, la unión gestada el 12 de noviembre entre ocho precandidatos a la presidencia: Vicky Dávila, Daniel Palacios, Felipe Córdoba, Martha Lucía Ramírez, Juan Carlos Cárdenas, Mauricio Gómez, Juan Guillermo Zuluaga y Enrique Peñalosa. Esto demuestra que es posible deponer egos y priorizar el país. Ahora bien, esta puerta debe permanecer abierta para las demás candidaturas que compartan el mismo propósito: Colombia.
P.D. Hago un llamado de acción a los jóvenes no solo de edad y sino de espíritu: es hora de sacudirnos y mover el tablero. Ejemplos de quienes lo han hecho, incluso aun en extremos distintos, son Daniel Briceño y, por otro lado, Wally; asimismo, Jaime Arizabaleta —quien creo que también merece ser parlamentario—, Jerome o Lalys. La verdadera lección de su activismo es que lo que nos propongamos se puede lograr sin atajos ni roscas. Dios nos ayude.
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