El mundo duró desde la noche del martes hasta el sábado esperando conocer quién iba a ser el próximo Presidente de Estados Unidos. Una decisión que afecta inevitablemente el futuro de todos los Países y que se prolongó debido a las complejidades del Colegio Electoral, un sistema único de elección del primer mandatario que, aunque complejo, tiene sentido si se examina históricamente. Veamos:

En primer lugar, a diferencia de la mayoría de Países donde los ciudadanos escogemos directamente el Presidente, en Estados Unidos existe un modelo de elección indirecta a través de 538 delegados estatales. Es decir, al momento de sufragar los ciudadanos no están eligiendo a Joe Biden o a Donald Trump, sino a unos representantes que posteriormente decidirán quién ocupa la Presidencia.

Estos 538 delegados, cabe señalar, son distribuidos proporcionalmente entre los 50 estados. Lógicamente, entre más población tenga un estado, mayor cantidad de delegados tendrá para elegir al Presidente. Por ejemplo, California que es el territorio más habitado de la Unión tiene asignados 55 delegados, mientras que Montana, que es uno de los más pequeños en términos de habitantes, solo tiene tres.

Esta distribución de delegados es la misma que se usa para asignar la cantidad de representantes que cada estado tiene en el Congreso y al momento de las elecciones el candidato que tenga la mayor votación dentro del estado se gana todos los respectivos delegados de ese territorio. Al final, quien obtenga el apoyo de 270 delegados, la mitad más uno, será el próximo Presidente.

¿Por qué se creó este sistema?

Para responder a esta pregunta debemos remontarnos a 1787 cuando los padres fundadores de Estados Unidos diseñaron la Constitución. En ese momento, una de las principales prioridades de ellos era evitar que en el País se consolidara un Gobierno totalitario en cabeza de un Rey, o una figura semejante, como el que ellos acababan de derrotar en la revolución.

Para ello, establecieron un sistema de pesos y contrapesos donde se buscaba que el poder estuviera limitado, distribuido entre varias autoridades y no concentrado en una sola persona. En este contexto, una de las discusiones más importantes era determinar cómo se iba a escoger el Presidente, dado que de nada servían todos los esfuerzos hechos si al final se abría la puerta para que un líder totalitario llevara las riendas de la Nación.

Este fue quizás uno de los temas más debatidos, dado que no era fácil construir un acuerdo que los dejara tranquilos a todos. Por un lado, algunos proponían que fuera el Congreso quien escogiera al Presidente, de forma parecida a como sucede en los modelos parlamentarios. Sin embargo, en este sistema la división entre la rama legislativa y ejecutiva es prácticamente inexistente, lo cual genera una mayor concentración de poder. Algo que se quería evitar a toda costa.

Por otro lado, se pensó en permitir la elección directa del primer mandatario. No obstante, esta propuesta tenía dos grandes problemas. El primero, para esa época Estados Unidos era un País rural con serias dificultades de conexión, razón por la que los padres fundadores pensaban que los ciudadanos no iban a estar completamente informados acerca de las candidaturas, con lo cual era fácil que un demagogo llegara al poder.

La segunda, en un modelo de elección por voto popular iban a ser los grandes estados quienes escogieran al Presidente, dado que allí se concentra la mayor cantidad de población, lo que dejaba sin relevancia política a los pequeños territorios. Piensen en esto: hoy las candidaturas no solo se enfocan en las ciudades, sino que trabajan para conquistar territorios pequeños y medianos que terminan decidiendo la elección cuando la votación está muy pareja.

Finalmente, la opción que destrabó la negociación fue el Colegio Electoral. Un sistema donde cada estado importa electoralmente y existe una intermediación de un delegado con conocimiento político, aunque ciertamente este último aspecto hoy en día carece de sentido.

¿Por qué no se ha reformado el Colegio Electoral?

A diferencia de Colombia donde es realmente sencillo modificar la Constitución, en Estados Unidos el proceso de enmienda es supremamente rígido, dado que no solamente requiere que una mayoría de 2/3 del Congreso apruebe la reforma, sino que esta debe ser posteriormente ratificada por 3/4 de los estados, es decir 38 como mínimo. Esto genera que solamente aquellas propuestas que crean un sólido consenso nacional, y no respondan a una coyuntura partidista, sean viables.

De hecho, ellos en 233 años solamente han modificado su Constitución en 27 ocasiones, mientras que nosotros en 30 años de vigencia de la Carta de 1991 le hemos hecho más de 50 reformas. Debido a esta razón, es bastante improbable que el sistema electoral cambie, dado que los pequeños y medianos estados se opondrían a una elección por voto popular donde las grandes ciudades como New York, Los Ángeles, Houston o Chicago concentrarían toda la atención.

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Redacción Minuto30

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