Cuentan que por los tiempos de Navidad, el ángel enviado por Dios a la tierra para encontrar las buenas acciones de los hombres por su encargo no se rendía. En su viaje a través de la espesura de la noche sintió la oración elevada por un padre. Miró hacia abajo y vio a un hombre sollozando; rezaba a Dios Padre pidiendo por su hija de quien no sabía hace mucho tiempo y que no estaría en casa para esa Navidad.

El ángel siguiendo la intención de la oración encontró a la hija de aquel hombre. Estaba parada en la esquina de una gran ciudad, en grave peligro. Al frente había un viejo bar. Los que estaban sentados rara vez levantaban su vista para mirar por encima de sus bebidas y no notaron la presencia de la niña.

El que atendía el bar era un hombre que no creía en nada excepto en sus ganancias. Nunca se había casado, nunca tomó vacaciones y nunca nadie lo había visto lejos de la barra. Él siempre estaba ahí cuando los clientes llegaban y se iban. No daba crédito a nadie. Era el típico tacaño, avaro, que no se inmutaba por nada con una aparente insensibilidad.

De repente, la puerta se abrió y entró un pequeño niño. El barman quedó pasmado, fuera de lugar, no podía recordar la última vez que vio a un niño en aquel lugar; pero antes que tuviera tiempo de preguntarle que quería, el niño le dijo si él sabía que había una niña afuera en la puerta que no podía regresar a casa en la noche de Navidad. Dando un vistazo por la ventana, vio a la niña y le preguntó al niño que como sabía eso.

El chico replicó: «Hoy que es Navidad, si ella pudiese estar en casa con los suyos, sería grandioso, extraordinario, ella necesita ayuda urgente». El barman miró de nuevo a la niña pensando en lo que el niño había dicho.

Luego de algunos segundos, fue a la caja registradora y sacó todo el dinero que había. Salió del bar, cruzó la calle y siguió a la niña que había avanzado unos cuantos metros. Todos los que estaban en el bar pudieron ver estupefactos cuando él hablaba con la niña. Luego, llamó a un taxi, la hizo subir a él y le dijo al chofer, entregándole dinero suficiente: «Al aeropuerto, por favor en el siguiente vuelo, esta niña debe llegar hoy mismo».

Mientras que el taxi se perdía en medio de los demás autos, volteó para buscar al niño, pero ya se había ido. Regresó al bar y preguntó a todos si alguien había visto al chico, pero como él, todos estaban viendo cómo se perdía el taxi en las calles. Y luego alguien comentó entre risas que el milagro más increíble del mundo sucedió, pues además durante el resto de la noche, nadie pagó por un trago.

El viejo avaro sin hijos había cambiado su vida para siempre, precisamente por la obra de un niño. Por fin pudo pasar una Navidad en paz y con satisfacción, aquella que no la provoca ningún bien material ni el dinero. Por fin la oportunidad se le dio y no la desaprovechó.

Mientras tanto, el ángel voló de nuevo. Subió al cielo y puso en las manos de Dios lo que finalmente había encontrado para Él: el deseo de un alma por la felicidad de otro. Y Dios Padre sonrió.

Apostilla: Los corazones mansos entienden la Navidad más allá de las palabras. FELIZ NAVIDAD.

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Redacción Minuto30

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