No sé si los amables lectores habrán tenido alguna vez la sensación de que los planes de desarrollo territorial, son formalmente tan lógicos como existencialmente ajenos. Nadie de carne y hueso parece habitar en ellos. En todos los espacios que componen su sofisticada arquitectura, habitan las cifras, absolutas o porcentuales, los recursos, las metas, las estrategias y los gráficos, en medio de un vecindario tan apacible, como las figuras de un pesebre. Son tan bien hechos que realizarlos sería una imperfección.

Humberto Díez

Humberto Díez

Claro que son necesarios, claro que sirven de partitura y, además, son obligatorios. Por eso, más que discutir su importancia, quisiera proponer una reflexión sobre su pertinencia o mejor, pertenencia, entendida como su manera de habitar entre la gente. Para ello mi tesis es muy sencilla: Entre los planes de desarrollo territoriales y las comunidades, deberían discurrir procesos de construcción de proyectos de vida personales y colectivos. Algunos pueblos indígenas hacen planes de vida, pero primero han condensado su sabiduría ancestral en hablar desde y hacia la vida, antes de hablar de cualquier plan. Sencillo, si, pero es otra racionalidad, es la racionalidad en orden a los seres.

El municipio de Medellín, tan próspero en muchas cosas, si que requiere de un esfuerzo colectivo por construir proyectos de vida. Estos son como la aguja de la brújula, porque aquí están los puntos cardinales expresados, pero no necesariamente adoptados por las personas y por lo tanto, puede haber navegación, pero no necesariamente rumbo. Y no es que los planes sean deficientes, es que pareciera requerirse de una construcción primordial, fundadora de propósitos enraizados en las personas, antes de acometer futuros planeados. Dicho en otros términos, requerimos de manera urgente que las personas, las familias y las comunidades, le encontremos sentido y dirección a la existencia en este medio.

Uno de los grandes logros de Medellín, que no ha sido justamente ponderado, ni aún en la academia, fue el Primer Estudio Poblacional de Salud Mental Medellín, 2011-2012, realizado por la facultad de Medicina de la Universidad CES con el International Consortium Psychiatric Epidemiology (ICPE) de la Universidad de Harvard y la Secretaría de Salud Municipal. Este trabajo, además de ser un riguroso modelo de investigación en salud pública, ofrece una radiografía respecto del aparentemente insondable estado de nuestra salud mental y sus relaciones complejas, pero profundas, con la salud física y social, según lo establecido por la OMS.

Las revelaciones importantes de este estudio nos conducen a encontrar un sólido fundamento para proponer acciones que nos ayuden a construir sentido de nuestra existencia, a fortalecer o reconstruir relaciones familiares y sociales maltrechas, a enfrentar los miedos que se producen en este estado de cosas que podríamos denominar la dialéctica de la incertidumbre y a mejorar nuestras capacidades adaptativas en una sociedad con altas migraciones, en la cual se producen fenómenos antropológicos que reclaman maneras sanas y realistas de significarnos y explicarnos.

Según el estudio, en ejercicios realizados antes del 2009 se encontró que el 10.6% de los adolescentes “no tiene ninguna figura paterna”, que casi uno de cada cuatro adolescentes “alguna vez ha pensado seriamente en suicidarse”, que más de 13 de cada cien jóvenes “alguna vez ha realizado un plan para suicidarse”, que el 14,4% “alguna vez ha intentado suicidarse” y finalmente que el 3,5% de nuestro muchachos “alguna vez ha intentado suicidarse y requirió atención médica o atención en salud por este evento”, habiéndose constituido en la cuarta parte de las muertes adolescentes. Suspender la vida desde sus albores o rifarla, como quien permuta intensidad por tiempo, podría estarnos indicando que estamos afectados con pobreza de sentido.

Además, el estudio mencionado señala que para 2011-2012, son altos los índices de sexualidad temprana (el 70%), de consumo de drogas, que hace que la cocaína sea la primera causa de hospitalización por trastorno mental y de personalidad con el 11.8%, cifras que coexisten con la ausencia de unos patrones de vida y de familia sanos.

Hay razones de peso para afirmar que hay algo debilitado en nuestros proyectos, que tiene que ver con un fundamento que va más allá de la pobreza material y está en nuestra pobreza de desear. Lo dijo el maestro Estanislao Zuleta, cuando se recibió como Doctor Honoris Causa: “Puede decirse que nuestro problema no consiste solamente, ni principalmente, en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos: que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal.”

No propongo, por supuesto, que nos sometamos a una psicoterapia colectiva. Reflexiono en voz alta, sobre la necesidad de encontrar las vías prácticas para poner en orden nuestros anhelos personales y colectivos, para identificar nuestras aspiraciones y nuestras potencialidades, para poner en primer lugar los sueños de la gente y , en función de ellos, los planes, proyectos y recursos. Puede sonar a idealismo pero creo que si logramos fomentar que en cada escuela, en cada acción comunal, fábrica, familia o cualquier colectivo humano, se ofrezcan instrumentos y acompañamiento para elaborar proyectos de vida, estaremos cultivando nuevas esperanzas. Al fin y al cabo, somos lo que soñamos. Shakespeare lo dijo en tono mayor “Estamos hechos de la misma madera de la que están hechos nuestros sueños.”

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Redacción Minuto30

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