En las elecciones presidenciales en los Estaos Unidos, a finales del año pasado, de manera inesperada para muchos ganó el candidato del Partido Republicano el empresario Donald Trump. Dicho sea de paso, Trump intentaba ser candidato a ser inquilino de la Casa Blanca en todas las elecciones desde 1988. ¡Qué angustia le había de provocar tanta frustración por no poder ser candidato durante 28 años!

No obstante, en los bajos fondos de la política estadounidense Trump era conocido, durante casi 40 años (desde la campaña de Ronald Reagan) como uno de los financistas de diferentes políticos de polos ideológicos opuestos – que tampoco habla muy bien de él. Había invertido en las campañas electorales tanto presidenciales como de los diputados del Congreso y de los senadores, tanto republicanos como demócratas.

Además, Trump es uno de los cinco presidentes en la historia de los EE.UU que han llegado a encabezar el poder ejecutivo con menos votos populares en las elecciones que sus contrincantes. Así es el engorroso y complejo sistema electoral del aquel país.

Del otro lado está el presidente de Rusia Vladimir Putin, quien fue sacado de la ignominia política – era un minipolitico cualquiera desconocido para los rusos – en el 1999 por el entonces presidente Boris Yeltsin, quien al final llegó a nombrar a Putin el primer ministro, segundo puesto en el mando ejecutivo del país. En 2000, luego de la renuncia de Yeltsin, Putin gana las elecciones presidenciales y se convierte en el segundo presidente del país más extenso del mundo.

Ahí permanece hasta ahora teniendo Rusia como su negocio personal, gobernada por un presidente y gobierno de los más corruptos del mundo, de manera completamente autoritaria, cometiendo cada día más delitos que en un futuro cercano serán objeto de investigación de la Corte Penal Internacional.

Es de notar que el aparente éxito de Putin entre la masa rusa – que representa entre el 80 y el 90% de la población adulta, según las estadísticas, sondeos y los resultados de las elecciones – radica en la retórica de la “guerra fría” que utiliza Putin desde hace 17 años: “los EE.UU es nuestro enemigo eterno, toda la historia nos ha querido destruir, el sueño de los estadounidenses es acabar con Rusia, tenemos nuestro propio destino histórico, somo el país más importante del mundo lo que les molesta a los americanos…” y otras memeces típicas de todos los dictadorzuelos habidos y por haber, desde Luis Bonaparte, von Bismark, Lenin, Stalin y Hitler hasta Castro, Chávez, Putin y otros. ¡Pobres estadounidenses: en cuántos países han de pensar para hacer maldades!

A pesar de esta retórica antiestadounidense que impera el discurso de Putin desde hace 18 años, al igual que durante toda la existencia del sovietismo mal llamado “socialismo” (primero en la Rusia socialista en 1917-1922, luego en la Unión Soviética en 1922-1991), hay que destacar las relaciones reales entre ambos países en el transcurso del siglo XXI y de lo que en Rusia no se suele hablar y lo que Putin evita mencionar.

Y aquí vamos a llamar las cosas por su nombre: los EE.UU salvaron Rusia y la Unión Soviética por lo menos tres veces en los últimos años. Primero, en los albores del joven estado totalitario – URSS a principios de los años 1920 – resultó que los revolucionarios comunistas que se apropiaron del poder no tenían ningún programa económico para sacar el país del hambre y atraso feudal, no eran simplemente capaces de empezar a levantar la industria ni la agricultura en la Unión Soviética.

Todo ello llevó a una hambruna nunca antes vista en la historia moderna. Según los cálculos más modestos, más de 10 millones de personas en 1921 padecían de hambre, varios millones de los cuales perecieron.

El éxodo másivo de la población de las áreas rurales y del interior de las repúblicas soviéticas hacia las ciudades soviíticas más importantes, como Moscú, Petrogrado, Kiev, Minsk y Tiflis, llevaron a una crisis humanitaria sin precedentes. Estas ciudades se llenaron de niños y adolescentes huerfanos, hambrientos y desarrapados, que, por supuesto, se dedicaron al pillaje, asaltos y demás crímenes (a este hecho le dedicó su mundialmente famosa novela “Poema pedagógico” Antón Makarenko.

En este período el país que llega al recate de esta catástrofe fueron los EE.UU, a pesar de no reconocer la URSS como estado. Fue una recolecta impresionante que hicieron los estadounidenses para enviar esta ayuda a los soviéticos. EE.UU envió ayuda humanitaria por el equivalente de varios miles de millones de dólares hasta que los estadounidenses en 1923 se dieron cuenta de que la hambruna era provocada por los comunistas que exportaban el grano producido en Rusia y en Ucrania para obtener las ganancias a expensas de su propia población que pasaba las peores penurias.

Sin embargo, a pesar de que los envíos de la ayuda humanitaria se cesaran, tanto el gobierno de los EE.UU como los empresarios estadounidenses siguieron apoyando el gobierno soviético con la venta de la tecnología de aquella época y con la construcción de múltiples fábricas (algunas de las cuales fueron construidas en los EE.UU, enviadas por mar a la URSS y ensambladas allí) que ayudaron a la industrialización de la Unión Soviética, en esa época ya bajo el estalinismo.

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Redacción Minuto30

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