¡Eso de que “hay que soñar con los pies sobre la tierra” parece imposible, en una ciudad donde no hay suelo!

Medellín, ya no es únicamente, la ciudad por la que muchos quisieran pasar o visitar, la que algunos quisieran conocer, o la que otros se aventuran de forma pasajera a recorrer, es también, la ciudad, que diariamente, cientos de personas deciden habitar; atractivo comercial, calidad de vida, decisión personal, posibilidades de acceso a servicios, son algunos de los motivos de esa opción voluntaria, mientras que el desplazamiento con ocasión de la violencia, la amplia cobertura de la oferta institucional, y de algún modo mayores garantías de acceso a los servicios de salud, son algunas de las circunstancias forzosas, que motivan superpoblar este valle.

Con más de dos millones de habitantes[1], entre oriundos, medellinenses por adopción, migrantes y población flotante, cerca de un vehículo rodando por cada 3 habitantes[2], y un poco más de 892.151[3] unidades de vivienda, Medellín es una ciudad, con una superpoblación significativa y sobre todo, día a día creciente, que entre reloteos y ocupación ilegal, pasos acelerados en la urbanización y conurbación, se encuentra ante un suelo sobrecargado y saturado, y con ello, la imposibilidad de nuevos espacios públicos, mejores vías para la movilidad, y sobre todo impactos negativos que preocupan en materia social.

En una ciudad en la que los instrumentos de planeación se han quedado cortos al pensarse el territorio, en donde la construcción acelerada, no implica necesariamente la reducción en los déficit de vivienda, en la que la capacidad instalada de transporte no es suficiente para descongestionar sus vías, y en donde queda suelo para poco o casi nada, pensarse un segundo piso, no sonaría tan loco, como desplazar la locomotora del cemento a los pulmones verdes que le quedan a Medellín.

La ausencia de suelo, es por hoy, uno de los mayores dolores de cabeza, para soñarse proyectos de vanguardia en Medellín, un dolor, que reduce las posibilidades de impactar realidades colectivas, como la creación de espacios para el disfrute de las familias, el deporte o la educación, e individuales como garantizar  una solución definitiva de Vivienda, y es que ya es natural, que en materia de vivienda, los medellinenses hayan migrado a sus vecinos municipios metropolitanos, y que a su vez, para los grandes proyectos de ciudad, corresponda abrir espacios bajo la premisa de la incomodidad, dejando en su intención, heridas naturales, o lo que es lo mismo; el costo del desarrollo a expensas de la variación en las calidades de vida de unos pocos.

Las salidas a la crisis, parecen tan utópicas como el título mismo de este artículo, tendiendo a ser impopulares, algunas de ellas, van desde restringir o controlar el acceso al parque automotor por hogar, incrementar y priorizar la obligación de construcción de  viviendas VIS y VIP como compensación en proyectos privados, hasta asegurar que la existencia de un impuesto por congestión, tenga como destino el saneamiento, legalización, titulación  y acceso a servicios públicos de familias que habitan informalmente las periferias.

Hoy la crisis, impone pensarse un segundo piso para Medellín, sin embargo, al   ritmo vertiginoso en el que se desenvuelve la ciudad, en un par de años, estaremos obligados a pensarnos en un tercero, y seguramente, como todo ello será imposible, terminará el ciudadano, desde el sótano (pero no del infierno), viendo como la ciudad que un día lo alojaba y acogía, ahora lo ahoga, lo expulsa o lo desplaza.

Posdata: En una situación, en la que plantear un segundo piso para una ciudad, es la alegoría más apropiada para significar que al parecer no hay solución, es oportuno parafrasear a Macrón, y al mejor estilo paisa decir que; “no hay plan b, porque no hay Medellín b”.

[1] Medellín Como Vamos

[2] El Transporte.com

[3] Metro Cuadrado.com

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Redacción Minuto30

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