Me dirán que madrugué con un tema que para los colombianos es asunto de poca monta, si nos atenemos a la participación democrática real: las elecciones. Sabemos que en los últimos 30 años, el promedio de participación electoral en nuestro país es de entre 30 y 50% de la población apta para votar. La gente se pregunta, ¿y el otro 70%, qué? La respuesta es sencilla.

El otro 70%, más la masa de la población que no ejerce el voto, debe atenerse a la “democracia” que imponen los que votaron. Adicional, a este porcentaje mínimo que elige, debe descontársele el voto “amarrado”, que es lo que aprovechan los corruptos para hacerse elegir y perpetuar en el poder.

Voto comprado, voto obligado por la fuerza de las armas, voto amarrado por el hambre, voto irresponsable por candidatos con hoja de vida más sucia que alcantarilla de ciudad, voto secuestrado para delfines (hijos de caciques electorales) que a duras penas saben hablar, son los votos que eligen a quienes son incapaces de manejar asuntos públicos, votos que eligen malos gobiernos, gobiernos espurios, gobernantes que de operar la ley serán puestos presos apenas empezando mandatos y, como consecuencias, departamentos y municipios en manos de segundones que jamás han logrado un voto y cuya tarea se limita a cumplir órdenes non sancta.

Así, ninguna democracia se sostiene (y si se sostiene es dando tumbos), porque más temprano que tarde es cooptada por la ilegalidad, el crimen, la pobreza, el desempleo, el saqueo público, la miseria, y (lo que más malea a una democracia) gobernadorcitos que tienen que jugar a ser tiranuelos, ante su incapacidad para actuar dentro del marco de la normatividad y la ley.

Así pues, debemos madrugarle a este asunto. Advertir que ya llegan las elecciones, y con ellas se hace rotundo y necesario el votar con responsabilidad. Así mismo, es obligatorio que los dignatarios, los que reciben la confianza del elector, no sean inferiores a esa confianza; no la traicionen.

Cuando uno se hace elegir concejal, diputado, representante o senador (igual si se trata de alcalde gobernador o presidente), adquiere un compromiso fundamental e indelegable con la comunidad y con todos y cada uno de sus electores: ejercer el control político, gobernar para todos y trabajar por el bienestar de la comunidad, sin miramientos de color alguno.

Este asunto, simple y fundamental para un hombre público respetable, lo aprendí desde que tenía 19 años y no era más que un humilde asistente de diputado.

Por esas calendas, un alto porcentaje de ediles y diputados, ¡sí que lo ejercían con ganas!: bien documentados, con argumentación y fuerza, no dejaban títere con cabeza si sospechaban que el propósito del gárrula era feriar, dilapidar o apropiarse de los recursos públicos (en buena parte producto de los impuestos que pagamos los ciudadanos).

Ahora es otra la época, y otra la retórica (según el Drae, la retórica, lejos de lo que piensan los tontos, “es el arte del bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover”), pero el compromiso y el respeto que merece el elector, es el mismo.

Los problemas de Antioquia (y en general de Colombia), no son pocos, y sus dimensiones, hay que decirlo, son escandalosos: el desempleo, en especial entre los jóvenes, es pavoroso; el narcotráfico, la delincuencia, la miseria, la mala educación, el mal servicio de salud, la pobreza, el vicio, la corrupción y la falta de oportunidades (para jóvenes y adultos), no da espera.

Los servicios de salud, educación, justicia, recreación, entre otros, son deficientes, casi ejercidos desde la publicidad; negocio para unos, pobreza para la comunidad.

Sobra decir que, en buena parte, los males, problemas e insatisfacciones de la comunidad, se deben única y exclusivamente al hecho de que no estamos eligiendo al más capaz, al más honrado, al más apropiado acorde a las necesidades de la comunidad; estamos votando por el politiquero, que generalmente es lenguaraz y mentiroso.

Para entender nuestro tesoro invaluable del derecho al voto, recordemos que Colombia es un Estado de Derecho, y que (afortunadamente) vivimos inmersos en un sistema democrático. Un sistema democrático débil, raquítico en algunos casos, pero democrático al fin.

Así pues, el ser una república democrática, nos está diciendo que en Colombia tenemos un gobierno regido por el principio de división de poderes, y que el gobierno (presidente, gobernadores, alcaldes, concejales, etc.), es elegido por el pueblo, mediante un sistema electoral, basado en el voto unipersonal, que debe ser cuidadoso y responsable.

En época de elecciones tenemos una tarea indelegable para bien propio, de nuestra comunidad y de Colombia: votar a conciencia por el mejor candidato, por el honesto, el responsable, el estudioso de los problemas y las necesidades de la comunidad. Votar por mentirosos o politiqueros, es votar por más pobreza, más corrupción y más delincuencia para una patria que ya no soporta tanto mal.

¡Votar con responsabilidad debe ser la consigna desde ahora!

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Redacción Minuto30

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