Para que la reflexión ética mejore la cultura y el desarrollo existencial, se necesita ser más virtuoso, de modo que se aproveche asertivamente la investigación científica, humanística y social, que desarrolla competencias transformativas que facilitan el acceso al pleno desarrollo humano, por parte de cada miembro de nuestra especie, sin excepciones.
La ciencia es el fruto de ciertos abordajes sistemáticos de los diversos seres; enterarse un poco de este gran tesoro de conocimiento requiere un esfuerzo que, en este caso, es una inversión óptima y de mayor obligación, para quienes han tenido la oportunidad de una buena formación ética y profesional.
Todo conocimiento del que puedan beneficiarse otras personas es, en cierto sentido, una deuda que se tiene con la familia, sociedad y las generaciones futuras, y que solo se paga con su mejor gestión ética.
Un efecto de la optimización del conocimiento es la mejora de la calidad en las definiciones, que es progresiva con la retroalimentación entre teoría y praxis, facilita el acierto, previene errores y acelera la rectificación.
Para conocer un poco la quimiotaxis en la ruta femenina del espermatozoide, hace falta tener en cuenta que un metabolito es un compuesto molecular que interviene en las reacciones y los procesos físicos y químicos, de síntesis y degradación de sustancias en las células. Este proceso es la base molecular de la vida biológica de todo cuerpo vivo.
Algunas sustancias internas de la célula hacen posible que reaccione con su entorno, porque estimulan cambios químicos (transducción de señal química) en el interior de la célula, con los que suceden reacciones en moléculas intracelulares con las que se desencadena una respuesta al estímulo externo.
Por ejemplo, la estructura en la que madura el óvulo, llamada Folículo de Graff, al romperse para que éste salga al abdomen, libera líquido que rodeaba al óvulo; éste, con otros metabolitos del ovario y compuestos químicos que hay dentro del tracto reproductivo femenino, estimulan receptores químicos de la membrana celular de los espermatozoides, que a su vez, estimulan proteínas G que están en el interior de la membrana del espermatozoide y que facilitan reacciones bioquímicas en éste de las que depende que pueda migrar, ser seleccionado, sobrevivir, madurar y fertilizar el óvulo.
La quimiotaxis, es el movimiento causado pon medio de estímulos químicos, que en este caso guían al espermatozoide hacia el óvulo, por efecto del grado de concentración de las sustancias externas que estimulan ese movimiento, como las arriba mencionadas, algunas procedentes del ovario y otras pertenecientes a la Trompa de Falopio.
La quimiotaxis estimula direcciones específicas en la ruta del espermatozoide y le sirve a modo de señal de tránsito, a través de las estructuras por las que pasa dentro del organismo de la mujer, como el orificio cervical, cuello uterino, útero, unión útero tubárica y la trompa de Falopio.
El espermatozoide es ayudado por la mujer en los órganos sexuales internos, haciendo posible la vida de un nuevo ser humano que depende de un proceso que se detona con la fertilización y es continuo, requiriéndose cada reacción química para dar continuidad al nuevo miembro de la familia humana. La mujer capacita, química y físicamente, al espermatozoide y lo lleva, gracias a la contracción muscular del tracto reproductivo femenino, el movimiento interno de las cilias en la pared interna de la Trompa de Falopio y la dinámica de las corrientes del movimiento de los líquidos en el interior de ésta, facilitando así el comportamiento del espermatozoide ante estímulos de quimiotaxis y termotaxis -reacción de direccionamiento con el estímulo de la temperatura-, potenciado su desplazamiento con las moléculas que mejoran la quimioatracción para que llegue al ovocito.
El ovocito de los mamíferos tiene la zona pelúcida, una capa finísima, transparente y trilaminar, que lo cubre y protege luego al nuevo ser humano cuando es unicelular y también durante sus primeros días de multiplicación celular.
La zona pelúcida está formada por proteínas con cadenas de azúcares y facilita el reconocimiento entre el óvulo y el espermatozoide porque detona en este último la “reacción acrosómica”, en la que salen de varios puntos de su cabeza diferentes enzimas con las que atraviesa la capa de células que cubre al óvulo, que se llama Corona Radiada. La zona pelúcida está entre la corona radiada y la membrana celular del óvulo.
Cuando el espermatozoide fecunda el óvulo, este último abre pequeñas bolsitas -vesículas-, que liberan calcio y van disminuyendo su concentración a medida que se expande por toda la membrana celular, haciendo que sea la membrana propia y distintiva de un nuevo mamífero desde que es unicelular y en sus primeras fases de su desarrollo pluricelular que, en este caso, por su genoma se sabe que es un nuevo ser humano.
En nuestra especie inicia cada uno el ser que solo él es, teniendo un organismo unicelular y duramos en esta situación menos de un día, porque desde el mismo proceso de la concepción estamos inciando la preparación para la primera reproducción celular, sin que paremos de reproducir células mientras estemos vivos.
Esta diferencia de concentración de calcio, influye en la determinación de la distribución espacial de cada célula en el cuerpo del nuevo ser humano y en las reacciones bioquímicas, mientras se ordenan los espirales de ADN, exclusivo en cada uno por los estímulos de su genoma ambiental.
Lo expresado evidencia un nuevo automovimiento con el que el ser humano que inicia su existencia, autoorganiza sus propias estructuras y funciones con un dinamismo químico que no es el de un óvulo ni el de un espermatozoide, sino que es el de un nuevo cuerpo vivo humano, una unidad biológica u organismo que autogestiona su continuidad en el tiempo, en sus etapas constitutiva y, con la primera reproducción celular, que puede suceder aproximadamente 24 horas después de la relación sexual, también con su etapa consecutiva -de crecimiento y desarrollo ininterrumpido hasta el final de su vida.
Es este nuevo ser humano, el que es más valioso que cualquier deseo y merecedor de todo el cuidado -también de su vida, integridad y salud-, que se sintetiza en la palabra amor.
Los nuevos conocimientos suponen un reto ilusionante, de ser transmitidos a todos en la proporción en que puedan entenderlos, y un esfuerzo generoso y creativo, para el fortalecimiento de las propias competencias en la responsabilidad personalísima con que se asumen la madurez de la afectividad, que depende, además de otros factores, de vivir prudentemente la propia sexualidad, centrándose en el valor y la importancia de cada ser humano que depende de esta responsabilidad de sus padres.
Los conocimientos científicos pueden servirnos a modo de ¿“eticotaxis”? para mantenernos en la ruta de la procura responsablemente libre, del pleno desarrollo humano.