Trece años de gobierno de Chávez ponen de presente algo a resaltar en su ejercicio de poder: el desgaste de su verborrea bolivariana, una folclórica mezcla de castrismo, de caricaturización de Bolívar, bajo el cual ha sabido ocultar sus terribles errores: el fracaso de una reforma agraria y urbana limitada a expropiar a dedo propiedades privadas sin estar acompañada de un verdadero programa de redención social y de productividad.
La cultura en manos de intelectuales mediocres, bajo el desgastado sofisma de borrar la cultura burguesa y dar paso a una supuesta cultura de masas lo que ha hecho fue llevar a la ruina a Monte Avila un formidable proyecto de difusión de los valores de la cultura universal, apropiarse del Museo de Arte Moderno, desvalijarlo y permitir que el delirio revolucionario se entregase a todo tipo de desmanes culturales.
La bolivarianización de la educación a través de este mismo deformado modelo de popularización de universidades y colegios condujo a una estrepitosa baja calidad académica, a la negación del recinto educativo como un foro de discusión sobre el papel del conocimiento.
Sabemos que es propio del totalitarismo negar la importancia de un pensamiento divergente, antagónico y de ahí sus resultados, panfletos de propaganda en sustitución del pensamiento político, una literatura y un arte mediocres y un tipo de intelectual sumiso a los dictados del régimen.
¿Por qué el desaforado e imparable crecimiento de la criminalidad? Porque ante los ojos de este totalitarismo el delincuente, el narcotraficante, el crimen organizado, son mirados como reacciones de oprimidos por el capitalismo y que no constituyen peligro social alguno. Y porque es propio del populismo considerar, tal como se hizo hace poco en Argentina, que matones y presos pueden ser utilizados para reprimir mediante el miedo y el terror, a los opositores.
Lo curioso es que es Marx quien diferencia a la clase obrera llena de pureza humana de lo que llama el lumpen compuesto por asesinos, timadores, organizaciones delincuenciales, el hampa. Stalin mató a millones de ellos en Siberia, Fidel Castro sacó de la cárcel asesinos convictos en la operación Mariel y los envió a Miami.
Este populismo dadivoso con las clases más pobres cuidadosamente las mantiene en sus guetos para impedir la dinámica que las llevaría a salir del atraso. Constituyen la masa manipulada demagógicamente en los grandes desfiles, una masa que no recuerda el despilfarro de un régimen que regaló, orondamente, a “países amigos” las ganancias del petróleo.
Amenazar con una guerra civil si llegara a perder las elecciones fue ya una coacción contra el libre voto ciudadano. Lanzar a la calle a sus brigadas para que asesinen, tal como lo acaban de hacer, a los opositores, constituye una versión de la siniestra operación Pistola de las Farc.
Combatir este despliegue de ofensas es lo que da una crucial importancia a la presencia política de Capriles, voz de la Venezuela democrática de Andrés Bello, de Rómulo Gallegos, de Mariano Picón Salas, como una restauración de la justicia, de la legalidad. De todos modos la llama de libertad que ha sembrado Capriles ya no se puede detener.
Escribo esto antes de las elecciones y consciente de la maquinaria de publicidad montada por el chavismo en la misma Colombia, pero Capriles, así resulte perdedor será una piedra en el zapato para este despotismo y sus cómplices pagados, para un periodismo sumiso. Por fin los ciudadanos han abierto los ojos al horror de la dictadura.
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