Que Colombia es un país de extremos no lo duda nadie, lo es en el aspecto político, en el económico, en el social y lo es también en el clima: invierno o verano, en estas dos esquinas se ubica el clima en nuestro país, es difícil encontrar en el año una época intermedia, como decir otoño, en el que los días estén cubiertos de nubes, sin que llueva y sin sol, uno que otro, de pronto. Y si bien ello obedece al lugar geográfico en el que está ubicado el territorio colombiano en el continente, no puede negarse que la mano del hombre ha contribuido de manera significativa a que estos fenómenos sean, cada vez, más devastadores.

Cada que hay temporada de calor, se anhelan las lluvias, porque se marchitan los cultivos, sufren los animales por falta de pasto y de otros alimentos vegetales, se secan los embalses, hay escasez de agua, se intensifican las enfermedades asociadas al verano, incluso se hacen celebraciones religiosas y misas pidiendo que caiga agua. Cuando vienen las lluvias, aparejadas con éstas llegan las inundaciones, los derrumbes, se destruyen las carreteras, se van abajo casas, se colapsan las ciudades, se altera el transporte aéreo y terrestre, y también como en el caso anterior, se llevan a cabo actos religiosos pidiendo que cese la lluvia y llegue el tiempo seco.

En otros países es peor, son ampliamente conocidas las temporadas de huracanes que cada año, entre los meses de julio a octubre azotan la costa este de los Estados Unidos, cientos de pérdidas en vidas humanas y miles de millones de dólares en daños materiales; literalmente las ciudades se paralizan para dejar que la naturaleza, cada vez más agresiva por las decisiones de los hombres, haga de las suyas y se ensañe contra lo que su peor enemigo ha construido. Aun así el presidente de este país ha hecho todo lo que está a su alcance para sustraer a su país de los tratados que se han suscrito en pro de proteger el medio ambiente y evitar que los desastres sean peores.

En una línea parecida se puede ubicar al Trump brasileño, el recientemente elegido presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, que desde la misma campaña electoral dijo que iba a permitir la construcción de una autovía que facilitaría la extracción de los recursos naturales de la Amazonía, industrias madereras, mineras y ganaderas están de plácemenes con la idea del presidente. Tal ha sido la ignorancia de Bolsonaro con el tema ambiental que manifestó que va a acabar con el ministerio del medio ambiente de su país, cuyas funciones quedarían en manos del ministerio de agricultura, es decir, le parece poco que el 15% del agua dulce del mundo circule por este gran ecosistema y que éste sea determinante para la regulación del clima en la tierra a más de que captura toneladas de dióxido de carbono presentes en la atmósfera al tiempo que disminuye los efectos de los mismos.

En medio de este desalentador y triste panorama que desgraciadamente no parece detenerse, es buena la noticia conocida en días pasados en la que el Consejo de Estado de Colombia suspendió provisionalmente los decretos por medio de los cuales el gobierno fijó los criterios para la explotación y exploración de yacimientos no convencionales por medio del fracking o estimulación hidráulica. “La autorización en Colombia de la técnica de estimulación hidráulica puede conllevar un daño potencial o riesgo al medio ambiente y a la salud humana, cuya gravedad e irreversibilidad se cimienta en la posible insuficiencia de las medidas adoptadas», fueron algunos de los apartes de la decisión judicial.

Quienes defienden este tipo de explotación no convencional se escudan en el progreso y en la generación de recursos, pero lo cierto es que esto tiene un precio muy alto, y no hay necesidad de decir, aunque es verdad, que el lugar que tendrán para vivir las generaciones próximas no será el mejor, porque desde hace años estamos padeciendo los avatares de la naturaleza, tiene que haber maneras distintas de avanzar respetando y cuidando el medio ambiente. Qué es entonces más importante?

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Redacción Minuto30

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