La paz es fruto de ejercitarse en la procura constante y creciente, del pleno desarrollo integral, sustentable, sostenible e incluyente, de cada ser humano, su familia, sociedad y Estado.
La paz es un bien por ser condición indispensable para poner por obra la tarea de la propia vida, de modo que la persona logre ser plena y esto se nota en el síntoma de su felicidad.
Para alcanzarla se requieren esfuerzos en las proporciones de este bien tan grande, que implica vivir en el propio ser, lo que demanda la coherencia con la verdad, la justicia y el amor, con Dios -sin Él cada ser humano solo produce lo que no lo hace enteramente feliz, porque lo causado es menos perfecto que su causante.
La paz plena requiere el encuentro con quien mejor la posee y la comparte: es, antes que un logro, un regalo que se recibe de modo gradual, en la proporción de la correspondencia, viviendo el orden del amor que, en cuanto bueno, siempre es hermoso y que es donación mutua que se adelanta: si se espera a que el otro dé primero, la relación no es de amor, sino de falsa “equidad” consensuada, aunque se conviva así el resto de la vida.
La paz requiere un humanismo que no sea excluyente con la capacidad trascendente del espíritu que es cada ser humano y reclama vivirlo, con y para otros, remplazando así el vacío existencial que deja cada acto egoísta.
En la Ética, se construye la paz con la solidaridad continuada, antitética de cálculos que lleven al uso de sí mismo o de otros, para lograr más poder, posesión y placer, situación en la que la persona misma se maltrata usándose como mero medio, explotándose para lo que decide valorar como un fin último sabiendo que no lo es: en la práctica se otorga la categoría de objeto a lo que tiene como cuerpo y como persona, pero como la paz es la tranquilidad de vivir el orden del amor, con cada acto de desamor, de algún modo de desposee, pierde esa ratificación del buen obrar, algo queda oscuro en lo hondo del propio ser y, en esa ceguera, la persona queda inerme ante la facilidad mayor para hacerse y hacer daño a otros, por acrecentar su dificultad para ser objetiva en su escala de valores.
Si esto sucede en quien debe cumplir la responsabilidad de compartir y acrecentar la educación y cultura de otros, fácilmente irá reduciendo su interés solo a los saberes y tratos instrumentales, técnicos y eficientes, que alcancen fines intermedios, insuficientes para hacer realidad el sentido su existencia, el pleno desarrollo humano propio, que se logra ayudándole a los demás a alcanzar el de ellos.
Si persiste y no se corrige a tiempo, fácilmente intentará llenar sus vacíos aspirando a las migajas fútiles de la satisfacción del gusto inmediato, que puede llevar a la adicción.
La ruta hacia la falta de paz es una especie de dictadura de quien se relativiza como persona a cambio de dejarse libremente subyugar a la clase de deseos que contradicen el bien que es cada ser humano.
¿Cómo se pierde la paz? Violentando la propia dotación corporeoespiritual, dispersándose así del modo como se recibió participación en el ser.
La falta de paz se debe a remplazar el buen uso de la autonomía moral -coherente con el bien o perfección del propio ser-, por la abdicación libre de sí mismo, de la verdad acerca de cómo ser mejor persona, de la justicia en el modo de corresponder al don del ser recibido y de la libertad que se acrecienta sabiendo amar.
En lo social, la paz se destruye con acciones y estructuras injustas de poder, en las que parte del pago que debe hacerse a una persona, se desvía hacia quienes no son los verdaderos dueños de ese dinero o de esos derechos y méritos. Existe el deber social de poner todos los recursos para romper esas cadenas de corrupción y liberar las rutas de la transparencia y del pleno desarrollo de todos, sin excepción alguna.
La paz es fruto la diligencia para alcanzar el bien total del alma y del cuerpo de cada uno, en lo que dependan del propio ser.
El primer modo de sembrar paz es respetar incondicionalmente la vida de todos los seres humanos, sin excepciones, desde el inicio de su concepción hasta su final natural, por ser un bien sin el que no se dan los demás. Dispersarse de esta responsabilidad de todos es restar paz.
Un matrimonio vivido asumiendo con entera responsabilidad los propios compromisos, es detonante de paz y felicidad para ellos, la familia entera, sus amistades y compañeros de trabajo, la sociedad y las generaciones futuras.
Ejercer el derecho a la objeción de conciencia siempre que haga falta, para no hacerse cómplice activo o pasivo, o protagonista de atentar contra la integridad, salud, vida, desarrollo y bienes de otro ser humano, es sembrar paz.
Poner todos los medios honestos para remplazar la normatividad y jurisprudencia injustas, como la que promueve la destrucción de seres humanos a través del aborto y la eutanasia, es ayudar a deshacer cadenas que impiden que todos los seres humanos, sin excepción, disfruten una vida completa y en paz.
Es un acto de profunda violencia, un abismal atentado contra la paz, imponer que a instituciones hechas por personas para respetar incondicionalmente la vida de cada ser humano, lleguen quienes no pertenecen a las mismas, violen la autonomía profesional de los que constituyen la institución, con la que no quieren que allí se haga daño a alguien, y contradigan tiránicamente los derechos a la vida y a la propiedad privada, al practicar allí la destrucción de seres humanos por orden del Estado, como está sucediendo en el caso del aborto y la eutanasia en Colombia.
Ser pacífico se nota en desarrollar y poner por obra todos los medios y talentos necesarios para evitar cada injusticia, por ejemplo, ayudando a rectificar sentencias y normas promotoras de la extinción de seres humanos.
Atentar contra la vida religiosa de las personas, pretendiendo ponerles trabas con impuestos a instituciones que hacen muchas obras benéficas a la sociedad, es violentar el derecho a la paz de todos de un modo directo y agresivo, porque el encuentro con Dios, cuando es sincero, lleva a dejarse enseñar de Él y sembrar, en sí mismo y en los demás, Su modo de vivir la paz, que en la vida social se nota en compartir la propia religión, educar de modo plenamente libre y coherente según las creencias personales sustentadas en motivos racionales de credibilidad, vivir todas las formas de caridad solidaria que se nota en obras benéficas o asistenciales, ser y actuar honestamente, a nivel individual y como parte de grupos que constituyen organismos sociales, con estatutos coherentes con principios doctrinales que establecen fines institucionales según las propias convicciones y saber convivir de modo respetuoso, por fe coherente, con todos los que creen con otros referentes.
Una forma de ataque a las personas es quitarles el acceso la cultura que les facilite ejercer plenamente sus derechos y deberes sociales, civiles y políticos, necesarios para su plena realización, y remplazársela parcial o totalmente, por contenidos de menos calidad respecto a la práctica de todos los derechos humanos.
Esta ofensa contra la paz personal, familiar, social y la de las generaciones futuras, se ve en una variedad de trata de seres humanos que debería ser sancionada. Un ejemplo es la promoción de la promiscuidad infantil en los contenidos educativos distribuidos a escuelas y colegios del Estado, atentando contra el derecho fundamental a la salud, porque esta práctica multiplica el número de niños y adolescentes infectados por enfermedades de transmisión sexual, y la cantidad de quienes destruyen a sus hijas e hijos con el aborto. Esto es devastador de la capacidad de las nuevas generaciones de seres humanos, para lograr su desarrollo afectivo en lo que depende de un modo sano de vivir su sexualidad para que la integren con la meta de un trato completamente respetuoso de sí mismos y de los demás y valoren plenamente ayudarse a ser mejores personas.
Quien se encorva encapsulándose en sus propias sensaciones físicas y deja en un segundo lugar las sanas tendencias de sus perfecciones espirituales, se hace la violencia de excluirse de la oportunidad de valorar mejor lo que le da un gozo infinito, que es más que el finito placer del cuerpo caduco que es un bien menor y, por eso, subordinable al logro de los bienes mayores, a los que debe direccionarse libremente la persona entera para lograr su pleno desarrollo.
Otro frecuente ataque contra la paz del mundo contemporáneo, es procurar un desarrollo económico dependiente de la absoluta “libertad” de los mercados, que aumenta cada vez más las injusticias y el número de pobres, sin que haya control suficiente por parte del Estado para garantizar que todo manejo económico lleve a que, quienes lo realizan, se hagan con ese trabajo mejores en cuanto personas, contribuyan al justo apoyo de condiciones de vida y cultura mejores para los más necesitados, den prioridad al perfeccionamiento espiritual de todos en quienes puedan influir y vivan también las demás formas de fortalecimiento del bien común.
La paz se logra fortaleciendo competencias transformativas y creativas, madurando el discernimiento, desarrollando la competitividad cultural, con el remplazo del propio individualismo egoísta, por el cultivo de virtudes que hacen a la persona capaz de donarse ella misma, sirviendo con su trabajo remunerado y también fraternalmente, con la lógica que caracteriza el don de la gratuidad humana y que desarrolla la inteligencia social.
Quien vive la paz da el salto hacia la benevolencia y la cordialidad, perdona, acepta las disculpas pero no las exige, reconoce sus errores, pide perdón y repara con justicia las omisiones y ofensas, remplaza la venganza con solidaridad, supera el mal con el bien y reconcilia, educa en los más altos valores yendo por delante con el ejemplo, remplaza la indiferencia con el cuidado acogedor, hace una relectura más justa, científica y realista de la historia, asumiendo sus responsabilidades presentes sin excusarse en errores ajenos, fomenta la comprensión recíproca, vive la mutua aceptación y acogida, y vence el miedo al don total de sí mismo por amor.
La paz se siembra con reciprocidad leal, haciendo interés propio la solución de las necesidades de los demás, abriéndoles horizontes para su desarrollo personal en su vida familiar, laboral, cultural, religiosa, económica, jurídica, civil, política y demás aspectos de su existencia como persona plenamente humana, de modo que cada uno pueda cantar “Noche de paz” al final de todas sus jornadas, como efecto de la primera Navidad.