En Buenos Aires la leyenda popular aseguraba que ningún argentino sería vencido en el coliseo Luna Park. La fuerza y el apoyo del público eran ingrediente de victoria. Así lo demostraron sus púgiles que libraron tantas batallas épicas, arropados firmemente por sus fans como Nicolino Loche, Santos Laciar y Carlos Monzón.

Pero la noche del 25 de septiembre de 1971, el mito estuvo a punto de derrumbarse. Se enfrentaban el mítico Carlos Monzón, quien defendía su título de los medianos, y el roble Emile Griffith. Promediando el combate la superioridad del estadounidense era evidente. Pero algo extraño ocurrió, se fue la luz y tardó en volver unos minutos. Retornó un remozado Monzón y ganó por KOT en el 14º round.

Dentro del imaginario social se han construido mitos e historias algo fantásticas especialmente para describir el poder y la idiosincracia argentina. Pero que sirven para entender mejor los contextos especialmente en lo deportivo. De allí se derivan una buena cantidad de anécdotas y locuciones como lo aquí servido.

Es muy conocida la fama de los argentinos por su autosuficiencia, autoestima elevada y convencimiento casi natural de ser los mejores. Lo han aplicado muy bien en el deporte y particularmente en el fútbol. Sin duda, les ha entregado resultados favorables. De allí su enorme tradición futbolística que los convierte en uno de los lugares del universo más poderosos con el balón.

Frente a ello se han tejido muchas historias. Hace unos años cuando Diego Maradona hacía su programa de TV decidió invitar a Pelé, su eterno rival. Todo el mundo creía que los medios informarían algo así como: “Maradona entrevista al rey”, “El rey invitado por Maradona”. La información fue escueta, tajante y muy argentina: “El Rey visita a Dios”.

Los argentinos no se pierden ni una. Como el cuento aquel de un cotejo Brasil –  Argentina que terminó sin goles, dicen que un comentarista expidió el resultado final así: “Brasil 0, Argentina cero golazos”. Además comentan que el único recuerdo que tienen de la Guerra de las Malvinas, es que fueron subcampeones.

Pero la tapa de este entramado es un hecho real (según mi corresponsal en Buenos Aires) y mucho más insólito. Se cuenta que hace poco murió un argentino, naturalmente hombre de fútbol y va al cielo. Al llegar una vez le toman los datos y la requisa de rigor, lo primero que le pregunta a San Pedro con cierta arrogancia es, si allí se juega fútbol. “Pero claro” –dice San Pedro – y lo lleva a dar una vuelta para que vea el ambiente que hay con querubines y ángeles, magistrales con el dominio del balón.

De pronto le llama la atención un jugador fuera de serie, muy habilidoso, casi único, que hace múltiples piruetas y técnicas de fútbol. (“Es el mejor del universo”, piensa para sí). El argentino asombrado le increpa a San Pedro. “¿Ché, por qué no me habías dicho que Maradona había muerto?” San Pedro le contesta: “Nada de eso. Ese es Dios, pero se cree Maradona”.

Poco tiempo después de este incidente, el 25 de noviembre del 2020, fue el mismo Maradona quien llegó a recuperar ese espacio en la eternidad. San Pedro casi no le reconoce, pero Diego se le adelanta y le dice: «Soy el rey, el 10 y vengo a visitar a Dios».

Apostilla: “En la clínica hay uno que se cree Napoleón y otro Robinson Crusoe. ¡Y a mí no me creen que soy Maradona” (2004., clínica de recuperación de las drogas).

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Redacción Minuto30

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