De tazas, sellos o vinilos, la acumulación de objetos constituye todo un fenómeno en las sociedades modernas, una obsesión analizada a través de un reciente ensayo que, a vueltas con la nostalgia y el fetichismo, trata de demostrar por qué hoy tener se ha convertido en un sinónimo de ser.

Objetos

Tras la pista del filósofo alemán Walter Benjamin y recurriendo a la sociología o la mercadotecnia, el estudio «Bulimia de objetos» que coordina la académica francesa Valérie Guillard busca dar respuestas a la sociedad de los coleccionistas, la nostalgia por fascículos o el triunfo de las cosas de segunda mano.

«Acumulamos debido a la relación sentimental que nos liga a los objetos, a su presunto valor, a la seguridad que proporcionan o la voluntad de conservarlos para alguien», relata a Efe esta profesora de la Universidad Paris-Dauphine.

Sus páginas, cargadas de anécdotas, cuestionarios y apuntes históricos, despegan del famoso aforismo de Benjamin: «El coleccionista posee al objeto del mismo modo que este posee al coleccionista».

Benjamin, que soñaba con bibliotecas, nunca logró formar la suya. Judío y marxista, el pensador berlinés huyó de todas partes en la Europa de los totalitarismos, condenado a separarse una y otra vez de los volúmenes que le acompañaban.

Sus posesiones debían así limitarse a la maleta que conservó hasta su opaca desaparición en la aldea catalana de Portbou, en 1940. A sabiendas, Benjamin había consolidado el concepto de pertenencia y, sin saberlo, el amor por las cosas.

Con todo, avisa el informe, la acumulación antecede sobradamente al alemán. Vivir rodeado de objetos servía para presumir de riqueza en un siglo XVIII que inventó la intimidad y, con ella, la propiedad privada.

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Luego llegó un mobiliario destinado a ponerla a buen recaudo: tocadores, cómodas, baúles o traperos; era el reinado de la caja.

«Pese a que la acumulación sigue siendo un signo de poder, su visibilidad ya no es la misma», señala Guillard, quien revela cómo hoy las clases privilegiadas prefieren los interiores amplios y depurados antes que los atestados apartamentos de la clase media.

Las cosas, como clamaban los juguetes de Toy Story, pueden presumir de vida propia, puesto que, al fin y al cabo, relatan la «biografía de sus dueños».

Y estos últimos se parecen entre sí. En este sentido, el perfil del acumulador medio apunta tanto a los menores de 35 años como a los jubilados, a las mujeres frente a los hombres, al tiempo que confirma las intuiciones de la analista: los directivos acumulan en menor grado que sus empleados.

Se trata de una «circulación inagotable de objetos» alentada por plataformas como Ebay y sostenida por el auge de los trasteros privados, los anticuarios y, contra todo pronóstico, la generalización de la economía sostenible y el reciclaje: también acumulamos para ser más eficientes.

«La segunda mano comporta un acto de compra muy gratificante», reflexiona Guillard, quien describe a un comprador que adquiere no tanto el objeto en cuestión, como su pasado, el universo al que una vez perteneció.

Y entretanto, cuando parecía que la cultura digital acabaría con los problemas de espacio, regresan los vinilos y las películas de colección mientras los internautas imprimen álbumes con sus fotos de Facebook.

«Necesitamos la seguridad que proporciona tocar, lo físico», concluye Guillard para confirmar una tara que va camino de convertirse en un drama universal: «La reticencia a deshacerse de las cosas». EFE

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Redacción Minuto30

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