Tú patria es mi patria, tu problema es mi problema; gente… gente, tu bandera es mi bandera, amarillo oro, azul sangre azul; y el pobre rojo sangra que sangra. ¡Que sangra que sangra!”  Nada más oportuno que recordar a Ana y Jaime y su canción insigne en los años setenta, Café y Petróleo. Fue por esos mismos años que América Latina vivió una oleada de dictaduras que subyugaron a los ciudadanos reprimiéndolos y negándoles todos sus derechos, haciendo de la fuerza bruta esa fórmula mágica que los dictadores saben utilizar para acallar la voz del pueblo y hacer sentir el poder de las botas militares. Imposible olvidar que ante la marcada violación a los Derechos Humanos, una forma elegante de alzar la voz se dio a través de la música, así lo hicieron reconocidos cantantes y poetas como Facundo Cabral, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Piero, Mercedes Sosa, Violeta Parra, Víctor Jara, y muchos más.

Hoy, la protesta no se canta, dejó de ser canción, insólitamente se cambiaron las canciones por las balas, las calles que otrora servían de escenarios para manifestar los desacuerdos y alzar la voz frente a las injusticias sociales, están convertidas en verdaderos campos de batalla. Para mí, algo ridículo, desafortunado y poco agradable son los violentos que se infiltran en las marchas nublando los buenos propósitos de los marchantes, y digo esto porque no estoy de acuerdo con la estigmatización de las personas, todos aquellos que salen a marchar no son vándalos, como tampoco todos los policías son asesinos, solo hacen parte de una dinámica social.

Desarmémonos primero nosotros, desarmemos la palabra, los gestos, pero antes que nada desmovilicemos las redes sociales que cada día están más cargadas de violencia, una violencia que se reproduce con tan solo hacer clic. Dicen algunos que solo a través de la violencia los pueblos han conseguido sus derechos, ¡eso es falso!, Gandhi luchó contra el Imperio Británico bajo la filosofía de la Noviolencia, invitó a su pueblo a no responder con violencia, tenía claro que la violencia genera más violencia. En la “pedagogía del oprimido” Paulo Freire dejó muy claro que, si los sistemas educativos son represores, lo que hacen todos al graduarse es salir a reprimir. Los métodos violentos, no hacen más que estimular la violencia. No más violencia en la escuela por favor.

Ante el oscuro panorama, recordé que hace varios años decidí averiguar qué había pasado el día que yo nací, como el ejercicio me gustó decidí llevarlo a clase y ponerlo de tarea a mis estudiantes, recuerdo que fue una clase agradable donde hablamos de gastronomía, modas, costumbres, juegos callejeros y, muchas cosas más. Como todos en el aula éramos colombianos, un factor común en aquel diálogo fue que todos habíamos nacido en un país violento, un lugar donde la tolerancia brilla por su ausencia, donde nadie tolera a nadie, todo es agresividad y combatividad. Debo admitir que tal vez algo que marcó y marca mi vida, es haber venido a este mundo en medio de una guerra absurda, que lo único que ha dejado al país es una estela de sangre y muerte, no es justo que Colombia lleve más de cincuenta años en guerra, nacida de la intolerancia y el sectarismo político.

Imposible olvidar que por culpa de un bipartidismo político, hacia el año de 1946, el país vivía una fuerte violencia en los campos, donde muchos sin saber por qué defendían el color rojo del azul en cruentas batallas libradas a machetazos entre liberales y conservadores, o como dicen algunos, entre manzanillos y godos. Ese mismo año se llevaron a cabo las elecciones presidenciales para el período 1946-1950, donde el triunfo del candidato conservador, Mariano Ospina Pérez, desencadenó no sólo la salida del liberalismo del poder, sino que fue el detonante para el recrudecimiento de la violencia en el país. Dos años después de muertes, vandalismo y desolación, el 9 de abril de 1948, el asesinato del caudillo liberal, Jorge Eliecer Gaitán, trasladó los escenarios de guerra del campo a la ciudad.

Algunos pueden pensar que soy pesimista, les digo que no, soy consciente que el país tiene muchas cosas lindas, una cultura exuberante y unos paisajes extraordinarios, pero a pesar de las cosas lindas, no debemos ocultar la realidad. Cuando los muertos no son de mi familia, cuando los soldados o policías no son mis hijos o sobrinos es muy fácil opinar. Sin lugar a dudas me gustaría escuchar más canciones que balas: “qué lindo es sentarse en la puerta de un bar, y ver a Buenos Aires pasar y pasar…” decía Piero hace muchos años ya.

Pd. Las redes sociales se están convirtiendo en licuadoras de odio, violencia y rencor.

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Redacción Minuto30

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