Una de las posiciones más apasionantes que he ocupado ha sido la de dirigir una institución correccional con más de 700 confinados y con 300 oficiales de custodia. Trabajar en un ambiente machista-chauvinista fue un reto para una mujer atractiva, abogada, y llena de compasión.

Son muchas las anécdotas que puedo compartirles, pero hoy quiero compartirles una que marcó mi vida para siempre. Como Superintendente supervisaba las gestiones de la Comandancia de Seguridad, por consiguiente las funciones de los sargentos y oficiales de custodia. No era muy bien vista por los oficiales y superiores de estos pues fui contratada por un Secretario, que también era abogado y quería que el sistema correccional pasase a ser de uno punitivo a uno rehabilitador. Misión bastante difícil.

Me caracterizaba por todas las semanas realizar una ronda por toda la institución y tomar los pedidos de cada uno de los confinados. La referida ronda en ocasiones me tomaba como 6 horas. Algunos pedían realizar un bautismo de un hijo, otros ir al área médica, otros un juego de dominó, entre otras solicitudes. Para mi era tan importante el juego de dominó como el bautismo, porque aprendí que cuando tenemos la libertad restringida cualquier cosa puede ser un acontecimiento importante. Por eso nunca minimizaba sus peticiones.

Para mi era muy importante la salud de los confinados, pues aunque hubiesen cometido delitos, tenían el derecho humano de ser tratados con dignidad. En una ocasión un sargento que no era yo santo de su devoción, le tocaba dar la ronda a la institución, mientras yo estaba asignada a visitar y supervisar las 10 cárceles del Complejo Correccional Las Cucharas donde trabajaba en Ponce, Puerto Rico. Recuerdo que cuando pasaba por uno de los módulos, vi un confinado muy enfermo. Tenía los gabetes de sus zapatos sueltos y casi se iba a caer.

Me detuve junto al oficial de seguridad e instintivamente me bajé a amarrarle los zapatos al confinado. A su vez, le pedí al sargento a cargo que por favor lo llevara al área médica inmediatamente. El sargento asintió.

Me fui a mi casa y por alguna razón cuando ya llevaba como 15 minutos de viaje me dio una corazonada de que algo pasaba en mi institución, y regresé sin avisar. Le pedí al oficial de la entrada que no me anunciara. Fui directo al módulo donde había dado instrucciones que llevaran al confinado al área médica pues estaba muy enfermo. Cuando llego al módulo veo al confinado tirado en el suelo con un plato de comida a su lado. El confinado estaba convulsionando.

Inmediatamente llegó el sargento al que le reclamé no siguiera mis instrucciones. En ese momento buscó el primer vehículo oficial que encontró y llevó al confinado a la sala de emergencia del complejo. Mi corazonada le salvó la vida al confinado me dijo el doctor. Como también me hizo ver como sargentos desobedecian mis órdenes sin compasión.

Al otro dia me cita el Comandante de la Guardia a una reunión de emergencia. Aproveché para indicarles que mis órdenes debían respetarse. La sorpresa fue cuando el Comandante me dijo las siguientes palabras: “Superintendente usted atenta contra la seguridad de esta institución”. Le pregunté asombrada por qué y me respondió: “Porque usted le amarró a un confinado sus zapatos”. En otra ocasión me citaron para decirme las mismas palabras, “que atentaba contra la seguridad de la institución por mi belleza”. Según ellos los confinados pedían verme para admirar mi belleza. Ocasión en que les dije que estaba allí por mi intelecto, no por mi belleza.

Sin embargo, en esta ocasión sabía que mi compasión atentaba contra la seguridad, pues no estaba permitido acercarme a un confinado, ni siquiera con la acostumbrada escolta. Pues en ocasiones nos tomaban como rehenes. Al final, pudo más mi corazonada de mujer y mi compasión.

Aprendí de ese trabajo tantas cosas valiosas. Luego de ese trabajo cualquier posición es fácil para mi. Logré en un mundo lleno de maldad, criminales, y abuso de poder, llevar paz, amor propio, y respeto a los derechos humanos. Mi institución era la única que tenía una biblioteca rodante, gracias al apoyo del bilbiotecario Diou.

Foto: Cortesía

Mis confinados leían a Gabriel García Márquez, y a Isabel Allende. Era obligatorio que hicieran ejercicios. Atendía cada uno de sus pedidos, mientras otros superintendentes los ignoraban. Pienso que por eso, cuando en situaciones que nos tardabamos mucho tiempo en salir del complejo por exceso de tráfico, se escuchaba en diferentes cárceles los gritos de algunos confinados: “La queremos Superintendente Pietri”. Cuando la realidad era que a los Superintendentes los confinados los odiaban, y les llamaban despectivamente “gobierno”.

Es curioso, que una mujer como yo que le tiene temor a las hormigas, hizo historia dirigiendo cárceles en su país con gran valentía.

Cuando bajes tu cabeza que sea para ayudar a otros. No para avergonzarte de quién eres, o para demostrar inseguridad, o cobardía.

Abogada, columnista internacional, Directora de la Fundación Bala Corazón, 
Agente de bienes raices en Florida, US y la República Dominicana. 
Visita: www.latinasempowerment.com 
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Redacción Minuto30

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