Hoy me desperté tempranito, como siempre, y logré ver en TCM, Turner Classic Movies, una película muy antigua, llamada “Adiós Mr. Chips”, 1939, la historia de un tímido y humilde maestro de secundaria en un colegio Inglés (Robert Donat).

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La película narra la vida de este maestro, un tanto rígido y excéntrico, sub-estimado por sus colegas pero amado por los jóvenes estudiantes, quien permanece en la escuela por 68 años y llega a ser Director, solo porque el que ocupaba la posición se va a la guerra (Primera guerra Mundial).

Mr. Chips se había casado con una dulce joven (Greer Garson) quien muere de parto junto a su bebé. Chips se dedica a sus alumnos y, cuando está en su lecho de muerte, dice que él tuvo suerte de tener tantos hijos.

Chips: I thought I heard you say ‘twas a pity, a pity I never had children. But you’re wrong…I have…thousands of them…thousands of them…and all boys!

Sin embargo, tuvo que ver morir a muchos de ellos, en acción durante esa horrible guerra que exterminó casi toda una generación Inglesa.

La película narra una vida un tanto oscura en apariencia, aunque realmente heroica, en el sentido más genuino de la palabra. No puede llamarse de manera diferente una vida que toca el corazón y modela la conducta de miles de niños.

Mr. Chips representa la vida de todos los buenos maestros. Me hizo recordar a mi primera maestra, La Negra Decanio, de quien me enamoré locamente a los seis años. Y a los salesianos Isaías Ojeda y Jorge Losch, mis maestros de secundaria. Y a Albert N. Murray, mi profesor de geología estructural en la Universidad. De todos ellos recibí una educación que fue mucho más allá que simple instrucción. Me enseñaron a ser un buen ciudadano y he tratado de serles fiel toda mi vida.

Siempre he pensado que nuestra sociedad necesita redefinir la heroicidad, bajarla del caballo para convertirla en ciudadana. Es posible que así logre salir del foso en el cual se ha metido.

Necesitamos crear héroes civiles y cultivar la memoria y atesorar los legados de los venezolanos que han tenido una vida sencilla, quizás oscura, pero que han influenciado positivamente la vida de sus compatriotas. Debemos diversificar el culto a nuestros héroes. Ello servirá hasta para revalorizar a los héroes guerreros de cuyos nombres hemos abusado o a quienes, inclusive, algunos han utilizado de manera perversa para sus propios fines.

Algún día podremos llegar al Aeropuerto internacional “Vicente Emilio Sojo”, subir por la Autopista “Jesús Soto” hacia Caracas, enrumbarnos por la Autopista “Mariano Picón Salas” y visitar el Museo Deportivo “Vidal López” o escuchar un concierto de la Sinfónica “Inocente Carreño”.

Tendremos plazas con los nombres de poetas, pintores, músicos y deportistas, hospitales con los nombres de nuestros grandes sanitaristas, universidades que lleven el nombre de nuestros buenos y honrados educadores. No todo en esa Venezuela tendrá que llevar el nombre de Bolívar y la república no será llamada bolivariana, lo cual constituye una negación de nuestra diversidad, sino simplemente será la República de Venezuela, orgullosa de todos sus buenos hijos.

Bolívar es un héroe principal pero la sociedad venezolana necesita superar el apego obsesivo a su recuerdo, si quiere crecer algún día. Para lograrlo, enaltezcamos la memoria de los héroes sencillos y modestos que nos enseñaron a ser buenos ciudadanos.

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Redacción Minuto30

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