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La flagelación se practica desde hace más de 160 años durante la Semana Santa en el municipio de Santo Tomás. EFE

Al menos 34 penitentes que se flagelaban sin cesar la espalda marcharon hoy bajo el inclemente sol del Caribe colombiano para pagar de esa manera algún favor divino, en una tradición que se practica desde hace más de 160 años durante la Semana Santa en el municipio de Santo Tomás (norte).

El penitente «camina dando dos pasos hacia delante y uno hacia atrás mientras se va golpeando la espalda con un látigo que en la punta lleva siete bolas de cera», explicó a Efe el sociólogo y rector de la Corporación Educativa Niño Jesús de Sabanagrande, Pedro Badillo.

La marcha de unos cuatro kilómetros comienza en un lugar conocido como el caño de las palomas en las afueras de Santo Tomás y los participantes, procedentes de todo el país, hacen el recorrido hasta el pueblo a pie descalzo sobre un camino de arena que alcanza temperaturas superiores a los 30 grados centígrados.

Los flagelantes van ataviados con una capucha blanca transparente de tul y un pantalón blanco.

Los golpes se los asestan a izquierda y derecha donde termina exactamente la espalda y cuando se inflama el músculo, «un penitente veterano, que llaman picador», le hace, con una hoja de afeitar, «siete incisiones para que mane la sangre y se alivie el hematoma», indicó Badillo.

«Las siete incisiones representen los siete viernes de cuaresma», agregó.

Esta tradición, que cada Viernes Santo convoca a cientos de espectadores que se ubican a lado y lado del camino para ver el recorrido de los penitentes, «no es ni americana ni tomasina», aclaró el experto, quien explicó que surgió en la Italia de la Edad Media.

Esta tradición llegó a Santo Tomás alrededor de 1850 y desde esa época el pueblo recuerda a los señores Tomás Manotas y Tomás Berrio, quienes caminaban la calle de la amargura mientras se azotaban la espalda con la «disciplina», nombre que se le da al látigo de siete bolas.

Pero los penitentes no solamente utilizan la flagelación para cumplir sus promesas, algunos pagan su manda amarrando uno de sus brazos a una estructura de madera para mantenerlo estirado y rígido.

En la punta del listón de madera, los penitentes llevan una copa de vino llena y realizan todo el recorrido de espaldas y sin derramar una gota.

«La manda es una promesa que el penitente hace a Dios, a la virgen o a algún santo (…) generalmente las hacen para pedir sanaciones de familiares o personas cercanas», relató Badillo.

Otros, los nazarenos, vestidos con una túnica morada, cargan una pesada cruz de madera mientras en su cabeza llevan una corona que asemeja la corona de espinas que portó Jesús durante el viacrucis.

Actualmente algunos devotos tomasinos están intentando rescatar otras costumbres, entre ellas la de los penitentes que gatean mientras arrastran una pesada cadena y la de los santos varones encargados de bajar a Cristo de la cruz.

La Iglesia católica rechaza esta práctica por considerar que atenta contra la integridad física de las personas y porque hoy día se ha convertido en un espectáculo que propicia la ingesta de alcohol y el irrespeto a la celebración de la Semana Mayor.

Mientras la Comisaría de Familia Municipal, acompañada con la Policía y respaldada por la «Ley de infancia y adolescencia para proteger la integridad física y psicológica del menor», instaló un puesto de control para evitar la participación de niños en el ritual.

La penitencia termina en la última de las siete cruces o estaciones instaladas durante el recorrido o cuando el penitente cae postrado en el suelo y renuncia a su manda. Santo Tomás (Colombia), 14 abr (EFE)

los penitentes no solamente utilizan la flagelación para cumplir sus promesas, algunos pagan su manda amarrando uno de sus brazos a una estructura de madera. EFE

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