Ya llegó el 2019, un año más que vendrá cargado de nuevas invenciones, desarrollos tecnológicos que harán la vida más simple, miles de productos que no necesitamos pero que debemos obtener.

Un año cargado de progreso, ideas nuevas, rompiendo cadenas y dándole libertades a todos aquellos que lo demanden porque, aparentemente, una nueva sentencia o una reforma de manera mágica les concedieron beneficios. Llega otro año de progresismo hegeliano y de interpretación lineal que poco o nada aportará a la salud mental del hombre, pero que seguirán anclándolo a ese infinito ciclo de la gratificación instantánea del que ya es casi imposible desligarse.

El hombre, por desgracia, ha olvidado sus orígenes y ha descuidado la tarea de mantenerse en pie ante un mundo que poco a poco enfrenta eso que los hindúes han denominado «Kali-Yuga»; un periodo de desastre, donde la moral y el bien se han perdido. La mentalidad social de la civilización occidental se ha convertido en catalizadora de las ansias viscerales que consumen al ser humano, sin distinguir entre lo bello y lo estético, sucumbiendo ante el menor deseo de la carne.

Así, poco a poco, ha ido el hombre cayendo en el abismo de lo racional, a pesar de comportamientos tan irracionales que contradicen toda la lógica cartesiana de la ilustración.

Al volver a nuestras raíces no puedo hablar de Occidente propiamente, pues sería una mezcla heterogénea de culturas y etnias con diferentes orígenes. Remitiéndome al caso nacional, quiero expresar, a manera de relato, algunas de esas cosas y costumbres que forjaron lo que hoy conocemos con el nombre de Colombia.

Venimos de una combinación única: Andalucía, Extremadura y el sur de Castilla. A pesar de algunas excepciones que llegaron a lugares como Santander con orígenes en Navarra y Asturias, la esencia de la Colombianidad se halla en el sur de la península Ibérica. Esa armoniosa mezcla entre cristianos, musulmanes y Sefardíes es lo que, con dificultosas jornadas, llegó a poblar nuestras selvas, llanuras, desiertos y montañas. Lo que ellos trajeron fue lo que predominó, lo que se mantuvo, lo que reemplazó las paganas costumbres de unas tribus indígenas que se hallaban siglos por detrás de los recién llegados; el verdadero legado venía de la mano de la voluntad de los Reyes Católicos, las Bulas Alejandrinas y una Europa que no tardaría en desgastarse en guerras religiosas.

Pero más allá de eso, aquí llegaron unos valores. La importancia de la Fe, del obrar bien, de servir a Dios y a la comunidad, de evitar el pillaje y el ejemplo de personajes que incluso don Camilo Torres rescataría, como Don Pelayo.

Nuestras raíces se hallan en el Cardenal Cisneros, en los dogmas del Catolicismo, la bella cultura mediterránea que traía siglos de historia greco-latina. Tan bellas raíces merecen ser rescatadas y honradas, no tiradas y despreciadas como se ha venido haciendo a expensas de la globalización y el mal llamado «progreso».

Si sacrificar la identidad y las raíces es «progresar», prefiero que estemos condenados al estancamiento cultural. Hay que retornar a lo bueno y lo bello para combatir los males de este mundo moderno.

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Redacción Minuto30

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