Aceptar la derrota y comportarse con dignidad es propio de seres altruistas y decentes y no he visto nada de eso en quienes perdieron el 17 de junio de 2018, en las elecciones para Presidente. Al contrario solo amargura expresada en diversas formas, resentimiento manifiesto, deseos de desestabilizar al país y cizaña a borbotones en una mal llamada oposición democrática.

En los países con verdadera democracia, una vez se dan los resultados de las elecciones quienes en ellas participaron los aceptan y dan un plazo prudencial para observar hacia donde se dirigirá el accionar gubernamental y apoyar o no a esas iniciativas que se proponen.

Rara vez hacen pataletas infantiles que se tiran al suelo y con alaridos llaman la atención de los transeúntes porque no les compraron el helado que querían. Me disculpan los niños y sus pataletas propias de los 4 años, pero en Colombia tenemos un adulto que parecen no superó esa edad, pues su comportamiento siempre ha sido buscar sin reato de ningún tipo imponer su voluntad.

Sus antiguos copartidarios lo ratifican cuando afirman que cambiaba las actas de las reuniones para plasmar en ellas su pensamiento y decisiones, independiente de que lo acordado fuese lo opuesto o muy diferente.
Así como los niños malcriados tiene la manía de compararse con sus compañeritos más reconocidos y se dice heredero de Bolívar, Chávez, se cree Moisés y en ocasiones debe haber pensado que Maduro puede ser su ídolo digno de emular.
En esos devaneos de negación de identidad lo han acompañado un profesor inhabilitado para posesionarse como senador debido a sus múltiples contratos con el Estado firmados y en ejecución durante los períodos de inhabilidad establecidos por las leyes electorales y una gritona que fungió como autentica CENADORA, puesto que en campaña para la Vicepresidencia nunca renunció a su sueldo como congresista.

Ese trío ahora acompañado con otros perdedores andan impulsando una consulta anticorrupción que tiene de todo menos eso. Las preguntas están en la ley y solo falta aplicarlas y dos de ellas no tienen forma de concretarse a no ser que se haga una reforma constitucional. No hay necesidad de hacer una consulta para saber que estamos hartos de corruptos en el poder y en la vida diaria.

Llamar a manifestaciones de oposición a un gobierno que no ha entrado en funciones, intentar involucrar al futuro gobernante en los asesinatos de supuestos líderes sociales que son consecuencia del acuerdo de impunidad firmado el 26 de septiembre de 2016, negado por el pueblo el 2 de octubre del mismo año y reafirmado con un maquillaje superficial el 24 de noviembre siguiente en un acto repulsivo y en contra de la democracia en Cartagena, es una acción temeraria, incendiaria y muy diciente del talante pendenciero que siempre ha tenido este imberbe emocional.

Esos asesinatos, repudiables sí, nunca pueden endilgársele al elegido sin posesionarse y mucho menos a un partido que no participa en el gobierno actual y máxime que se han demostrado vínculos de algunos de ellos con bandas criminales como las Farc y sus disidencias, el clan del golfo, el ELN., y todas esas organizaciones narcotraficantes que han utilizado el terrorismo como una pataleta más para implantar sus ideas a una sociedad ante todo pacífica.

La diferencia con esas pataletas infantiles es que el remedio no es dejarlos en el suelo con sus llantos y caprichos. Para este caso hay que aplicar las leyes con severidad y sin contemplaciones.

Extraño el comportamiento de un pueblo que a pesar de las adversidades que a diario enfrenta se considere un país feliz. Hay violentos, son pocos pero hacen mucho ruido y su accionar es muy dañino; pero también hay ausencia de justicia y los que se sienten agredidos por sus vecinos se toman la justicia en mano propia.

Son muchos los retos que debe afrontar el nuevo gobierno; especial cuidado deber tener la aplicación de la justicia. Leyes tenemos y muchas, hacerlas prácticas y aplicables sin distinción de color de piel, sexo, ideologías políticas o religiosas, estrato social, con equidad, prontitud y eficacia y cumpliendo la promesa de campaña: “El que la hace la paga” para todas las infracciones nos llevará a un futuro con esperanza.

De cada uno depende que esa esperanza se concrete y lo lograremos actuando diariamente con respeto, acatamiento de la ley, conmiseración, solidaridad y compromiso con la comunidad que nos rodea. No es mucho pedir pero debe ser una masa crítica que nos impulse a irradiar ese comportamiento en todos los colombianos.

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Redacción Minuto30

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