El mundo todo, tanto el llamado civilizado como el de los países en vía de desarrollo o tercermundistas anda loco, absorbido totalmente por la cibernética y sus hombres y mujeres, especialmente sus dirigentes políticos y demás componentes del aparato burocrático, cada vez son más superficiales y vulgares.
Gustavo Salazar Pineda

Para comprender los distintos fenómenos sociales que padece nuestra sociedad, muchos de ellos que serán objeto de análisis en posteriores columnas, debemos ubicaros en la caótica situación que vive el mundo entero.

Comprender las causas actuales de tanto desorden y caos de la actual sociedad puede permitir hacer algunas sugerencias tendientes a mejorar tan apocalíptica realidad contemporánea.

En Europa, especialmente en naciones antes grandiosas y respetadas como la francesa, la italiana, la española y la griega, la crisis apunta no sólo a lo económico, sino a lo moral, cultural e intelectual.

La Francia grande, poderosa y respetada de los tiempos de De Gaulle ha cedido a una nación gala decadente económica, cultural e intelectualmente. Va mucho del respetado De Gaulle al frívolo Sarkozy o al mediocre de Francois Hollande.

La Italia próspera de hace unas décadas se convirtió en un circo dirigido por un hazmerreír de la política, el libertino como ambicioso Silvio Berlusconi.

La Grecia culta, trabajadora y heredera de la más alta civilización mundial terminó siendo una nación de vagos, de dirigentes políticos mediocres y superficiales y de intelectuales de tercera.

La España de Unamuno y la Generación del 98, de la época de oro de las letras, es apenas una nación de segunda categoría, vapuleada por la crisis económica y la decadencia y corrupción que nada tiene que ver a la otrora y culta nación catalana.

De Colombia, mejor ni hablar. La Atenas suramericana que fue Bogotá, es un hoy un amasijo de millones de habitantes con una calidad de vida pésima y con una cultura en su amplia mayoría, vulgar y grotesca.

De la admirable cultura grecoquimbaya del viejo Caldas liderada por insignes letrados y cultos varones manizalitas, no queda sino un ligero recuerdo entre algunos intelectuales de hoy.

Muchos factores han llevado a este caos social del siglo XXI. El más destacable agente degradante, a mi juicio, es el abandono de la cultura humanística y con él desprecio de los más importantes valores humanos tradicionales. La humildad, el respeto por el prójimo, la gratitud, la solidaridad y el amor por la vida sencilla, cedieron a la arrogancia, prepotencia, ambición desmedida, egoísmo enfermizo, el menosprecio de la vida tranquila y sosegada y el apego extremo por el tener antes que el ser.

En épocas pretéritas un joven en sus nuevos años mozos leía obras literarias de los clásicos maestros universales, los de hoy se contentan como los bachilleres de antes, con una información oceánica y ninguna profundidad intelectual. La fiebre brutal desmedida por la internet, la televisión y la información de las llamadas redes sociales están acabando con el pensamiento individual, la vida culta de hombres y mujeres, la cultura y la vida espiritual no sólo de la juventud, sino, inclusive, de la población adulta. La civilización reemplaza la cultura, la práctica y la tecnología a la ciencia, los computadores a los libros.

La educación pública ha sido descuidada, pues nuestros maestros actuales, carentes de vocación y con remuneración propia de damas de peluquería, ellos mismos maleducados para la vida, ya no enseñan siquiera, como antes, técnicas para ganarse la vida.

El analfabetismo, cultural, educacional y emocional es general y hasta los hombres públicos que rigen los destinos de las naciones, los empresarios, los jueces, magistrados y demás dirigentes sociales, son cada vez menos educados y cultos y por el contrario se muestran vulgares, ambiciosos y apenas epidérmica y aparentemente ilustrados y eruditos. Esto explica la locura colectiva, la neurosis social y patológica que padecemos los seres humanos de la alborada del tercer milenio.

Hace un cuarto de siglo nos alertó acerca de la decadencia y deterioro de la sociedad moderna el sociólogo, escritor y periodista italiano Francesco Alberoni. Predijo Alberoni el advenimiento de los vulgares, no sólo en la política, sino en las distintas esferas del tejido social. Así escribía hace cinco lustros el destacado y culto hombre de Milán: “También son amargos los períodos en los que se apaga toda luz ideal, en que la gente sólo se preocupa por enriquecerse, los políticos sólo se ocupan de su poder ………… La gente ya no cree en nada, se vuelve árida y la aridez de corazón se comunica también a la mente. No logra comprender la diferencia entre las cuestiones mezquinas y las elevadas. No comprende siquiera cuándo algo es profundo y cuándo es superficial, termina por bajar el nivel de todo, termina por creer que todo es apariencia, que todo es efímero. Se cree sabia y sólo es cínica, se cree fuerte y sólo es grosera ….. La gente, las épocas de vulgaridad, en cambio, no tienen tiempo para observar con cuidado, no tiene tiempo para ocuparse de las finezas, no tiene tiempo para ver, quiere hacer rápido, quiere tener éxito enseguida, sin cuestionarse jamás si lo merece. No siente necesidad de hacer las cosas bien, llega a odiar a aquel que hace las cosas bien. Nosotros somos demasiado indulgentes con los superficiales, con los vulgares, con los groseros, los justificamos inútilmente, la persona superficial, vulgar, chabacana, desprecia las cosas que hace, y es por eso que las hace mal. Por eso en las épocas de vulgaridad es tan difícil trabajar con cuidado, seguir la vocación, ser respetado por la propia seriedad. Por eso aquel que es grosero y vulgar ensucia todo, baja todo a su nivel. Como está vacío, quiere que todo a su alrededor también lo esté”.

En lo que la actual situación caótica, enloquecida, vulgar y deprimente de Colombia se refiere, esto explica por qué desde presidentes, congresistas, algunos periodistas, unos empresarios, varios jueces, muchos fiscales y magistrados tienen la imagen de las instituciones patrias en un abismo insondable y su prestigio personal en un inmundo foso.

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Redacción Minuto30

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