Uno de los vicios de la sociedad colombiana es querer la uniformidad de pensamiento. En Medellín, “la opositis” es prueba de ello.

La gestión del Alcalde Quintero se enfrenta a dos formas de oposición, incluso dentro de los matices y facciones en pugna al interior de los partidos y movimientos políticos en Medellín.

La bancada del Centro Democrático ejerce férreo control político al Alcalde Daniel Quintero, a la vez que proponen alternativas desde la sana crítica. El rigor técnico de Paulina Aguinaga, Nataly Vélez y Lina García Gañán, y los argumentos de Albert Corredor, Gabriel Dib y Sebastián López, contrastan con “la oposición” y las declaraciones mediáticas de Alfredo Ramos, cuyo impacto no pasa de generar titulares.

La beligerancia de Ramos, con acusaciones y señalamientos que rayan en lo personal, es lo que muchos consideran “oposición” pero parece más “opositis”. Pleitos para complacer las graderías. En esta dinámica entran el concejal Daniel Duque del Partido Alianza Verde, el exconcejal Bernardo Alejandro Guerra, el Dr. Julio González Villa, algunos personas afines al mal llamado “uribismo” y el nunca bien ponderado Juan David Valderrama.

La narrativa de esta “opositis” es que el Alcalde “llegó a dividir a Medellín”, pero lo cierto es que esa división ya existía. En la segunda ciudad más inequitativa de Colombia, donde la brecha de desigualdad no había disminuido desde 2017, y cuyas élites políticas priorizan la imagen de las instituciones jugando al “tapen tapen”, era cuestión de tiempo para que la burbuja estallara. El detonante fue la el control sobre EPM.

Mientras la oposición se pronuncia desde el rigor y los argumentos, “la opositis” destila odio y veneno. La oposición es reflexiva, ejercida desde la ley; “la opositis” recurre al vituperio. La oposición es propositiva, con tesis y alternativas construidas desde la sana crítica, mientras que “la opositis” se expresa con visceralidad. Por su “opositis”, más que opositores parecen “opositoides”.

La oposición se hace, con altura, gallardía y donaire. El debate político, con altura, construye democracia; la “opositis” se hace recurre al vilipendio. Los insultos caldean los ánimos, enardecen las pasiones y llaman al odio. De la violencia verbal a la física sólo hay un paso.

La “opositis” pretende poner al Alcalde a la defensiva para no dejarle gobernar, pero esta táctica no agota al Alcalde; agota a la ciudad. La narrativa de la “opositis” es que sólo ellos saben y pueden y su motivación se basa en el revanchismo; por eso es que no convoca.

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Redacción Minuto30

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