Resumen: El abandono y la pobreza son dos caras de una misma moneda en esta población. Investigaciones señalan que el 24% de los adultos mayores vive en pobreza monetaria y casi la mitad se autoconsidera pobre
El panorama demográfico colombiano presenta una victoria agridulce. Hemos logrado el prodigio de extender la esperanza de vida más allá de los 77 años, un logro que habla de avances en salud y calidad de vida. No obstante, esta longevidad creciente se cruza con un envejecimiento poblacional acelerado, proyectando que para 2050, uno de cada cuatro colombianos será adulto mayor. Este triunfo biológico, sin embargo, nos confronta con una realidad social que parece no haber madurado al mismo ritmo: la aterradora falta de una red de protección sólida para nuestra propia vejez.
Este rápido cambio nos obliga a una profunda reflexión individual y colectiva: ¿estamos preparados para hacernos cargo de nuestros últimos 20 o 30 años de vida? La vieja noción de que los hijos o el Estado se encargarán del cuidado se desvanece ante una estructura familiar fragmentada, presiones económicas y una infraestructura social insuficiente. La cruda realidad, evidenciada por cifras alarmantes como el abandono de 400 adultos mayores cada año en Colombia, subraya que la dependencia en el núcleo familiar es una apuesta cada vez más riesgosa. La responsabilidad recae, de forma ineludible, en la planificación personal y proactiva.
El abandono y la pobreza son dos caras de una misma moneda en esta población. Investigaciones señalan que el 24% de los adultos mayores vive en pobreza monetaria y casi la mitad se autoconsidera pobre, una situación que se agrava por la soledad. Como se ha advertido, “Colombia envejece rápido, pero no estamos creciendo al mismo ritmo en infraestructura social ni en modelos de cuidado para la vejez”. La falta de recursos, el estrés del cuidador familiar y la escasez de servicios de apoyo a largo plazo son los factores subyacentes que cimentan esta crisis, convirtiendo la vejez no solo en un reto de salud, sino en un inminente problema de salud pública y dignidad humana.
En este contexto, la jurisprudencia colombiana ha intentado trazar un camino. La reciente sentencia T-319 de 2025 de la Corte Constitucional es un hito: reitera que las EPS deben proporcionar un cuidador a pacientes que lo necesiten y que no cuenten con el apoyo familiar o económico. Esta decisión consagra el cuidado como un derecho social y establece la corresponsabilidad del Estado. Sin embargo, surge de inmediato una pregunta práctica y urgente: ¿quién ocupará este cargo?
La aspiración de un cuidado universal choca de frente con una escasez crítica de personal de enfermería. Colombia se encuentra muy por debajo del promedio de la OCDE, con apenas 1,3 a 2 profesionales por cada 1.000 habitantes. Si a esto le sumamos la falta de interés de las nuevas generaciones en los programas profesionales de cuidado asistencial, la loable sentencia de la Corte corre el riesgo de convertirse en una promesa vacía por la simple falta de manos. No basta con legislar un derecho; se requiere invertir masivamente en la formación, dignificación y disponibilidad de quienes ejercerán el cuidado.
Mientras enfrentamos estos desafíos, otras naciones miran al futuro con soluciones disruptivas. La crisis demográfica de Japón, con su tasa de natalidad en descenso y una creciente población de mayores de 75 años, ha impulsado una fuerte apuesta por la robótica asistencial. Robots como AIREC están siendo desarrollados no para sustituir, sino para aliviar la carga física y repetitiva de los cuidadores humanos, ayudando en tareas complejas como cambiar la postura de los pacientes y prevenir escaras. Esta tecnología muestra que la innovación, combinada con la ética, puede ser un camino viable ante la inminente escasez de mano de obra.
En conclusión, la longevidad no es un regalo si viene envuelta en la inseguridad y el desamparo. La edad dorada se está transformando en una edad de la responsabilidad personal extrema, donde cada ciudadano debe ser el arquitecto de su propia protección económica, social y de salud. Es imperativo que el Estado, la sociedad y el individuo actúen con urgencia: el primero, invirtiendo en infraestructura de cuidado y talento humano; el segundo, promoviendo la cultura de la corresponsabilidad; y el tercero, asumiendo que esperar el cuidado de los demás es una quimera. La vejez es el futuro de todos, y la forma en que cuidemos a nuestros mayores hoy definirá nuestra propia dignidad mañana.
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