La seguridad, como concepto, esta en el sustento mismo del Estado de derecho moderno, pues expresa la posibilidad para los asociados de ejercer sus actividades con la certeza sobre los limites que tienen las fuerzas que los rodean, de ellas tal vez la principal, es precisamente la del mismo Estado. Así en una perspectiva democrática la seguridad es sobre todo el limite del poder del Estado, en suma, la garantía de los derechos.

En este sentido la seguridad como garantía de los derechos es el requisito necesario para que se exprese una sociedad democrática; Por esta razón el entendimiento de la seguridad no se reduce al orden público o al ejercicio de la fuerza. Por el contrario, la concreción de instituciones políticas y derechos que impidan el uso excesivo de la fuerza son la garantía de la seguridad y por tanto de la democracia.

Colombia fue gobernada por un capataz cuya perorata autoritaria fue denominada seguridad democrática, como en el peor de los relatos distópicos, una expresión alegórica de lo que todo ese gobierno no significaba. Seguridad democrática fue el remoquete publicitario de un gobierno en el que se destruyó en Colombia sistemáticamente cualquier institución que significara, precisamente, la seguridad como valor esencial de la democracia.

A principios de este siglo, aupado en el miedo de una sociedad desconcertada, un político excepcional, miembro de la clase emergente producida por el narcotráfico y otras empresas criminales. Convenció a las mayorías electorales de que lo que requería el país era una solución de fuerza. Un patriarca de aguadeño y caballo capaz de recuperar una intranquilidad infundida por el conflicto armado encrudecido y la crisis económica causada por la ineficiencia de las elites. La negación misma de cualquier idea de seguridad en democracia, precisamente, la violencia física y simbólica como fin en sí mismo. Una poderosa caricatura de todo lo que en los machos de la manada generan las inseguridades: violencia.

La seguridad democrática llegó para destruir toda institución democrática que languidecía en Colombia: convirtió al Ejército Nacional en asesino a sueldo de jóvenes en todo el país para mostrar resultados, la vida de al menos 6402 jóvenes en se convirtió en el doloroso intercambio de vacaciones y recompensas. La inteligencia del Estado degradó en perseguidora política en contra de profesores, jueces y periodistas. Y con el nombre de Orio, quedó una estela de desaparición, masacre y violencia; la renuncia del monopolio de la fuerza en el matrimonio entre fuerzas armadas y paramilitarismo.

Son muchos los engaños de los que ha sido victima este país, pero sin duda, que, con el nombre de seguridad democrática, cualquier institución democrática haya quedado en hilachas, es la más dolorosa de las realidades que nos ha dejado cualquier mentira.

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Redacción Minuto30

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