Bogotá ha sufrido durante los últimos meses de una ola de violencia que más parece un tsunami, y nos evoca a aquellos finales de los años 80´s y principios de los 90´s donde nuestros padres, con lágrimas en los ojos, nos pedían no salir a las calles so pena de ser víctimas de una bomba, o de algún sicario en “período de prueba”. Hoy que somos adultos, nos vemos obligados a recorrer el asfalto en las frías calles capitalinas, para poder llevar un sustento a nuestros hogares. Nos enfrentamos a la mirada ávida de quien ansía nuestras pertenencias, sabiendo muy bien que la vida en la Atenas Suramericana, no vale más que un celular o una bicicleta.

Precisamente esta semana Diego Alejandro Cardozo, un joven de 25 años, perdió la vida ante los ojos impotentes de su hermano, que veía con dolor cómo la sangre se mezclaba con el asfalto de los túneles de la Calle 26 con Avenida Boyacá, mientras dos personas de “nacionalidad extranjera” escapaban rápidamente con su bicicleta.

De igual manera, el subintendente de la Policía Nacional, Juan Pablo Vallejo, hermano del Representante a la Cámara Gabriel Jaime Vallejo, murió por un impacto de bala en la cabeza en un intercambio de disparos durante un procedimiento policial, hecho en el que también resultaron heridos un fiscal, otro uniformado y uno de los delincuentes. Estos dos ejemplos nos demuestran que los muertos en Colombia los ponemos todos, sin importar condición social, estado civil, profesión, institucionalidad o sector de la ciudad donde nos encontremos.

Pero, ¿a qué se debe este incremento desmedido en los índices de violencia e inseguridad ciudadana? Muchos lo atribuyen a la migración de personas “no gratas” desde nuestra hermana Venezuela, otros a la pérdida de empleos y la recesión económica generada por la pandemia que “obligó” a algunos a llevar el pan a sus mesas “a cualquier precio”. E incluso, otros más osados, argumentan que podría deberse al deterioro desmedido del nivel de vida, provocado por el desabastecimiento que generaron los paros de los últimos meses.

Sea cual sea la razón, o la sumatoria de todas, debemos entender que existen cuatro factores de fondo que siempre han permeado la psiquis del ciudadano colombiano: la primera, es la transmisión ancestral de la mal llamada “malicia indígena”, que nos ha enseñado a subsistir por encima del otro, y no de manera colaborativa, como ocurre por ejemplo en Japón, que de manera lapidaria se ha visto generalizada por la frase “consiga plata honradamente mijo, y si no puede, consiga plata”.

La segunda es la desidia, la indolencia y el “importaculismo” que nos caracteriza muchas veces como sociedad, al pensar que lo que le pasa a los demás no tiene por qué pasarme a mí, y no es mi problema. La tercera la falta de eficacia y miopía administrativa de algunas autoridades Locales y Distritales para entender que no existe una solución mágica al problema de seguridad y que por el contrario se debe enfrentar desde varios frentes. Y la cuarta, y por ello no menos importante, es la condescendencia frente a los temas de corrupción que generan desigualdad social y falta de oportunidades, sobre todo, en regiones apartadas y poblaciones vulnerables de Colombia donde he escuchado decir frases como:

“Es que en mi ciudad se ven las obras porque aquí roban, pero poquito, no como en Bogotá que se roban hasta un hueco”.

Este tipo de pensamientos negativos, exclusivos, permisivos y muchas veces xenófobos, son los que se deben terminar de una vez por todas, si queremos avanzar como sociedad. Porque, aunque suene trillado y a frase de cajón, los valores comienzan por casa, y desafortunadamente, hemos permitido que se desdibujen esos buenos valores, principios y costumbres en nuestra sociedad.

Por eso, creemos firmemente en el trabajo con las comunidades, escuchándolas, conociendo las necesidades de primera mano, y no mediante estadísticas impresas en nuestros escritorios desde la comodidad de nuestras oficinas. Sabemos que la única manera de generar equidad social es ayudando a cambiar la mentalidad de los ciudadanos, permeando el núcleo familiar, sacando a los jóvenes de las calles mediante el deporte y la educación, ayudando a visibilizar a los emprendedores y combatiendo la corrupción para que las oportunidades financieras y de empleo lleguen a quienes más lo necesitan.

Nos oponemos firmemente a las políticas restrictivas y represivas, apuntándole más bien a las políticas constructivas. De nada sirve aumentar el pie de fuerza, y llenar los barrios de policías y cámaras de seguridad, cuando el número de delincuentes supera el número de uniformados. Colombia necesita un cambio social, y lo necesita ahora. Por esto es importante un cambio en la mentalidad de la gente, de velar por el otro, de denunciar las injusticias, de crear frentes comunitarios frente a la delincuencia con el apoyo de la institucionalidad. Por ello, es hora de actuar como sociedad y entender que en el marco de un Estado Social de Derecho se nos debe garantizar la vida, pero sobretodo una vida digna.

También estamos en la obligación de cambiar nuestro entorno, comenzando por nosotros mismos, segundo mi familia, tercero mis vecinos, y si está dentro de mis capacidades, mi barrio. De esta forma, nos convertiremos en líderes positivos y en un ejemplo para los demás.

La seguridad ciudadana es un problema de todos, por ello debemos preguntarnos: ¿Qué puedes hacer tú por tu ciudad?

-#Escuchémonos–

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Redacción Minuto30

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