Quiero empezar estas notas advirtiendo que no pretendo, en ningún momento, ser grosero ni provocador de nada, pero sí muy franco y serio en mis apreciaciones. Me duele, y mucho, la educación de mí país, no es justo tanta indiferencia con el sector educativo y menos que sigamos alimentando más las esferas de la guerra que de la paz. Lo primero es hacer algunas preguntas, ¿dónde están y, qué podrán estar haciendo miles y miles de estudiantes de las universidades públicas que están en cese de actividades académicas?, ¿qué están haciendo los profesores sin estudiantes?, ¿a quién podrá importarle realmente el semestre que ya se está yendo y el retraso laboral, a futuro, de estos jóvenes?, ¿están tristes los profesores, personal administrativo, de servicios generales, bibliotecólogos y demás empleados al ver la universidad vacía?, ¿dónde estudian los hijos, nietos o sobrinos de congresistas o del gobierno en general, en universidades públicas? Lo que tengo claro no son solo las preguntas e inferir algunas respuestas, no, tengo claro que hoy no pocos jóvenes brillantes, talentosos, genios, están esperando regresar a las aulas y, aunque haya algunos pocos vagos felices sin clases, otros andan tristes, muy tristes.

Aduce el gobierno que no hay dinero y que será imposible inyectarle más recursos a la educación pública universitaria, siendo así, las 32 universidades públicas, con sus faltantes presupuestales, seguirán por saecula saeculorum siendo la cenicienta de un sistema que poco o nada ha pensado en ellas. Sin sonrojarse admiten desde el alto gobierno que la culpa no es de ellos sino de una ley (ley 30 de 1992) y unos articulitos que quedaron mal hechos, los cuales dicen que los presupuestos de las universidades estatales se generarán de aportes del Presupuesto General de la Nación, entes territoriales y de recursos propios, dicho presupuesto crecerá al menos un punto por encima del IPC (Índice de Precios al Consumidor), como si fuera lo mismo hablar del alza de la leche, los tomates y la educación superior. Algún día escribí en otro artículo que el dinero de las universidades públicas se estaba invirtiendo en las universidades privadas bajo la consigna estridente de “ser pilo paga”.

Bueno, como digo una cosa digo la otra, la protesta estudiantil no se hace por la mala calidad de la educación, muchos van detrás de un título como requisito para poder trabajar, no se puede negar que hoy es más importante un título que el saber, desafortunadamente el síndrome de la “doctoritis” aguda nos invadió y con ella la mediocridad. No se trata solo de reclamar asuntos materiales, se debería también luchar por mejorar los pensum académicos, exigirles calidad en las clases a algunos profesores que no son capaces de trabajar sin un Video-beam o videos de computador, solo falta que opten por el dibujo libre para entretener a los estudiantes. Calidad, por favor exijamos también calidad educativa.

Entiendo que la protesta social es una forma de expresión ciudadana mediante la cual los habitantes de un determinado territorio manifiestan su inconformidad ante algunas decisiones públicas o privadas que afecten el bienestar de quienes allí habitan, estoy de acuerdo en que la protesta debe mantenerse y defenderse en cualquier instancia de la vida social, eso lo defenderé, lo importante es que toda queja o reclamo se haga con altura y respeto por los derechos del otro. En ninguna protesta será válida la violencia y la represión en contra de la dignidad humana, alcemos la voz pero desarmemos nuestros corazones. Ahora, teniendo en cuenta que las protestas siempre serán bienvenidas, deben los estudiantes blindar sus marchas de todo seudo revolucionario que, portando aerosoles o bombas caseras pretenda acabar con el pacifismo de sus reclamos. Tampoco deben permitir que politiqueros aprovechados funjan como voceros de los estudiantes.

Qué bueno sería que la educación en este país y, en América Latina, deje de ser un negocio y se asuma realmente el conocimiento como lo que es, algo valioso para el avance y desarrollo de los pueblos. De mi parte no me cansaré nunca de proclamar que el conocimiento es y será de los humildes, los petulantes, soberbios y altaneros nunca entenderán que es el saber. A nuestras universidades públicas deberían llegar cada día jóvenes humildes, deseosos de aprender y no tanto yupi engreído que solo entorpece el proceso de enseñanza aprendizaje. Ojalá que este paro se solucione pronto y que los jóvenes regresen a las aulas de donde no debieron haber salido.

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Redacción Minuto30

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