Se es humano en virtud de la propia humanidad, no porque uno mismo, otro e incluso varios terceros lo deseen o manifiesten.
Esa humanidad consiste en ser una realidad corporeoespiritual, que hasta cierto punto es perfeccionable con la gestión responsable de la libertad en cuanto señorío de sí mismo, que no la crea el ser humano y no es biológica pero requiere de la biología sana y suficientemente desarrollada, para que el cuerpo sea ocasión y cauce de que un ser humano exprese capacidades de su perfección espiritual como conocer, valorar, jerarquizar, elegir, decidir, imperarse, actuar, rectificar y reparar cuando se equivoca, y amar.
Hay quien sigue la alternativa de, en nombre de la libertad, insistir en “liberarse” de lo que la libertad es, para remplazarla por la ausencia de referencias, el vaivén ciego del impulso fisiológico, la propia tendencia o la que predomina en el entorno. Así vive la pretensión fantasiosa de lograr una plenitud sin hacer el esfuerzo de conocer y asumir en qué consiste su propio ser, condenándose a experimentar el vacío que deja la irrelevancia de todo acto singular carente de utilidad para hacerse mejor persona.
Este es el efecto de abdicar de la libertad entendida como diferencia específica de los seres espirituales que, en el caso de nuestra especie, es fundante del pleno desarrollo humano y, por tanto, no solo espiritual sino también físico, en la medida en que es posible.
El vacío de ese avance es más notorio en la vida social con efectos como imposiciones totalitaristas, reingenierías sociales sin base en lo más genuinamente humano y en el aumento de seres humanos que parecen haber optado por vivir como sensores de su singularidad sin rumbo posible porque no saben descubrirse a sí mismos como personas libres y liberadoras de obstáculos que se opongan al pleno desarrollo humano a través de la acertada gestión del deseo, que requiere conocer y asumir enteramente la propia humanidad y la de los demás, comenzando por la familia y otros cercanos.
La libertad no muere porque es propiedad de la perfección simple que es la principal constituyente de cualquiera de todos los seres humanos.
Pero hay un modo de imposibilitar la acción de la fuente de la máxima intensidad de vida, y es descentrarse del mayor bien o perfección que podemos lograr con el mejor uso de la libertad.
Ese modo de privarse, a sí mismo -y, en lo que depende de la propia influencia, a terceros- del aumento en la intensidad de vida que se derivaría del buen uso de la libertad, es pretender suplirla por lo que caprichosamente decidamos que sea nuestra interpretación de ésta.
Cuando una persona, en nombre de la libertad, comete el abuso de dar a lo que desea una valoración superior a la que reconoce a sí misma, se hace daño con el bien que es la libertad y contradice su razón de ser. Más importante que la libertad, es el ser constitutivamente libre, por eso la libertad está al servicio de éste.
Centrar la libertad en hacer lo que se desea sin suficiente conocimiento del ser que es uno mismo y el que es cada uno de los otros miembros de la especie humana, puede equivaler incluso a abdicar del bien que es quien sea humano y optar por vivir la ausencia de referencias en la que se valora más el deseo que al ser que desea y al ser al que se desea.
La libertad se vive al servicio del deseo contextualizado en quién es cada ser humano, y se aplica según su razón de ser: es un recurso para la mayor intensidad de vida personal por medio del acierto en las actitudes y acciones en las que se debe ejercitar en pro del pleno desarrollo humano integral e incluyente sin excepciones, con todos durante su ciclo vital completo. Esto causa que el desarrollo humano sea sostenible.
Una acción descontextualizada de la razón de ser de la libertad, deducible de las perfecciones constituyentes de quien es humano, al no tener la necesaria unidad entre la perfección, su tendencia y el acto correspondiente, aleja de la conciencia de los referentes principales para acertar en las actitudes y la conducta.
En cambio, una acción que sí fortalece esa unidad, aumenta la intensidad de vida en que consiste el desarrollo humano integral: su autor se hace mejor persona y es un estímulo para que otros lo sean.
¿Puedo liberarme de mi “libertad”? En lo más nuclear de un ser humano con uso de razón está su capacidad de gestionar por sí mismo su propia aceptación o rechazo, de lo que percibe como real. Mientras tenga uso de razón, no se libera de esta capacidad, aunque decida dispersarse de ella a la hora de elegir, lo que equivale a una falsa “libertad” porque se distancia de la razón de ser de ésta.
Si aprovecha lo que está viviendo mejorar su modo de vida, para liberarse de lo que estaba denominando falsamente “libertad”, y asume plenamente su capacidad de acertar en el imperio de sí mismo, se liberará de todo lo que se oponga al logro de su razón de ser, para lo que le fue participado ser. Será un excelente gerente de sus propias inclinaciones, las sabrá poner al servicio de la razón de ser de la libertad.
Quien es causado constitutivamente libre, en la medida de su madurez biológica y espiritual, aprende a abrirse a su propia riqueza de ser y la de los demás: logra vivir la libertad de acoger sin condiciones, que es en lo que consiste amar y que detona el pleno desarrollo humano.