Durante los días de agosto de 2017 que la Medellín primaveral celebraba su fiesta anual de la Feria de las Flores y miles de paisas y de extraños se entregaban a la ingesta de nuestra bebida alcohólica, el aguardiente, me fui en compañía de unos seres entrañables a la sala de cine independiente, Las Américas, para disfrutar una película curiosamente producida en Canadá, que lleva por título un nombre que sugiere una temática bastante sugestiva ya que apunta a la ilusión de vivir algo parecido al poema del gran poeta español, Calderón de la Barca, La vida es un sueño.

La trama central hace referencia al típico hombre de clase media con esposa y dos hijos; ella, gran consumista para llenar su aburrida vida matrimonial, y él, entregado frenéticamente a hacer dinero para tener una bella casa y confortable en la que concurre la tediosa existencia de la pareja, conformista con su rutina sexual y poco placentera.

El escenario en el que se rodó la película es extraordinariamente atractivo, pues nos muestra la hermosa y elegante Quebec, urbe por excelencia del Canadá franco parlante. Cualquiera imaginaría viendo parajes, calles, monumentos y casas tan atractivos al ojo humano, que es el lugar ideal idílico para vivir a plenitud la felicidad personal y familiar. Sin embargo, el gran mérito de la cinta consiste en tratar con maestría el tema fundamental en que se debate la sociedad moderna: la tecnología como supuesto progreso material y el concepto de civilización.

Para muchos vivir en este doblemente frío país (en clima y en relaciones apáticas personales) presupone una condición de la cual derivan la felicidad sus habitantes; no obstante, al final la enseñanza y el mensaje que se extrae es que puede vivir mejor un campesino de la Antioquia rural o de la Andalucía española que los nativos de América del norte.

Con una vida frenética, colmada de gastos y facturas y una infelicidad conyugal manifiesta, en la que la sexualidad genital de los esposos es tan pobre y escasa de satisfacción, que el sexo solitario es la única forma de desfogue del atribulado cónyuge y padre de familia que termina arruinado y por supuesto, aplicando la frase de Máximo Gorki, según la cual cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana, que la antes supuestamente cariñosa y sumisa esposa termina mandándolo a dormir en lo que por estas tierras llamamos el cuarto de San Alejo.

La película es de una gran riqueza argumental, pues muestra crudamente la forma de vida del típico hombre de clase media que vive de la apariencia y que a cambio de una casa confortable y unos muebles y enseres aparentemente bellos, renuncia a una satisfacción individual en el plano emocional, intelectual, cultural y sexual.

El drama urbano cotidiano del hombre norteamericano que vende su alma al diablo del consumismo es magistralmente retratado en esta excelente cinta producida en un país que no tiene tradición en el arte cinematográfico. Que los valores humanos es países como Canadá, Estados Unidos y otros nórdicos europeos están más retrasados que la tecnología, queda demostrado en el guion que dura casi dos horas. Escenas y diálogos cargados de realismo y dramatismo conyugales hacen de la mencionada cinta una de las mejores que he visto en los últimos días.

La falta de civilización de América del norte y Europa nórdica se patentiza en este culebrón conmovedor que como el buen cine, se proyecta en pequeñas salas donde se degusta este bello arte y no en las grandes en las que la ficción exagerada aburre hasta el hartazgo. Como niños confundidos padres e hijos juegan en los roles conocidos de la pareja típica pequeñoburguesa como un supuesto marco idílico de confort habitacional, pero con una pobreza emocional extrema. Los juguetes de unos y otros son los mismos de nuestra familia clase media latinoamericana, que juegan a ir a otros planetas mientras olvidan disfrutar su única vida terrenal que tienen.

El deleite y goce de vivir grecorromano de la Europa y África mediterráneas no aparecen en el paradigma de existencia de la América y Europa Nórdicas.

Ejecutivos agresivos, competitivos e infelices abundan en los países llamados desarrollados, pero sus vidas son desconcertadas e insatisfechas, lo que demuestra que las mencionadas naciones conocieran primero la tecnología pero no han podido aun conocer un grado de civilización que les permita a sus nativos vivir alegre y placenteramente. Este último modo de vida es el que los griegos llamaban bárbaro y es el que impera en nuestras Colombia y España de estos tiempos así muchos crean vivir civilizadamente.

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Redacción Minuto30

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