Hace pocos días en un congreso de Ciencias Humanas escuché decir que de haber existido el teléfono móvil o celular desde tiempos pretéritos muchas obras clásicas de la literatura universal hubiesen tenido otro final. Terminado el congreso, llegué a mi casa y mi cabeza no dejaba de imaginar cosas con relación a todo lo que había escuchado, por un momento me parecía ver a Romeo y Julieta pactando una cita clandestina por WhatsApp, a la vez que me pregunté cuántas llamadas habría hecho el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha a su amigo Sancho Panza, de haber tenido entre sus utensilios un celular de doble sim card. Como admirador de la obra de nuestro Nobel, García Márquez, pensé en Úrsula Iguarán llamando a Aureliano Buendía para contarle que estaban lloviendo mariposas amarillas, pensé además que en la “Crónica de una muerte anunciada”, alguien, desde una venta de minutos de celular debió llamar a Santigo Nasar y avisarle que los hermanos Vicario lo estaban buscado para matarlo.

Ah, que diferente es la vida sin celular. Indudablemente se cambiaría la trama de las obras literarias si a los protagonistas les diéramos un teléfono celular, por ejemplo la historia de Robinson Crusoe perdido en una isla desértica tendría otro desenlace, el Renacuajo Paseador, antes de colarse en la boca de un sapo tragón y que éste se lo embuchara de un solo estirón habría llamado a su madre o al número de emergencias 123. En María, de Jorge Isaacs, Efraín le hubiese dado a María un iPhone para que lo llamara ante sus prolongadas ausencias.  En fin… terminé mi idilio imaginando a Caperucita Roja chateando con el lobo, a Blancas Nieves y los siete enanos haciendo fila para pagar su plan y luego preguntando “espejito, espejito cómo te parece mi nuevo celular”.

Dos cosas me quedaron muy claras aquel día, la primera que ninguna historia de amor hubiese sido trágica en la literatura universal de haber tenido a mano un celular, los secretos, misterios e intrigas se hubieran develado con cualquier mensaje de texto, y la segunda, que existen hechos o acontecimientos que marcan el rumbo de la historia de la humanidad dando cabida a un antes y un después. Eso sucedió con el celular, existieron unas formas de comunicarnos antes del celular. No se puede negar que la capacidad de asombro e imaginación se han ido perdiendo poco a poco debido a la inmediatez con que todo se sabe o se resuelve, el señor Google dice todo con la rapidez de un clic. En ningún momento quiero juzgar y, tampoco menospreciar, pero tengo la idea que hoy los millennials, la generación Z y otros grupos generacionales, se están privando de muchas cosas lindas ante la irrupción del mercado tecnológico, un mercado que poco a poco nos va arrinconando a la necesidad de comprar y depender, a la vez que nos acostumbra a nuevas formas de comunicación y de desarraigo social.

Tal vez algunos no estén de acuerdo conmigo, pero, hoy agradezco a la vida que no siempre conté con un teléfono celular, sino que tuve la fortuna de disfrutar mi niñez con amigos reales y para nada virtuales, fue la época en que al llegar de la escuela uno mostraba a la mamá, como pasaporte para salir a jugar, las tareas hechas y todo corría por nuestra cuenta, puro derroche de creatividad. Como no existían las canchas o zonas para el deporte, los partidos de fútbol se hacían en la calle, donde los carros de rodillos y las bicicletas alquiladas, se confundían con juegos callejeros, como todos éramos iguales y la exclusión no había aterrizado en nuestro barrio, todos jugábamos  a la golosa (Rayuela para Julio Cortázar), yeimis, a que te cojo ratón, brincábamos lazo, jugábamos mamacita y hacíamos comitivas, en fin, era una niñez sin celular.

Recuerdo cuando niño que en mi casa no había teléfono fijo, menos celulares, y en el barrio había una familia, los ricos de la cuadra, que sí tenían teléfono y nos permitían hacer llamadas o anotar el número telefónico para efectos de un trabajo o enfermedad, eran los tiempos en que la ropa se lavaba a mano y cuando se iba la luz eléctrica, mi madre prendía un viejo fogón de petróleo, del cual recuerdo el aroma que impregnaba la casa con aquel humo grisáceo. Conseguir un teléfono era toda una odisea, existían los teléfonos públicos a los que tocaba echarles monedas, eso sí, debía uno llenarse de paciencia si algún enamorado estaba llamando a su novia, a veces había unas filas largas para llamar. Como nos cambia la vida, hoy con escaso cabello y peinando canas paso gran parte del día, por efectos del trabajo, pegado a un celular, trato de ser moderado y no depender mucho de ese aparato, pero se hace imposible, ya que la modernidad nos exige estar comunicados por este medio, además debido a la inmediatez de este, resulta más fácil realizar mi trabajo, en ocasiones me gustaría… Solo una llamadita.

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Redacción Minuto30

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