Hace pocos días uno de mis amigos fue llamado a prestar sus servicios profesionales al SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje), a un puesto de alta alcurnia. La verdad sentí mucha alegría que a alguien como él lo hayan nombrado por sus capacidades académicas, sus valores y, sobre todo, por sus dotes de buen educador, ahora bien, cuando las cosas se consiguen meritoriamente y no por prebendas o intrigas, como en este caso, es más satisfactorio. Algo curioso fue que al momento que él nos socializaba con alegría la noticia, alguien de quienes lo escuchábamos manifestó, “te felicito y, la verdad, siento una envidia bonita, enviada de la buena…”. Al escuchar semejante embuste no puedo negar que me estremecí, esto porque nunca he creído que la envidia tenga algo positivo, al contrario la envidia la entiendo como el malestar o enojo que sienten algunas personas al no tener lo que otros tienen y ellas tanto han deseado.

Debo admitir que nunca he creído en las mentiras piadosas, como tampoco creo que haya rencor del bueno, ira agradable, o rabia bacana, tengo claro que mentir es mentir y que una mentira solo se sostiene con otra mentira. Los antivalores son eso, antivalores. Después de felicitar a mi amigo por sus logros, me retiré pensando que el envidioso difícilmente tiene buenas intenciones, entonces vino a mi mente la frase del famoso ciclista antioqueño, Martín Emilio Rodríguez, “Cochise”, quien al sentir la envía que despertaban sus triunfos atinó a decir que “en Colombia muere más gente de envidia que de cáncer”. Para mí no hay envidia buena.

De otro lado aprovecho la oportunidad para recordar que un día en una de mis charlas pedagógicas, haciendo alusión a la educación para el trabajo no pude dejar de mencionar al SENA en el marco de la Educación Terciaria, fue así como en medio de preguntas y respuestas empecé a contarle a los asistentes como en medio de una violencia inusitada, a mediados del siglo XX, el país se desangraba mientras que los sistemas educativos poco avanzaban. Resultó que en medio del caos nacional y durante el gobierno de la Junta Militar, posterior a la renuncia del general Gustavo Rojas Pinilla se creó el SENA mediante Decreto-Ley quedando para la historia con fecha del 21 de junio de 1957.

Lo interesante de todo este cuento es saber cómo nació la idea que dio origen a tan magna obra educativa, pues resulta que en la cabeza del señor Rodolfo Martínez Tono, mentor y fundador, rondaba la idea de crear una institución descentralizada y autónoma que permitiera dignificar la formación de los obreros del país en oficios dignos los cuales podían complementarse con estudios académicos. Intrépido y de la mano del señor, Francis Blanchard, director, en su momento, de la División de Formación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), poco a poco fue madurando su idea hasta que en uno de sus viajes a Europa, observando la majestuosidad del río SENA que atraviesa la ciudad de París, decidió llamar así su obra. Es de anotar que la naciente entidad no solo se dedicó a formar técnicos u obreros calificados, sino también empresarios a quienes les ayudó a desarrollar pequeñas y medianas empresas.

Recuerdo que en la década de los años 80’ el SENA era un sueño inalcanzable, ya que muchos jóvenes que aspirábamos entrar en esos claustros no lo pudimos lograr ante la masiva demanda y la poca oferta de los cursos ofrecidos, de ahí que ser egresado del SENA era un privilegio que pocos alcanzaban. Como le ocurrió a otras entidades del Estado, tristemente la politiquería empezó a tocar las puertas de tan linda institución y sin darnos cuenta se empezó a desdibujar la calidad de lo que allí se ofrecía, como por arte de magia, con el fin de mantener una alta burocracia empezaron a ofrecer cursos y cosas que poco o nada servían para el mejoramiento del empleo en un país aporreado por la altas tasas de desocupación.

Con humildad y respeto quiero decir que el SENA debe empezar a rescatar su identidad ofreciendo en cada región cursos pertinentes y necesarios que enamoren nuevamente a la población y a la vez generen vínculos reales de inclusión. En un país con sobredosis de doctoritis, sería bueno volver a los oficios que permitan un real desarrollo de las regiones, rescatando la unidad nacional no basados en el miedo sino en la producción, debemos tener presente que los países desarrollados nunca han abandonado sus oficios. Recoger la historia del SENA abriría el camino a una nueva identidad que permita identificar las técnicas y tecnologías postmodernas con las raíces y costumbres que se viven en este bello territorio. Por el desarrollo del país nada de envidia y si mucha unidad.

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Redacción Minuto30

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