De pulgas, piojos y golondrinas

Una noche más de desvelo, la verdad no es fácil vivir sin dormir, quienes padecemos el insomnio sabemos que tan larga se hace una noche con sus horas, minutos y segundos; después de tantas noches en vela, uno aprende a distinguir las tonalidades de la oscuridad y se entretiene viendo como el amanecer con sus mañas va venciendo la oscura noche. Esta vez vino a mi mente el recuerdo de mi madre y algunos episodios de mi niñez, tomé la libreta que mantengo al lado de mi cama, abandoné la almohada y me senté a escribir.

Rememoré tres episodios de mi infancia que aún no se borran de mi mente, y creo que ya no se borrarán, me refiero a las pulgas, los piojos y las golondrinas. Nacido en un barrio pobre de la ciudad, recuerdo que había muchos terrenos baldíos, mangas, quebradas, calles sin pavimentar y un basurero al aire libre, donde mi madre nos mandaba a tirar la basura. Por aquellos años setenta, del siglo anterior, la ciudad estaba creciendo, y aún seguían migrando familias del campo a la ciudad, una ciudad donde constantemente se vacunaban los niños buscando erradicar el sarampión, la varicela, el polio y otras enfermedades más.

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Imposible olvidar una tarde, cuando al llegar de la escuela, la lluvia caía por todos lados y el frío helaba mis huesos, llegué empapado y mi cuerpo tiritaba, entonces mi madre me cambió la ropa mojada y descubrió que mi cuerpo estaba lleno de ronchas, de inmediato empezó a buscar en mi pantalón la pulga; sí, una pulga, eso era normal, no tengo porque ruborizarme. La lluvia seguía cayendo en una sola tonalidad hasta hacerse imperceptible y mi madre ya había matado dos de esos insectos sin alas, con cuerpos aplanados de color marrón oscuro.

Tal vez haya quienes se avergüencen de haber nacido en un barrio pobre, yo no, reconozco que fui de la época donde en muchas casas había lujos pobres, pero lucían, ah, se engordaban marranos, se tenían gallinas y, en ollas, valdes y peroles viejos, se sembraban tomates, cebollas y flores. Hace muchos años que no veo una pulga, dicen que algunos perros son pulgosos, pero, hace rato no siento esa picazón.

Sentado en el escritorio me estregué los ojos con los dedos al revés mientras la noche seguía su curso, por un momento vino a mi mente el piojo, imposible olvidar lo piojosos que éramos cuando niños. Recordé que en las escuelas había unas temporadas de piojos incontrolables, muy escaso el niño que no fuera invadido por ese diminuto animal. Nuestro padre, a mi hermano y a mí, nos llevaba a la peluquería donde prácticamente nos tusaban y nos dejaban solo un cachito en la frente, así nuestras cabezas no eran presa fácil para ese bichito. Quienes si padecían mucho los piojos eran las mujeres con sus enormes cabelleras, recuerdo a mi madre, en el patio de la casa, espulgando la cabeza de una de mis hermanas en medio de un trapo blanco para identificar piojos y liendres. Hay quienes dicen que a nuestra generación le hizo falta aseo, no, yo diría que no, eran epidemias; hoy algunos son más miedosos para el baño, nosotros nos bañábamos con agua fría, así hiciera frío, nunca nos quedamos un día sin bañar, así estuviéramos enfermos.

Ya en la madrugada, en medio de esa transición entre el día y la noche vino a mi mente la casa donde vivimos una larga temporada; allí, siendo un niño de escasos siete años llamé a mi madre al balcón para mostrarle una bandada de golondrinas que volaban, ella con su sabiduría ancestral, miró su vuelo y me dijo, “cuando las golondrinas vuelan bajo es porque viene la lluvia, y si vuelan alto es la llegada del verano, estas vuelan bajo, tal vez llueva”, efectivamente unas nubes turbias y negras se posaron en el firmamento y empezó a llover. ¡Qué sabia era mi madre! Desafortunadamente las golondrinas no volvieron, hace muchos años no sé de ellas y dudo mucho que estas nuevas generaciones sepan de que estoy hablando. Me refiero a aquel pajarito de pecho blanco y plumaje oscuro, de vuelo sinigual que surcaban estas montañas, ya no están, dudo que vuelvan; hoy se les nombra en muchas canciones, especialmente vallenatos.

Abrí la ventana y la ciudad se hizo visible a mis ojos, ya el sol se asomaba y yo seguía embriagado en mis recuerdos tratando de escribir. Me cuesta entender cómo hacen estas generaciones de niños y jóvenes para vivir ensimismados en la tecnología sin pensar acerca de muchas cosas que suceden a su alrededor. Siempre he creído que el día que se acaben las preguntas se acabará el conocimiento; esta semana le dije a mis estudiantes que uno al levantarse de la cama lo primero que debería tener en su mente son preguntas por resolver, si no hay preguntas ¿para qué levantarse? Puede sonar tonto lo que digo, pero, de tanto preguntarme cosas, aprendí que las hormigas pueden vivir sin cabeza, que los pingüinos son los animales más fieles y que los pulpos tienen tres corazones. Eso, dirán algunos, no sirve de nada, pero, a mí me interesa aprender.

Parado en la esquina, esperando el bus, sentí el aire grueso y pesado, al momento recordé que yo estaba mal dormido, el bus se demoraba y me empezó a picar una pulga en la espalda mientras mi cabeza me rascaba por todos lados, solo me faltó ver las golondrinas; cansado de esperar el bus, vino a mi mente el poeta y narrador español, Gustavo Adolfo Bécquer, con su poema, Volverán las Oscuras Golondrinas: “Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán…

Pd; infames aquellos que, en el municipio de Guarne, asesinaron (envenenaron) dieciséis gallinazos, una tórtola y una zarigüeya. Eso, no se hace.

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Minuto30.com

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