Atinar con el señalamiento de la culpa, requiere abrirse al reconocimiento transparente de las propias actitudes, con el que se responde a preguntas como ¿Qué es lo que a mí me mueve para valorar, jerarquizar y actuar u omitir, de este modo?

Los hechos, las intenciones y las circunstancias, entre las que está la capacidad prospectiva, con la que se pueden prever algunas de las consecuencias personales, familiares, sociales y para las generaciones futuras, deberían ser contextualizados en el ser que somos.

Con estos referentes se juzga a cualquier juez y acusado, y cada uno a sí mismo en lo más profundo y definitivamente constituyente de su ser.

Pero no es suficiente, no existimos para solo esto. Es necesario reconocer en qué consisten un ser libre originante, uno al que Éste le participó ser con un modo de ser específico, y el motivo para el que lo causó.

Si no se conoce esto, la persona no logra amarse porque no descubre cómo es amada por sí misma, que es el motivo de ser originada y el único modo de dar la altura en el trato interpersonal y el de lograr el pleno desarrollo humano en lo que está dependiendo de la propia libertad.

Por esto, solo sabiendo amar se es feliz; la justicia sin más, es indigna de la persona: nadie está satisfecho si solo se le trata con justicia, y menos si él se porta así con otros, y mucho menos si da por hecho que la Ley se cumple a costa de los derechos de un ser humano.

En el ejercicio de la norma justa, sea moral o legal, no tiene por qué existir atropello al derecho, sino una jerarquización a la altura de la humanidad constituyente de todos los intervinientes y quienes reciben su influencia en lo que concierne al mandato ético, porque se da prioridad a la reparación y a la recuperación de las personas con ocasión del daño causado.

Hay una especialidad filosófica a veces ignorada en algunas facultades académicas; es la Teodicea o estudio racional de quien es Él mismo el Ser, y por eso, es capaz de participar ser; para esto se apoya en la Metafísica, la Lógica, la Filosofía de la Naturaleza y la Antropología.

El mayor daño a un ser causado libre, es la privación del conocimiento y trato interpersonal con su causante. Sin conocer el origen, se desconoce la razón de ser y la valoración de la persona es remplazada por la absolutización arbitraria de sus deseos descoordinados porque solo unida a su autor descubre y fortalece la verdad sobre su unidad, que es la fuente de la intensidad de su propia vida y la carta de navegación de su pleno desarrollo.

Sin trascender tratando a su Autor, la persona no termina de encontrarse ni de poseerse –para darse, que es amar, hay que poseerse–, y acaba actuando consigo misma, los demás y su entorno, como si cualquier reacción interna o externa se transformara en derecho con solo desearla o consentirla.

Esa es una ruta segura para imposibilitarse de lograr su mayor bien porque, determinándoselo ella, siempre será menor que ella y cada vez se alejará mas de lo que habría podido llegar a ser, y le quedará más dificultoso rescatarse a sí misma del daño que libremente se ha hecho.

La privación deliberada del bien que pudo alcanzar le genera una desdicha que no se desea y que es el mayor “Mal de pena”.

Se ha desviado de hacer la tarea de su vida pero, mientras todavía tenga su cuerpo y le quede uso de razón, aún puede intentar ser mejor persona, amarse y amar ordenadamente, aunque le costará más, por su debilidad espiritual y, a veces, por las secuelas físicas y psíquicas.

Se desea de diferentes modos. Se puede ejercer la voluntad para alcanzar un bien que sí lo es, para intentar la fantasía de poseer un “bien aparente” que por ignorancia invencible es apreciado como un bien real, pero donde no hay voluntad de obrar mal no hay culpa. También se ejerce la voluntad cuando la persona consciente de que obra mal, se determina a privarse del mayor bien con su actitud, elección, acción u omisión.

Si la persona advirtió que la alternativa que elegía la privaba del bien mayor y libremente optó por ella, es la exclusiva protagonista de su propia culpa y al obrar así ya se ha hecho la violencia de despreciarse, de usarse como un bien inferior a ella misma, por subordinarse a su deseo mal gestionado con sus facultades y competencias.
En un ejercicio desacertado de su libertad constitutiva, en lo más profundo de su ser eligió deliberadamente algo menos bueno. Es en esto en lo que consiste la culpa.

La acción es un bien menos perfecto que quien actúa. Solo automejorándose con las acciones responsablemente libres, la persona avanza en la posesión de sí misma en lo necesario para abrirse coherentemente y la única coherencia es amando ordenadamente a otros seres personales.

Quien se abre a Dios, que es Amor y, por lo tanto, referente objeticvo de lo justo, y lo trata, descubre la medida en que es amado y debe amar, y de ésta se deduce la medida de lo justo, de lo que ayuda a que la persona se haga mejor a sí misma en cuanto humana, en su individualidad y como miembro corresponsable de su familia, socieda y especie.

Quien se cierra a Dios, se “encorva sobre sí mismo” alejándose de los demás, se oprime y tiraniza exigiendo que a su deseo, fruto de la ignorancia, se le valore igual que al conocimiento y al derecho, y con esa pretensión destroza, violenta, y empobrece su propio ser y a los que reciben su influencia, a quienes maltrata con manipulaciones de poder, posesión y placer. Les queda difícil enterarse de que han hecho de sí mismos su mayor víctima.

Entre las mayores injusticias que un Estado puede cometer contra quienes lo conforman, está la de privarlos de la enseñanza racionalmente sustentada de las religiones por profesores autorizados por éstas, para que cada persona pueda discernir conciente y libremente cuál es la verdadera; y de las humanidades, porque sin conocerse es imposible acertar consigo mismo, para ser no sólo justo, sino mucho más: saber amar, ser feliz.

No es suficiente aprender a hacer, esto es ocasión para lograr lo nacesario que es saber hacerse la mejor persona posible.

Otras tendencias deben ser también gerenciadas, con las propias facultades superiores de quien es constitutivamente corporeoespiritual.

El espíritu no es causado por cierto grado de desarrollo biológico, sino que es simple, como lo demuestran sus tendencias no alcanzables con solo Biología o estudio de los seres compuestos por partículas de energía, que se centra en las formas de constitución y evolución de unidades llamadas individuos, capaces de coordinar estructuras con funciones específicas por tener automovimiento sujeto a leyes de la física y la química.

Las principales propiedades espirituales son la afectividad o capacidad de reaccionar a la altura de la perfección en que consiste otro ser que también es persona, y que se ejerce acompañándola respetuosamente a que logre su mayor bien o perfección; la inteligencia o apertura a lo que es cada ser, y la voluntad o capacidad de elegir y procurar otro bien.

Otras tendencias de los seres humanos son la generada por la irritación que causa un estímulo desagradable, el capricho, el instinto, la pulsión, la pasión y la inclinación a volver a realizar un acto similar al que ya se ha vivido, etc.

Sin esforzarse suficientemente por tratar bien a otros seres personales, se puede caer en una variedad de voluntarismo que consiste en excluirse del conocimiento necesario para valorar la culpa como tal y no como “derecho”, falso título del que frecuentemente el culpable se pretende apropiar en nombre del deseo.

Si un ser libre acierta con sus decisiones coherentes con las perfecciones que lo constituyen y la dinámica interna de éstas, tiene mérito; pero si desacierta, tiene culpa.

Es difícil acertar, con la sola dotación natural, en lo poco que es posible lograrlo si se compara con la intensidad de vida que hay en el mérito y la grave pérdida de algo intangible de sí mismo que hay en la culpa.
La razón de ser, de un ser limitado está determinada exclusivamente por su originante. Lo único de lo que es objetivamente culpable, es de contradecirla consociente y deliberadamente.

Uno de los efectos más comunes de este desconocimiento es la subordinación de sí mismo y de terceros, a la arbitrariedad ciega del propio deseo descontextualizado de la perfección en que consisten el ser humano en el que surge y los que padecen sus malos efectos.

El mayor daño que comete un ser limitado con uso de razón, es siempre y en primer lugar, en sí mismo, porque agrede violentando sus propias facultades con las que era, antes de su culpa, más capaz de obrar bien.

Si fue más consciente y libre, el deterioro es mayor, es un mal realizado en la proporción de la culpa que consiste en no vivir la libertad según el grado de responsabilidad que era posible en cada momento y en el contexto de las circunstancias.

La persona humana aprovecha su libertad en la medida en que con ella logra el motivo para el que fue causada. Otro uso de ésta es haber perdido una oportunidad de avance o perfeccionamiento en la apertura coherentemente ordenada, a otros seres.

A la pérdida de la oportunidad de hacerse mejor persona, puede añadirse la violencia obrada en otros como efecto del vacío de bien contra sí mismo, con sus implicaciones físicas y espirituales.

Para concluir la gravedad del daño, hace falta diferenciar a cada ser libre, sus capacidades y sus acciones propias.

De lo que es posible ser culpable, es de no haber elegido el mayor bien posible; en esto consiste el llamado “Mal de culpa”. Al ser el espíritu un bien superior a los constituidos con partículas de energía, el mayor bien o perfeccón de estos últimos es ser ocasión de hacerse mejor persona. Liberarse de errores en esto es un detonante del pleno desarrollo humano.

Cada ser personal limitado causa exclusivamente su propio mal de culpa, éste nunca se recibe de terceros, porque es la única privación consciente y voluntaria, y por lo tanto intencionada, del mayor bien alcanzable en cuanto persona o espíritu, y es imputable según la capacidad que se tiene para determinarse en las propias actitudes, elecciones y acciones.

La culpa es un acto voluntario, de elección de un bien que no era el mayor, y a la diferencia entre ambos bienes se le denomina mal, por causar una ruptura entre lo que se es y lo que de esto se deduce: lo que se está llamado a ser.

La noción de culpa se deriva de la de persona.

Para ser justo es imprescindible una buena formación humanística, que se acreciente desde que se inicia el uso de razón hasta el final de la vida.

La Pandemia cultural del mal de culpa se previene con el autoconocimiento, el juicio crítico sano, leal y constructivo, asumiendo plenamente la rectificación con cada afectado por los errores deliberadamente cometidos, examinándonos al menos antes de nuestro descanso diario, con la valoración y acogida crecientes, de quien nos causó, de sí mismo y los demás, y ampliando nuestra prospectiva hacia la etapa posterior a la vida biológica y a las generaciones futuras.

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Redacción Minuto30

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