Cuando el hogar dejó de ser la primera escuela, y esta en el primer hogar, los colegios se convirtieron en el entorno protector para millones de niñas, niños y adolescentes en desamparo y abandono emocional. Hoy, más que nunca, necesitamos la presencialidad.

El regreso a clases avanza de manera gradual, progresiva y segura; primero “los más grandes”, estudiantes de media técnica y básica secundaria; al ser más conscientes de su integridad, mantendrán el distanciamiento social. Sin embargo, “los más pequeños” serán los últimos en ingresar, y tal vez por ello su proceso escolar –y su desarrollo integral– se verán más afectados.

Nuestra placa neuromuscular tiene su mayor actividad durante los primeros años de vida. El desarrollo cognitivo, psicomotor, psicoafectivo y emocional adquieren sus bases durante esos años, fortaleciéndose con la educación inicial y básica primaria. Estos procesos no se subsanan haciendo que un niño en etapa inicial esté dos, tres, cinco horas frente a una pantalla. Salvo que cuenten con un enorme apoyo por parte de su familia o cuidadores que les dediquen mucho tiempo a sus niños, estos procesos tampoco serán mediados de manera remota por un docente a través de una pantalla.

El panorama empeora si tenemos en cuenta que la mayoría de familias carece de la formación y habilidades necesarias para brindar un acompañamiento adecuado en el hogar al proceso escolar de sus hijos. La combinación de un precario acompañamiento y la baja intensidad escolar puede causar un desequilibrio entre las habilidades adquiridas y las que el niño debería adquirir según su ciclo vital. Las dificultades en el aprendizaje en nuestra población infantil pueden aumentar en los próximos años y los diagnósticos psicosociales aún más.

Si nuestro sistema educativo no estaba preparado para una pandemia, mucho menos nuestra sociedad para enfrentar los efectos del encierro en la convivencia familiar. A solas, sin nadie a quien acudir, ni quien pueda ayudarles u orientarles, nuestros niños y niñas son presa fácil de afectación emocional y psicosocial. Sin conectividad ni escuela presencial, sin acompañamiento de sus familias y expuestos al desamparo, sus derechos fundamentales han sido vulnerados.

Nos faltó humildad para enfrentar la pandemia. Hicimos a un lado las señales de alerta y restamos importancia a las voces de advertencia. Olvidamos que una pandemia no se mide en semanas o meses, sino en años. No dimensionamos las circunstancias ni calculamos sus alcances y las consecuencias para nuestra sociedad serán muy difíciles de superar.

En Medellín, el «Entorno Escolar Protector», programa de la Secretaría de Educación que opera desde 2013, se orientaba al fortalecimiento de la convivencia escolar con la promoción de competencias ciudadanas y la prevención de situaciones potenciales de conflicto en los colegios. Sin embargo, el confinamiento llevó la escuela a la casa y los padres a la escuela; la convivencia escolar se trasladó al hogar y, con ello cambió el foco de atención del programa. Y entonces, se prendieron las alarmas.

En toda la ciudad se comenzaron a detectar y reportar situaciones de violencias, maltratos y abusos en el entorno familiar de la población estudiantil sin distingo de estrato social, causando deserción escolar, fugas del hogar, consumo de sustancias psicoactivas, crisis de ansiedad y depresión y conductas autolesivas y suicidas en estudiantes, familias, cuidadores y docentes por igual. El confinamiento exacerbó situaciones preexistentes y generó otras tanto o más graves. Miles de activaciones de ruta e intervenciones en crisis a múltiples situaciones de angustia y desesperanza fueron atendidos, contenidos, mitigados y abordados desde el programa.

Hoy, de regreso al colegio bajo la modalidad de alternancia, el programa garantiza la atención psicosocial efectiva en todos los colegios oficiales de la ciudad. La salud mental de 310.517 estudiantes matriculados –y sus docentes– está fortalecida con el acompañamiento de 229 profesionales en psicología del programa. El acompañamiento presencial devuelve la tranquilidad a los estudiantes de básica secundaria. Pero en casa quedaron los más pequeños, los más vulnerables. A ellos tenemos que abrirles las escuelas. Por ellos, necesitamos presencialidad.

Todos tenemos miedo de contagiarnos y de contagiar a nuestros seres queridos, pero al momento de escribir estas líneas, y como bien lo señala John Harold Suárez, educador y Mg en servicios educativos, «tenemos playas, parques, calles, centros comerciales, bares y discotecas a reventar… ¿y el único sitio donde nuestra niñez puede contagiarse es en el colegio?» ¡Por favor! La misma Organización Mundial de la Salud ha sido clara: con los protocolos debidos, el sitio con menor riesgo de contagio para nuestros niños y niñas es en el colegio.

La apertura, reactivación y recuperación económica total sólo será posible cuando se abra la educación. Pero no sólo es la economía. Los estragos en el desarrollo integral de nuestras niñas, niños, adolescentes y jóvenes pueden ser irreversibles y las cicatrices pedagógicas y sociales, muy difíciles de superar. Necesitamos presencialidad. La educación presencial es vital y para muchos estudiantes, el colegio es su único Entorno Protector.

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Redacción Minuto30

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