Es interesante e inquietante pensar cómo ve el mundo un niño de ciudad de hoy en día nacido, por ejemplo, después del año 2007.

Estos pequeños han nacido en un mundo con un aire avanzadamente contaminado, en donde no ven fácilmente las estrellas en el firmamento o las edificaciones lejanas en el horizonte, en donde no saben lo que es un rio su estado natural, limpio y con peces que sean comestibles, o por lo menos no creo que lo hayan visto muy seguido. Que pensarán cuando se les dice, por ejemplo, en el caso de Colombia, que van a pasar por el Rio Bogotá o por el Rio Magdalena? Se apresurarán a taparse la nariz para evitar el mal olor o a subir los vidrios del carro? Es ese el concepto de rio que tienen? Un lugar que provoca esas sensaciones?

Ellos no se preguntan sobre lo que es internet puesto que éste está en todas partes, es como el aire, que permite subsistir y que no se ve, ni se supone; algunos nunca han manipulado un radio receptor, lo que les exigiría un mínimo de paciencia hasta lograr sintonizar un audio de su gusto y la televisión es un concepto que no distinguen pues solo saben que hay una pantalla, la más grande de las muchas a las que acceden en donde se puede ver mejor el contenido.

Para un niño de este tiempo es normal ¨digitar¨ para preguntar cuanta cosa imaginable en Google o dejarse mecer durante horas y horas al vaivén del océano de información, falsa o no, y dejarse llevar por las sugerencias temáticas sin fin.

Los nacidos del año 95 en adelante crecieron en un ambiente similar, pero alcanzaron a percibir, por ejemplo, la diferencia entre la televisión y el contenido en internet, y distinguen el momento de la aparición de las redes sociales.

Es curioso pensar en qué se siente vivir en un mundo en donde se percibe una silenciosa amenaza de extinción. En donde se habla de una población que va a vivir a Marte, como si fuera cosa fisiológica y económicamente sencilla de hacerse para 7 billones de personas. Es natural, desde mi punto de vista que el ser humano mire hacia el espacio y contemple crear las condiciones para la vida como lo exige nuestra biología, es parte de la natural evolución, de nuestro instinto de conservación, pero por otra parte resulta egoísta que sociedades que han derrochado durante décadas con total indolencia los recursos naturales limitados hasta casi un punto de no retorno, hagan tan poco por evitar ese punto en donde el planeta vaya hacia el colapso. Es irresponsable ese consumo loco de productos con obsolescencia programada, que duran poco y que promueven una rotación innecesaria, un consumismo rápido e irracional, solo hace falta ver las toneladas desechos sólidos y plásticos de uso único que han producido durante décadas países como Estados Unidos o los desechos industriales que son vertidos diariamente en los ríos de China.

Recuerdo cuando estaba aún en la escuela a principios de los años 90s, el discurso ecológico sobre los aerosoles, sobre aquel aterrador hueco en la capa de ozono, que hacía pensar sobre el fin del mundo y cosas atemorizantes, recuerdo también el esfuerzo ecológico de Jaques Cousteau; en fin…

Volviendo a nuestros niños de hoy, es irresponsable también, desde mi punto de vista la exposición excesiva de estos a los dispositivos electrónicos, recuerdo el caso curioso de unos de mis profesores de telecomunicaciones en la universidad, en la facultad de ingeniería, que no solía usar celular pues decía que su radiación mataba 10 neuronas por segundo, o a las recomendaciones de la FCC (Federal Communications Comission) que yo consultaba mientras trabajé en una multinacional koreana en el departamento de telecomunicaciones; estas recomiendan distancias mínimas de contacto y exposición de estos dispositivos con el cuerpo humano; había de hecho en ese entonces un prototipo de celular con condiciones especiales para ser usado por niños.

Sin embargo, solo diez años después vemos a bebés y niños con una exposición excesiva a celulares y tabletas, con una ansiedad por estar viendo y escuchando contenidos a toda hora y con dificultad para dormir, para tolerar la espera o experimentar la concentración; para relacionarse en el plano físico y social con otros niños y adultos. En países desarrollados como el Reino Unido hay niños que pasan cerca de 10 horas diarias accediendo a contenidos en internet en los diferentes dispositivos.

Valdría la pena bajar la velocidad, que los niños vuelvan a tener espacios para los juegos, para la creatividad en ambientes con menos dispositivos electrónicos y con otro tipo de instrumentos, como musicales, motrices, deportivos, literarios, científicos pero que el medio maravilloso de las tecnologías de las comunicaciones no se convierta en un fin. Que su mundo no parezca hecho de los desperdicios de otras épocas, que haya sentido de pertenencia y una nueva esperanza creadora.

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Redacción Minuto30

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