La inteligencia es apertura al ser que cada uno es y a los demás seres. Es una entre diferentes perfecciones de la persona, que es siempre un bien superior a lo que ella misma o terceros, pueda percibir de ésta y las demás perfecciones.

Por eso no es razonable que el “Pienso, luego existo”, de Descartes, sea interpretado como “si no pienso, no existo” o “si no pienso, no soy persona” o “si no nace y respira, no es persona”. La realidad es que, cada ser humano, porque es persona humana, requiere de un determinado desarrollo biológico y de cierta educación, para manifestar algunas realidades perceptibles como personales, según las capacidades y la cultura de otros de su especie para reconocerlas.

Una de las mayores torpezas humanas es valorar más los deseos, pensamientos y acciones, que al ser que, porque es persona, puede vivirlos y expresarlos según su cuerpo caduco, que se extingue, pero quien lo vivió sigue siendo persona, que es sinónimo de espíritu.

Confundir a la persona con la capacidad biológica de ésta es algo aún más torpe que no saber reconocer la diferencia entre el actor de cine, la representación que éste hace y el personaje que representa.

Es en este nivel de pobreza racional en el que se ubica la pretensión de que un ser humano real unicelular no sea un miembro de la familia humana, incluso a pesar de que quien niega esta evidencia acepte a la vez que todo cuerpo vivo pertenece a la especie de los cuerpos que aportaron las células reproductoras que le dieron origen y que, mientras exista, no cambia de especie.

¿Por qué estas personas no se dan cuenta de su contradicción, con la que justifican la destrucción de los más inocentes e indefensos?

Y en el otro extremo de la vida, con argumento de sentimiento de compasión y de que otro desea que le extingan su cuerpo porque sufre, reconocen que el homicidio, sea pasional, insidioso, imprudente, cocausal, emocional, calificado, doloso, especialmente atenuado, agravado, en riña, criminis causa, proditorio, preterintencional, pero si es piadoso -por sentimiento o autoafirmación íntima de que se hace por lástima-, o por pretensión de aliviar el sufrimiento físico, agobio o malestar psicológico, no lo aceptan como homicidio.  La causa no cambia el hecho real de la destrucción deliberada de un ser humano.

Lo sincero es reconocer siempre que es un ser, que pertenece a la especie humana y que se le ha destruido como efecto de haber puesto medios que se sabía que podían causar el aniquilamiento de un cuerpo humano, de modo independiente a que tenga una célula y un instante de vida, o a que tenga billones y 110 años: su genoma evidencia que es él mismo y no otro.

Pero, ¿por qué alguien llega al extremo de negarse a reconocer a quien con su inteligencia es capaz de identificar como otro de su especie? Uno de los modos más eficaces de contradecir la inteligencia es dispersarla de lo más importante. Algunas de las alternativas más usadas son los cambios de significados haciendo referencia a los modos de ser y hacer, excluyendo el señalamiento explícito del ser que obra y en el que se obra.

Así se universaliza el aislamiento respecto de lo que es. Se crea una percepción cada vez más alejada del conocimiento, que es remplazado por lo que se vuelve común desear, decir y hacer. Esto es grave y lo es más aún, perder la memoria del camino de vuelta al conocimiento del ser y de su valor superior a algo de lo que éste posee, que es sus modos de ser.

A estos errores intelectuales suele seguir el de adjudicar a los modos de ser el valor exclusivo y superior, que solo es razonable reconocer al ser que los posee.

Decir, por ejemplo, que un ser humano lo es a partir de la semana 14 de gestación, como lo expresaron con su voto el 11 de diciembre de 2020 131 diputados argentinos, después de 20 horas de debate, es carecer ya de la capacidad de identificar y reconocer que, en la naturaleza, solo seres humanos pueden vivir 14 semanas y más, dentro de los cuerpos de otros seres humanos que son mujeres. A los 20 minutos de una relación sexual natural, la mujer hace reconocimiento de especie a los espermatozoides y los capacita para que uno pueda fertilizar el óvulo.

Es evidente que se necesita cierta capacidad intelectual para reconocer que la biológia de reconocimiento de especie no depende del voto de parlamentarios, y que la equivocada no es la biología, sino los parlamentarios que cometen este acto contradictorio de la racionalidad más básica, la necesaria para reconocer que el universo es una realidad no creada por una de las especies más recientes denominada homo sapiens sapiens, que la inteligencia de esta especie es muy limitada respecto de la que evidencia, por la unidad, el orden y la belleza, el universo acerca de su causante -las partículas que lo conforman son limitadas, luego tuvieron un comienzo dado por Quién les haya participado ser.

Tal vez no hay mayor irracionalidad que la pretensión de que se puede ser justo aniquilando cuerpos de la propia especie, o tal vez a este error lo supere el de intentar que, con actos nuestros, que son menos perfectos que nosotros, puesto que somos sus autores, seamos capaces de construir a seres superiores a nosotros. Es extremadamente irracional tratar despóticamente a otro ser humano con argumento de que nuestra sensación de rechazo, lástima o su deseo de morir, justifica su destrucción.

El derecho no se fundamenta ni en la fantasía ni en la ignorancia, ni en el deseo, ni en las normas inventadas con la pretención de que así queda justificada la injusticia, como en el caso del aborto y la eutanasia.

No es verdad que la solución al aborto sea legalizarlo, como tampoco lo es cualquier otra forma de crimen. Todo ser inteligente necesita la oportunidad de corregir sus errores con la sanción y la reparación justas.

Se necesita querer hacer buen uso de la inteligencia y aprovechar bien lo que ésta aporta. Lo contrario es una violencia, en primer lugar, a sí mismo, y este maltrato tiene efecto en la relación con los demás, en la que usamos las mismas facultades que, como efecto de los errores cometidos, quedan disminuídas en su capacidad de actuar a la altura del ser que se es y de los demás seres.

En la antigüedad, los que negociaban el mármol buscaban que la pieza fuera sine cera: que no le hubieran tapado huecos con cera.

Sincera es la persona que voluntariamente pone los medios para transmitir lo que considera honestamente que está percibiendo como real, por eso cuando se expresa, piensa que está transmitiendo lo que conoce que es.

Cuando, a pesar de su honestidad, no logra concluir lo que es, está en el error.

Pero el error no es acierto ni por el mero deseo, ni por el consenso, ni por que se transmita buscando algún bien: obrar mal no se justifica con el argumento de que la intención es buena, sino que hace falta que la acción sea la buena, de lo contrario quien actúa no se hace mejor persona ni logra que el otro lo sea en lo que depende de la acción que recibe.

El referente de lo bueno es la perfección en que consiste cada ser y la que, por sus perfecciones, le es propio alcanzar. Y si es un ser personal limitado, como lo es todo ser humano, no es descartable que, por la unidad corporeoespiritual en que consiste el ser humano, la etapa biológica sea la determinante del modo de ser personal modificable no en cuanto que se deje de ser persona, sino en la intensidad vital en que consiste el crecimiento personal, que habitualmente se llama amor.

En este sentido, el precio del amor es la acogida incondicional, sin excluir a otro ser humano, y ésta solo es posible siendo sine cera, sinceros, sin llamar “autonomía” o “liberación femenina” a la destrucción de mujeres y hombres inocentes e indefensos y, como es propio de todo cuerpo sensible y siempre caduco, sufrientes.

 

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Redacción Minuto30

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