En el título de este artículo se puede observar que hay una habilidad de averiguar “¿Por qué”? acerca de alguien o de algo, y una capacidad independiente y más profunda que esta, que hace posible que nos enteremos por qué nosotros averiguamos sobre el origen y el modo de ser, propio y de los demás. Necesitamos saber responder a estas preguntas.

Para entender “por qué”, hace falta que la persona aplique su inteligencia partiendo de lo percibido por los sentidos -gusto olfato, tacto, vista y oído-, para conocer las causas hasta llegar a lo más profundo y grande en los seres, incluyéndose ella misma.

En un primer nivel, respecto al interés por el origen de los cambios que se pueden dar entre seres limitados, la etapa del desarrollo intelectual entre los 3 y 4 años se caracteriza por la frecuencia con que los niños, en su pasión por enterarse mejor de lo que es, preguntan “¿Por qué?”.

Desde temprana edad se diferencian algunas causas; por ejemplo, al afirmar “hice galletas redondas con mamá para llevar un detalle de cariño a unos niños pobres”, una niña reconoce la masa lograda con la mezcla de los ingredientes -causa material- el trabajo bien hecho de ella y su madre -causa eficiente-, la forma que le dieron a las galletas -causa formal- y la noble intencionalidad que las movió a obrar las tres causas anteriores -causa final.

A medida que el niño se desarrolla intelectualmente y se hace joven, descubre que puede hacerse preguntas más profundas, sobre porqués en cuanto razón de ser,  que tienen que ver con las perfecciones que constituyen a quienes son miembros de la familia humana y su entorno, y se da cuenta que, además de concluir con su inteligencia “es” y preguntarse ¿Por qué “es”?, ve que todo ser humano puede ser valorado como prioritario respecto a deseos y pensamientos de sí mismo o de otros, porque reconoce la identidad, causalidad y no contradicción, de su ser.

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Al madurar en su pensamiento, la persona humana nota en sí una innata que consiste en la perfección que somos por la que nos preguntamos acerca de alguien o de algo.

Que un ser humano identifique esto en él, le hace caer en cuenta que también los demás miembros de la familia humana poseen el espíritu sin el que no se tienen estas características, aunque a veces hay carencias biológicas que dificultan su manifestación, por ejemplo, por falta de desarrollo, enfermedad,  ignorancia o traumas, que impiden optimizar la capacidad específicamente humana; esto hace prioritario a cada ser humano como bien que se debe respetar en toda decisión y acción.

Una vez llega a esta profundidad, el ser humano pasa a un segundo nivel de porqués a los que desea encontrar respuestas. Sabe que, tanto la energía de la que está constituido todo el universo, incluyendo el cuerpo humano, como el espíritu humano, que es limitado, llevan a quien tiene uso y cierto desarrollo de su racionalidad, a plantearse “por qué” está dotado de ambas perfecciones, cuál es la razón de que sea una realidad espiritucorpórea y qué es lo más profundamente común entre él y el resto del universo, busca unas causas más profundas que las de acciones como la de las galletas mencionadas en el primer nivel.

En los seres limitados, primero se es y esto es lo que hace posible que luego se pueda tener algún cambio. Lo que en su inicio y en su continuidad, un ser limitado es constitutivamente, se denomina acto de ser; esta es la realidad que es alguien o algo en el mundo conocido, y de la que dependen sus modos de ser y sus cambios.

El acto de ser es gratuito, causa y acto de todo ser limitado, es omnímodo, intensivo por su multiplicidad unitaria -todo tiene en común que es-, por abarcar todos los grados de ser y todas las perfecciones e intensidades de perfección, es emergente, activo de suyo, inmanente, trascendente y secretísimo y es en cierto modo evidente, con la evidencia con que el entendimiento humano sabe notar la diferencia entre el ser y el no ser; es también omnirreferente, en cuanto que por el acto de ser se infiere el sentido de ser, el de todo ente, el de sí mismo; el de vivir, el de todo acierto, rectificación, creación, sufrimiento, conocimiento, coherencia, cuerpo y también el de todo amor.

La noción de acto de ser ayuda como punto de apoyo para entender que hay otros “por qué” pendientes de resolver, los de un tercer nivel de profundidad, para indagar, por ejemplo, la causa del universo de lo percibible por los sentidos externos e internos y del ser humano.

Indagando en más fuentes de lo real, se llega a la que se refiere al ser Originante de todo lo distinto a Él y concluimos que es quien es Él mismo el Ser al que nadie le dio ser -ser causado es ser limitado-, sino que es eterno -sin principio ni fin-, en quien toda perfección es plena porque se identifica con su Ser entero y por eso puede participar ser a otros.

Quien obró el primer “hágase”, es el que inició a todos los seres los que son limitados en su ser, cada uno con la respectiva perfección que lo constituye, que se llama acto de ser y que es participada por su Originante, se mantiene actual, cambia a lo largo de su existencia sin perder su identidad y por esta perfección cada ser tiene una diferencia específica respecto de los demás seres, es él y no otro.

Al causante primero se le suele denominar Originante para diferenciarlo de los causantes que son creados por Él -los hizo surgir a partir de nada distinto a sí mismo- dio origen a lo diferente a Él, obró el acto de ser de todo lo originado. Pero aprender esto a tiempo, tan trascendente para conocerse y acertar en la vida, supone ayuda, coherencia, buena educación básica y continua, virtudes y esfuerzo, porque la intensidad de la vida del ser humano está en la del esfuerzo por lograr su propia plenitud ayudando a la de los demás.

Si no se admite un ser no originado, que Es por sí mismo -eterno-, creador de los demás seres, cualquier otra alternativa no da respuesta al “Por qué” definitivo, sería un acto interno de un ser humano y, por lo tanto, menos perfecto que quien se la inventa.

No conocer al ser Originante sería nefasto para el desarrollo humano, porque la razón de ser de un ser humano, si no es mayor que lo que él produce, no lo lleva a  su pleno desarrollo, puesto que lo que produce él no lo abarca entero, el ser humano no se causó a sí mismo y es, en cuanto físico, una de las últimas novedades de un viejo universo y, en cuento espiritual, cada uno es superior a la totalidad del universo constituido por energía porque lo que es simple -el espíritu- no tiene las limitaciones de esta.

Desde otro punto de vista, ¿por qué logramos desentrañar los “por qué”?

La perfección que activa la intelección en la mente humana -intelecto agente-, ejerce el hábito de los primeros principios que es innato a la persona; de los dos primeros principios de este hábito se trató en los dos artículos anteriores (Principio de Identidad https://www.minuto30.com/principio-de-identidad-posibilita-cosas-por-su-nombre/1498550/ y Principio de no contradicción https://www.minuto30.com/provecho-saco-aplicar-principio-no-contradiccion/1551297/). Estos principios muestran que el cerebro humano está diseñado, por la unidad espiritucorpórea en que consiste, para dar prioridad al ser respecto a sus acciones y que conocer es un medio para asegurar esa prioridad, por eso la buena educación, que debe incluir siempre la antropología  filosófica y la Ética, es un derecho universal.

El filósofo Leonardo Polo afirma que los primeros principios se han de considerar como el conocimiento del ser en tanto que primero.

Entre las formulaciones del principio de causalidad, se suele afirmar que todo lo que empieza tiene una causa, todo lo que es movido, es movido por otro, todo lo contingente -que por sus características puede dejar de ser- necesita una causa y todo lo que conviene a algo y no es de su esencia, le pertenece por alguna causa.

También señalan la causa como de lo que se tiene una dependencia de algún modo real y positivamente influyente: “Lo más constitutivo de la noción de causa es su positivo influjo en el ser del efecto y la correlativa dependencia de este con respecto a ella.”

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Redacción Minuto30

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