Entre las múltiples clasificaciones del universo conocido, una lo divide en los sistemas cerrado, abierto y libre.

El sistema cerrado, incluye los seres inertes, siempre reaccionando de la misma forma. Lo resiliente logra volver al estado inicial después de resistir un estímulo temporal, por ejemplo, un metal sometido a cierta presión deformante que, al cesar ésta, puede recuperar su condición previa.

El sistema abierto hace referencia a los cuerpos vivos, que no necesariamente sucumben ante ciertos estímulos, sino que pueden reaccionar retirándose, atacando o adaptándose por evolución. A medida que el cerebro es más desarrollado, se tienen mayores alternativas de supervivencia como resultado de estas formas de resiliencia o superación de retos.

El sistema libre incluye solo a los seres personales, término sinónimo de espirituales, capaces de conocerse y amarse de modo responsablemente libre, y de asumirse coherentemente en su totalidad infinita en el tiempo, con su razón de ser, más deducible si son limitados, del conocimiento y el trato con quien les participó ser, que es quien determinó el sentido de que exista cada ser limitado.

Un ser humano, también si tiene por cuerpo una sola célula, es un bien o perfección mayor que la totalidad del universo, porque vive en sí mismo estos tres sistemas, dos cósmicos y el tercero espiritual. Por eso hay que tratar siempre a cada uno con veneración, que significa con mayor respeto.

La conciencia que tiene de sí mismo quien pertenece al sistema libre y es humano, tiene un condicionamiento en el tiempo, por requerirse su desarrollo físico necesario para ser autoconsciente y capaz de encontrarse, desde el cosmos del que es parte, con su propio Autor y obrar el valor infinito -porque el espíritu al ser simple no termina- del avance con ocasión de lo que sucede en cada uno de sus instantes, para el continuo logro del sentido de su propia vida como totalidad.

A un ser humano le son insuficientes que pase el tiempo sin más, quedarse disperso de sí mismo en la propia intimidad y una percepción de la resiliencia como mera adaptación o superación de un estado adverso, porque eso no le basta para alcanzar plenamente la razón de ser de sí mismo, su propia tarea existencial, que siempre incluye a otros seres humanos, aunque sea solo porque se es ocasión de que ellos puedan ser mejores personas, como sucede en las etapas de la vida en que se es más frágil, impotente e inerme.

Ya hay avances científicos que facilitan entender por qué, en cuanto humanos, la forma de hacernos más resilientes y ayudar a que otros lo sean, demanda optimizar el aprovechamiento de lo que secede para crecer en amor, porque es el único modo de hacerse mejor persona.

El término “resiliente”, del latín resilio, significa una forma de resistencia, expresada como capacidad de adaptarse y volver al estado inicial, dando un paso atrás, replegándose o rebotando -poniendo los medios- para superar lo perturbador o adverso.

Un ejemplo de evidente resiliencia de un ser humano en su etapa de crecimiento y desarrollo fetal, evadiendo los instrumentos con que el médico abortista intenta destruirlo, puede verse en la película Unplanned https://www.youtube.com/watch?v=v7QyhrFi7Ko, sobre la directora de una clínica de abortos que, al ver a un ser humano en ese esfuerzo resiliente de supervivencia, decidió ser una diligentísima provida, después de contribuir al más cruel negocio genocida, trabajando a sueldo por la destrucción de 22000 inocentes.

Ojalá todos veamos y difundamos esa película. En la especie humana, la mejor resiliencia del daño que nos hacemos al obrar mal, es arrepentirnos pidiendo perdón, en lo posible a todos los ofendidos, desagraviando plenamente y promoviendo, en sí mismo y en otros, el mayor bien posible, que es el consuelo por el bien que ya no se puede recuperar.

Las aplicaciones y los recursos para lograr ser resiliente, han ido aumentando con los avances del conocimiento, hasta aspirar a que el referente de resiliencia abarque el ciclo vital completo y se mida desde la posibilidad del desarrollo más sano y pleno de cada ser humano, sin excepciones, teniendo en cuenta en sus circunstancias.

Desde finales de los años 70 se ha estudiado la resiliencia en el desarrollo infantil, en Psicología, Psiquiatría y Sociología, entendiéndola como el resultado de la amortiguación y el afrontamiento efectivos ante riesgos, adversidades y el estrés, que no siempre son eliminados. Posteriormente se han unido otras disciplinas a estas investigaciones, como la Educación, Biología del Desarrollo, Genética, Medicina, Enfermería y Bioética.

Entre las principales situaciones adversas, que reclaman mayor esfuerzo de resiliencia en niños y adolescentes, están el divorcio de sus padres, la pobreza y la exposición a múltiples factores de riesgo.

En los estudios longitudinales a gran escala, que son una forma de investigación observacional en la que durante un tiempo prolongado se hacen reiterados registros de datos de la misma muestra representativa de una población, se ha encontrado repetidamente un equilibrio cambiante en la vida estresante de los resilientes: cada acción de resistencia y logro de mejores alternativas, es una forma de crecimiento personal, familiar y social, que los prepara para nuevos retos.

En 1989 Emmy E. Werner, en su artículo publicado en American Journal of Orthopsychiatry, utilizó el término “resiliente” en su artículo sobre un estudio longitudinal a gran escala, haciendo un aporte a la Ortopsiquiatría que trata sobre la prevención y solución de dificultades mentales para facilitar un óptimo crecimiento y desarrollo de los niños.

Emmy compartió los resultados de su investigación sobre “Niños de alto riesgo en la edad adulta: un estudio longitudinal desde el nacimiento hasta los 32 años”.

En el resumen de su artículo señala: “Los cursos de desarrollo de niños de alto riesgo y resilientes se analizaron en un estudio de seguimiento de miembros de una cohorte de nacimientos de 1955 en la isla de Kauai, Hawai. El impacto relativo del riesgo y los factores protectores cambiaron en varias fases de la vida, y los hombres mostraron una mayor vulnerabilidad que las mujeres en su primera década y menos durante la segunda; aparece otro cambio al comienzo de su cuarta década. Ciertos factores protectores parecen tener un efecto más general sobre la adaptación que los factores de riesgo específicos.”

En 2013, en la segunda edición del Manual de Resiliencia en niños, en el que la misma científica se pregunta ¿Qué podemos aprender sobre la resiliencia de los estudios longitudinales a gran escala?, expone teniendo en cuenta 22 de estos estudios, 11 eran norteamericanos y otros 11 de Inglaterra, Nueva Zelanda, Australia, Dinamarca, Suecia y Alemania.

En estas pesquisas se identifcó que a los niños les ayuda a ser más resilientes, enseñarles a ser previsivos y más serenos, controlar mejor sus emociones, evitar angustiarse, procurar comunicarse mejor, desarrollar hábilidades para la resolución de problemas, buscar a cuidadores sustitutos entre sus parientes, siendo los abuelos quienes lograron un impacto más positivo para superarse ante un amplio espectro de adversidades; también les ayuda recibir apoyo de hermanos mayores y buscar ser cuidados y cuidar a los amigos y la comunidad; tener autoconcepto positivo, autocontrol y motivaciones claras y constructivas, desarrollar una habilidad especial que sus pares valoren, practicar una religión, tener fe en que sus acciones podrán marcar una diferencia positiva en sus vidas y actuar con sentido de coherencia, también al llegar a la adolescencia y la adultez.

El apoyo familiar, especialmente el de la madre, es el mejor para desarrollar más resiliencia y salud en la infancia y la adolescencia, y tomar decisiones más realisatas, que continuarán fortaleciéndose por décadas.

Los principales recursos con que salieron adelante los que lorgaron ser resilientes fueron crear lazos afectivos que se fortalecían con la confianza, el respeto a la liberad y la creatividad.

En esta clase de estudios se han hecho mediciones sucesivas hasta los 40 años.

Entre los factores de protección estudiados están la relación positiva entre padres e hijos desde el embarazo y haciendo especial énfasis hasta el segundo año de vida inclusive. De dos de estos estudios se concluyó que una historia temprana de adaptación positiva, engendrada por una atención constante y de apoyo, es una influencia poderosa y duradera en la superación de los niños, y aumenta la probabilidad de que utilicen ambas fuentes de servicios, formales e informales, para su mejor desarrollo.

En el desarrollo de la resiliencia es decisivo el buen cuidado de los niños en los primeros los años, porque desarrollan mayor sentido de confianza en sí mismo y los demás.
Entre las más potentes segundas oportunidades para los jóvenes estuvieron la educación de adultos, servicio militar voluntario, la participación activa en una iglesia, el apoyo de una buena amistad y la ayuda conyugal.

En varias de estas investigaciones se notó que, ante el divorcio de los padres, la pobreza y múltiples dificultades en la infancia, “En cada período de desarrollo, comenzando en el período prenatal y la infancia, perecieron más hombres que mujeres. En la infancia y la adolescencia, más niños que niñas desarrollaron serios problemas de aprendizaje y comportamiento y mostraron síntomas más externos. En contraste, en la adolescencia tardía y en la edad adulta joven, más niñas que niños estaban sujetas a síntomas internalizantes, especialmente depresión.”

Estos grandes trabajos científicos deberían tenerse en cuenta, con toda diligencia, en un redireccionamiento de la vida política, jurídica, cultural, social, familiar y personal, para cortar con la cadena intergeneracional de desamor a los hijos desde la concepción, en la que empiezan a recibir mensajes químicos hormonales positivos si son aceptados, o negativos si son rechazados, que modelan de algún modo su cerebro. El cuerpo está diseñado para que, en la madre, las hormonas del estrés disminuyan durante el embarazo y aumenten las que facilitan que esté serena y acoja a sus hijos.

Es ético procurar que en la vida personal, familiar y social, sepamos querernos y respetarnos de tal modo, que la resiliencia solo tenga que vivirse, en lo posible, respecto a los efectos adversos causados por el mal inevitable, como las enfermedades no prevenibles.

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Redacción Minuto30

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