Opinión

El vivo no se queda del todo en el baile

El muerto al hoyo y el vivo al baile, es una mantra que nos inventamos para tratar de hacer frente a la tristeza, y para disimular el funesto hecho, de que en el hoyo no solo queda el muerto, sino pedazos de nosotros mismos que se van con él, enredados en recuerdos.

Este fin de semana recibí la noticia de la muerte de un gran amigo de mi adolescencia y no podía dar crédito a la noticia, porque si bien a Jorge no lo veía hace varios años, para mí, era de esas personas que son eternas; será por la manera anestesiada con que enfrentamos la vida, con la que se nos olvida que las personas que tienen nuestra misma edad también se mueren, y por eso en el imaginario siempre creemos que sólo fallecen esas personas que “están viejas”, pero se nos olvida, que para morirse sólo hay que estar vivo, o que los viejos ya somos nosotros.

Jorge “se fue”, se fue su cuerpo y la posibilidad de crear recuerdos nuevos, pero me quedan intactos mil recuerdos de lo vivido; el primer amigo al que le hice visita en su casa siendo unos niños, mi primera cerveza comprada, solos, que porque ya éramos muchachos grandes, mil tardes que pasamos juntos en su casa, perdiéndome en los libros de la biblioteca de su papá, que de paso sea dicho, sin saberlo influyó mucho en el hombre que soy hoy. Con El Flaco como siempre le dije de cariño, aprendí a amar los libros, evidencié que es posible aprender por cuenta propia lo que uno desee con el alma, porque fui testigo de cómo él, aprendió a tocar guitarra de manera autodidacta, con un requinto roto y reparado con contact, con él descubrí a Inti-Illimani, a Quilapayún y a Les Luthieres, y nos aprendimos todos Los Relajos del Arriero y los cantamos a todo pulmón como si fuera un acto de rebeldía.

Ahora, cuando escuche cualquier obra de Mastropiero no podré evitar sentirme triste, y cuando escuche El Jornalero, no podré evitar sentirme culpable. Y creo que en esto está la clave para poder estar seguros de que queríamos a alguien: si al hoyo también va a dar alguna de nuestras alegrías triviales o cotidianas, con seguridad esa persona que murió, ocupó un lugar especial en nuestro corazón. Gracias a Dios, llevo cuatro días recordando a Jorge con esa sonrisa de oreja a oreja, pero sí me hubiera gustado, poder recordarle a tiempo que lo quise mucho, y que aunque pasaran años sin vernos, siempre lo llevaba conmigo de una manera especial.

Memento mori, no hay más. La vida es más grandiosa si la sabemos finita. Amar, reír, soñar, compartir, crecer, jugar, aprender… bailar. Recordemos con alegría a nuestros muertos, y aunque haya pedazos de nosotros con ellos, sigamos en el baile, bailemos por ellos.

En memoria de Jorge, QEPD

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