Tengo la suerte de la amistad con el padre Luis Fernando Arroyave Gutiérrez, desde la anterior gobernación del doctor Luis Pérez Gutiérrez, donde nos acompañó como capellán en la gobernación de Antioquia. Hoy, ejerce su magisterio con verdadera devoción y vocación de servicio, en la parroquia San Pablo Apóstol, del barrio París, de Bello, la misma donde dejó gratos e inolvidables recuerdos el padre Carlos Alberto Calderón.

A propósito de nuestra amistad, el padre Arroyave, me comparte una nota reveladora (a él le llegó vía whatsapp) que nos toca la fibra de país no lector, en contraposición con otras naciones que hacen la diferencia y dan cuenta de su desarrollo, bienestar social y posibilidades en el mundo académico y laboral, en buena parte, debido al amor por la lectura y su costumbre valiosa de amar y compartir los libros. La nota, es la siguiente:

“En Toronto (Canadá) hacen un festival denominado: «ríos de libros»; inundan las calles de libros y las personas se pueden llevar los libros que quieran leer.  En otros países (aparece la bandera de Colombia) no hay ríos de libros en las calles: hay ríos de licor, sancochos de 3 carnes con cadáver de hermano animal, vulgar reggaetón y pólvora.  En una ignorancia tan ramplona que presumen celular y no han leído un solo libro completo en toda la vida. Festejan como propio el triunfo de otros (ilustra con un balón) pues no han ganado nada en toda su vida y en el colmo de la ignorancia no saben hablar de otra cosa que no sea realitys o telebovelas… Sólo se quejan de la corrupción y cuando pueden hacen trampa… Y después preguntan por qué Canadá es desarrollado y aquí seguimos atrasados… Y esta (se refiere al 7 de noviembre) no es «noche de velitas», ¡Es una tradición de 16 siglos en honor de la Virgen!, esto no se lo inventaron ayer”.

El mensaje (que me comparte el padre), es un señalamiento doloroso; no hemos sido capaces de incorporar el gusto por la lectura; no es una costumbre fundamental en nuestro medio y no tenemos manera de elogiar la lectura, desde nuestra educación; desde nuestra cultura educativa. Alberto Manguel, en un texto brillante, erudito, necesario, titulado El elogio de la lectura  (Buenos Aires, 1978), dice: “El placer de la lectura, que es fundamento de toda nuestra historia literaria, se muestra variado y múltiple. Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta”. Subrayo al maestro Manguel: “individual y distinta”.  No somos una sociedad lectora. Tan sólo somos individuos lectores.

Si no podemos ponderar a Colombia como un país de lectores, menos de ser tierra de relectores. Y es claro que “la relectura es lo mejor de la lectura”, tal y como nos lo advirtió Borges, entregándonos así la clave para una vida (como sujetos lectores, como sujetos escritores, como sujetos sociales, como sujetos de aprendizaje) edificante, feliz y productiva.

Dejando un poco de lado el inglés y el francés, que navegan en ese río de libros en las calles canadienses, agreguemos que el idioma español es el primero en belleza (¡no me pidan que lo justifique!) y el tercero en prestancia e impacto después del inglés y el mandarín; goza de excelente salud y cuenta con 500 millones de usuarios en todo el mundo. En España dicen que los colombianos somos quienes mejor lo hablamos. No obstante la generosidad de los españoles y teniendo en cuenta que a las autoridades educativas de este país no parece importarles mucho el cultivo del idioma, es necesario que muchos agentes  promuevan la lectura desde el vientre materno, desde el hogar, desde la escuela y desde la sociedad, pues es urgente la construcción de un buen lector y, mejor todavía, de un lector enamorado de la relectura.

La educación colombiana actual es una educación que aún no ha podido abandonar la Concepción bancaria que tanto denunciaba en Brasil el pedagogo Paulo Freire, en la década de 1950. Es una educación adocenada, repetitiva, pobre, incapaz de producir conocimiento, en buena parte porque no cuenta con programas de lectura bien estructurados, que formen estudiantes para la lectura y la relectura; estudiantes para la participación crítica, estudiantes para producir conocimiento y para construir comunidad y nación.

Sueño todavía con un país que muestre al mundo ríos de libros en todas sus ciudades. ¡Un país de lectores!

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Redacción Minuto30

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