La Política que salva vidas en Medellín

Sobre su cuerpo sin vida había un cartel que decía “por ladrón hp”, se trataba de un joven de 24 años de la comuna 13. Era 3 de enero de 2020, Daniel Quintero llevaba 3 días posesionado como alcalde de Medellín. La Policía en su informe preliminar dijo que fue un ajuste de cuentas, mientras que la comunidad comentaba que el joven asesinado, días antes se había robado una bicicleta en el barrio.

En Medellín en los 90’s, los homicidios se convirtieron en paisaje, durante toda la década la ciudad se bañó en la sangre de 48.590 personas. En 1991 fuimos la ciudad más violenta del mundo, con registros nunca igualados, en promedio 19 personas por día caían producto de tiros o puñaladas.

Normalizamos la muerte como moneda de cambio en una sociedad enferma. Las expresiones ciudadanas justificaban el crimen: “por algo lo debieron haber matado”, “quien sabe en qué andaba” o como algún día un vil expresidente dijo, “no estarían recogiendo café”.

Daniel Quintero desde ese 3 enero puso como filosofía que todo homicidio se iba a investigar con el mismo ahínco, sin importar la clase social, la profesión o el oficio, si la muerte no discrimina, la justicia tampoco debe. Así entonces iniciamos una estrategia centrada en dos tácticas: capturar homicidas y quitarles los jóvenes a los combos.

La primera, la logramos con un plan de recompensas de hasta 45 millones para informantes de cualquier homicidio y de 80 millones si era un feminicidio; y la segunda, trabajando articuladamente con Policía y Fiscalía investigando a los instrumentalizadores y reclutadores de menores para el conflicto.

En menos de dos años disminuimos en 40% los homicidios, en 2021 no fue asesinado ningún menor de 14 años y logramos aumentar el esclarecimiento de homicidios del 21% en 2019 al 39% en 2021.

En los 30 días que van del 2022 llevamos una reducción del 23% en el mismo delito. Para el próximo año las recompensas aumentarán, aunque soñamos y trabajamos para que la sociedad entera se levante y diga: ni un muerto más, nada justifica la muerte.