Las últimas semanas en la prensa internacional se ha hablado hasta el cansancio del tema de la geopolítica en el caso de la crisis en Ucrania.

Antón Toursinov

Los sucesos del nuevo siglo permiten deducir que los estados verdaderamente fuertes no necesitan de una expansión (léase, del imperialismo), sino su función se limita por la seguridad de sus propios ciudadanos, más que nada a través de las libertades individuales.

Los países como Suiza, Austria, Estonia, Singapur, Nueva Zelanda, por mencionar solo algunos, no pretenden a expandirse a costa de la seguridad de los ciudadanos de los estados vecinos ni por medio de su expansión militarista. Y siguen siendo estados universalmente respetados. En cambio, los estados guiados por ambiciones políticas personales de sus dirigentes autoritarios que aspiran imponer su mítico poderío por encima de los intereses de sus ciudadanos, van rumbo al fracaso.

Tal es el caso de Rusia, un estado fallido, sumido en una profunda crisis social, con una economía inestable y dependiente de los precios del petróleo, plagado de corrupción y con la ausencia de las libertades individuales, entre otros problemas. Para desviar la atención de los rusos de todos estos problemas internos, el gobierno crea problemas mucho más grandes, pero en el ámbito geopolítico. Los últimos dos años son significativos por la situación que vive Ucrania. Lo que sucede ahora en este país centroeuropeo es producto de las ambiciones desmedidas del gobierno de Rusia y de su ilegítimo presidente.

El año pasado en la región ucraniana de Crimea se realizó el ilegal referendo separatista, patrocinado y realizado por Kremlin, en el que la mayoría de los asistentes votaron a favor de la anexión de la península a Rusia. Dado que tanto en las últimas elecciones en la propia Rusia como en este referendo en algunos lugares la participación superó el 100% (en la ciudad de Sevastópolis de los 383 mil habitantes, incluyendo a los menores de edad, participaron en el plebiscito 474 mil, lo que significó el 123% de la población), y tomando en cuenta la rapidez con la que se contabilizaron más de un millón y medio de votos (en menos de tres horas), era de esperarse el resultado. Lo que sorprende es la modestia de los políticos arteros de Kremlin que “contaron” solo el 96,6% de los crimeanos que “clamaron por la justicia histórica y social”. Lo habitual hubieran sido mínimo el cien por cierto.

Ninguna organización internacional envió a sus observadores a este circo politiquero. A pesar de todo ello, la prensa rusa, controlada por el gobierno, reporta el 90% de asistencia a la votación, mientras que los observadores independientes aseguran que no más del 40% de los crimeanos asistió a las urnas. Los tártaros crimeanos, de la etnia autóctona de la región, históricamente inconformes con la política rusa, aseguran que en su abrumadora mayoría ignoraron el referendo y los datos de los analistas independientes confirman esta decisión.
En la ciudad de Bajchisaray, localidad predominantemente tártara, la participación de los lugareños no superó los 30%, mientras que los datos oficiales aseguran que fueron el 64%. Como sea la estadística, pero el hecho de tanta discrepancia en los resultados, la rapidez con la que se realizó la consulta, movida del 30 al 16 de marzo, y el corto tiempo para el cómputo de los votos, confirman la ilegitimidad de este mamarracho político.

A pesar de que la anunciada “independencia” y la posterior “integración” de Crimea en Rusia no se han reconocido por ningún país del mundo, el 18 de marzo pasado, en Kremlin el presidente Putin firmó el “acuerdo” con Crimea y lanzó unos insultos y amenazas contra los países occidentales. Por enésima vez repitió la mentira en la que él mismo ya empieza a creer: Rusia actúa en Ucrania y en Crimea de manera legal, defendiendo a su población de los “neonazis, fascistas e hitlerianos”.

Al mismo tiempo, llamó “traidores, pagados por el Occidente” y “lambiscones del nacismo” a los rusos que no apoyan su decisión de la intervención en el país vecino. Con todo ello este presidente está evidenciando una vez más sus ansias dictatoriales. De verdad, dime de qué acusas y te diré quién eres. En lo único, quizá, tiene razón este personaje: la abrumadora mayoría de los ciudadanos rusos lo apoyan. Es demás recordar que Hitler en el 1939 tenía apoyo del 95% de los alemanes.

Es curioso cómo Putin, este hombrecillo gris convertido en un “líder”, ha logrado perpetuarse en el poder manipulando a tanta gente. Él mismo y sus asesores suelen aprovechar las características propias del pueblo de Rusia para ganar sus simpatías. Desgraciadamente, muchos siglos de esclavitud (en todos los sentidos de la palabra) han convertido el pueblo en una masa incapaz de tomar sus propias decisiones y de pensar por sí misma. Esta capacidad le confirió tanto poder a Putin que se convirtió en la obsesión de mucha gente.

Lo primero que hizo al llegar una vez al poder fue comenzar a dominar los medios de comunicación y a los periodistas a través de los procesos judiciales en contra de los dueños de la prensa opositora y por vía de las leyes hechas a su medida. En Europa ya apodaron Rusia “el país de las prohibiciones”. La semana pasada, por ejemplo, el gobierno cerró tres medios de comunicación electrónicos (dos periódicos y un blog) que no seguían la línea política oficial, lo que en Rusia se llama ahora “el extremismo”.

Las confrontaciones con los países vecinos (Georgia, Estonia, Letonia, Ucrania, etc.) también fueron aprovechadas, pero en este caso para elevar el autoestima nacional. En una conferencia de prensa Putin igualó el pueblo ruso con el soviético y lo vanaglorió como el pueblo libertador de Europa y del mundo, aludiendo a la Segunda Guerra Mundial, y abiertamente amenazó a cualquier país que no reconociera estos méritos cerrarle el flujo del gas natural. La táctica fue aprobada por los rusos en múltiples ocasiones y Europa Occidental tuvo que tragar esta amenaza después de dos cierres de gaseoducto ruso. Esto sin mencionar las leyes que prohíben cuestionar “el papel histórico” del pueblo de Rusia en el siglo XX.

Con todo esto a través de las confrontaciones con la Unión Europea y los EEUU fue creada la figura del enemigo acérrimo del país. La constante desfederalización del sistema político por medio del nombramiento de los gobernadores de todas las provincias por el presidente, la presentación de la oposición como delincuencia común y como perturbadores del orden público, la idealización del “líder” a través de la creación de las organizaciones políticas juveniles e infantiles, todo esto permite anunciar el fin de las libertades en el país. En varias ocasiones tanto el propio Putin como muchos de los rusos, al mencionar la falta de libertades, han alegado diciendo que Rusia no necesita ni quiere estas libertades “occidentales” sino que le conviene “una mano dura” como la que tiene el presidente.

El discurso con motivo de la anexión de Crimea, que Putin pronunció en Kremlin ante una multitud, fue interrumpido 33 de veces para los “efusivos aplausos” al mejor estilo de los discursos de Hitler, Mussolini, Stalin, Kim Il Sung, Castro y Chávez. Desde las épocas de antaño cada dictadorzuelo se ha guiado por el lema de Luis XIV: el estado soy yo. Parece que en el siglo XXI aun persisten estos atavismos políticos representados por el mencionado Putin, por Maduro, Lukashenko y una decena más. @atoursinov

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Redacción Minuto30

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