En días pasados cuando apenas el Gobierno colocaba a sus alfiles a socializar lo que serían los ejes de la tan anunciada reforma tributaria, ya comenzaban los señalamientos y las críticas en todos los sectores económicos, sociales y políticos, y no alcanzaba a radicarse aún el texto en el Congreso cuando ya eran más los enemigos y opositores de la reforma, que los pocos que, sin defenderla, buscaban alternativas para salvarla. Hoy pocos días después de radicado el proyecto, sin aún haberse votado en primer debate, ya esa reforma ha causado estragos políticos de unas proporciones que ni siquiera el Presidente ni su Ministro de Hacienda presagiaban, y que sin duda le pasarán una altísima cuenta de cobro político-electoral al Gobierno y a su partido, como a aquellos que no han salido con firmeza a expresar su oposición a una reforma antipopular, no sólo por su naturaleza, sino por ir dirigida a afectar a la clase media y a los trabajadores, golpeando duramente el bolsillo de los colombianos en gravísimos momentos de desempleo, desactivación económica, cierre de establecimientos de comercio e industrias, entre otros. Reforma que hoy sólo genera incertidumbre, afectando seriamente los mercados, golpeando su credibilidad interna y externa, el grado de inversión como el nivel de la deuda y los niveles de las calificadoras internacionales.

Sin cerrarse el telón sobre el futuro de esta reforma, se suma a esta situación crítica generada por un mal manejo en la socialización de la reforma tributaria, que exigía del consenso de todas las bancadas políticas, tanto de la coalición de gobierno como de la misma oposición, que reconociera las dificultades y la realidad social y económica generada por la pandemia del Covid 19, y a su vez permitiera atender la gravísima crisis fiscal por la que atraviesa el país, el Paro Nacional, que, contra viento y marea, contra órdenes judiciales que buscaron impedir su realización, se llevó a cabo con manifestaciones, protestas y bloqueos que dejaron en claro a una sóla voz su rechazo no sólo a una equivocada concepción de reforma tributaria, sino de indignación contra un gobierno que no tuvo presente los efectos generados por el aislamiento derivado de los picos de la pandemia para presentar en un mal momento, una reforma que exigía considerar el estado de cosas crítica por la que atraviesa el país.

Quedan muchas cosas en evidencia: en primer lugar, que nadie cuestiona que la reforma tributaria es una necesidad imperiosa para el país y en especial para el Gobierno poder financiar los proyectos sociales más trascendentales, desfinanciados como consecuencia del virus, que obligó a hacer traslados presupuestales para la compra de las vacunas, la habilitación de nuevas UCI´s, la exigencia de asignación prioritaria de recursos públicos para el sector salud, entre otros, sumados a la reducción de ingresos y regalías esperados de las exportaciones. Sin embargo, como lo han señalado los Jefes de las principales bancadas políticas del Gobierno que hacen o hacían parte de la coalición de gobierno, ahora seriamente amenazada por una reforma tributaria que no se socializó como debió haberse hecho antes de su presentación al Congreso, y que se presentó en el peor de los momentos para una sociedad golpeada por la enfermedad, por el desempleo, por la carencia de recursos, por un encerramiento obligado por el temor al contagio y a no ser atendidos por el Estado, por la carencia de UCI´s.

Hay una grave preocupación por este virus, porque no se ve la luz al final del túnel; no llegan las vacunas necesarias para llegar a la inmunidad de rebaño; no hay camas en las UCI´s para atender a los positivos para el COVID; no hay recursos para invertir en nuevos centros médicos, ni para dar apoyos financieros a quienes producto de este virus, se han quedado sin trabajo, o han debido cerrar sus establecimientos de comercio de los que derivaban sus ingresos muchas familias. Y una incertidumbre en la reforma fiscal que compromete las finanzas públicas y los compromisos externos para atender la deuda pública, como la credibilidad en los mercados internacionales.

En segundo lugar, queda claro que si bien los colombianos tememos al contagio del virus, derechos fundamentales como el de la protesta no puede pretender restringirse como excusa para que el pueblo exprese su voz de reclamo contra una reforma equivocada y contra un gobierno que parece avanzar sin norte, que perdió el timón y marcha a la deriva, perdiendo apoyos en la gobernabilidad, como los de los Partidos Liberal, Cambio Radical y gran parte de la U que han atacado duramente al Gobierno por su terquedad en insistir en una reforma que ya no admite sino su retiro del Congreso, generando heridas que parecieran serán insuperables.

Es hora de recordar los llamados de aquel 9 de Abril de 1948 del Presidente Mariano Ospina, o de Alfonso Lopez Pumarejo en 1936, a la unidad nacional, a la reflexión y a los consensos para salvar la Patria. La reforma tributaria es una necesidad, pero no así como lo propuso un equivocado Ministro de Hacienda que pareciera vivir en un mundo irreal, que desconoce la crisis que atraviesa la nación. Como lo dijo el ex Presidente Alvaro Uribe, de quien el hoy Presidente y Ministro de Hacienda hicieron parte de su gobierno y de su bancada, necesitamos una nueva reforma, consensuada, de muy pocos artículos, donde entre todas las bancadas, se logre un texto que atienda las verdaderas necesidades sociales y económicas de los colombianos.

La opinión del autor de este espacio no compromete la línea editorial de Minuto30.com

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Redacción Minuto30

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