Hace algún tiempo, leí, un curioso artículo sobre cómo hacer un discurso político, de tal modo que leyéndolo normalmente, motiva, emociona, impacta, ata y cautiva a las masas, pues además de ser actual, es el compendio de la bondad, la inteligencia y sobre todo del compromiso, de la cívica, la solidaridad y el liderazgo en la defensa del bien común.

Nelson Hurtado Obando

Todo muy bien, hasta que resultan elegidos, pues empieza como la segunda escena de la tragicomedia electoral democrática.

El mismo discurso que sirvió para que fueran elegidos, se puede leer igualmente al revés, es decir, del final al principio, con igual coherencia, resultando que el elegido, se aplica a hacer exactamente todo lo contrario a lo que dijo en el discurso, antes de la elección. (Leer aquí, http://is.gd/W28OYx). Obviamente que lo dicho, no tiene carácter absoluto, pero en muchas ocasiones es coincidente con la realidad diaria.

Algunos jóvenes aspirantes al concejo de Medellín, de los que no dudo respecto de la bondad y las buenas intenciones que los guían, las que opacan con cierta soberbia, heredada de la praxis electoral colombiana, empiezan a posar para la foto, con sonrisas de “becerro”, perdón, de Becerra y a hacer gala de exuberante diccionario de “terminachos jurídico-legales”, queriendo demostrar el completo dominio, del complejo y casi infinito mundo de la administración pública y las intrincadas interferencias, con el mundo del ciudadano común y corriente; pura soberbia, pues siendo tal la complejidad del asunto, es aun, para los formados en las ciencias jurídicas, imposible su aprehensión total, mayormente, para quien tiene formación en áreas importantes de la cultura, sean: comunicación, periodismo, medicina, ingeniería, etc. o en áreas de mercadeo, publicidad, ventas.

Un mismo texto, siempre será un nuevo texto; cada lector, será consecuencialmente un nuevo autor y esto es lo que normalmente ocurre con las obras literarias, artísticas etc.

Tratándose de los textos de la ley, por clara que sea al lenguaje profano y sin que de ninguna manera sea, el exacto y riguroso texto técnico, una cosa es la lectura del texto de la ley, en manos de un formado en la ciencia jurídica y otra muy diferente la que puede hacer, quien no tiene esa formación o tiene formación, en otras ciencias, artes o disciplinas.

En torno de la ley, quien carezca de formación jurídica, podrá a lo sumo emitir “opiniones”, pero quien posee esa formación, podrá emitir o expresar conceptos, juicios, pues no es insustancial la diferencia entre doxa y episteme.

No bastan las ampulosas referencias de los aspirantes a concejo o alcaldía a las normas constitucionales y legales que asignan las atribuciones a cada uno de ellos, ni las leyes que las desarrollan o reglamentan, cuando muchas de dichas funciones, incluso comportan en su aplicación práctica, normas del derecho internacional y numerosos precedentes jurisdiccionales de las Cortes internacionales y nacionales.

Así, no terminando de extinguirse la hoguera encendida por el proyecto de acuerdo 300, en Medellín ya aparecen candidatos al concejo, hablando y prometiendo “lo humano y lo divino”, sí son elegidos concejales o alcalde, mejor dicho: el Estado de felicidad, lo tienen en sus manos.

Sé que no es poca la valía que hay en cada uno de los diversos aspirantes a concejo y alcaldías, pero si al lenguaje que utilizan se le aplica la técnica de “la chuzada”, es fácil obtener una imagen radiográfica de los no pocos e insondables vacíos, que les acompañan, lo que nada tiene que ver, con bajos o altos coeficientes intelectuales, como tampoco con títulos académicos, que a la luz de la cívica y la democracia, tampoco constituyen ni defecto, ni virtud, pues que si así fuera, serían excluyentes y nugatorias de ellas.

Repito que, sé de la valía que hay en muchos de los candidatos, pero, qué tal si a la soberbia que suele producir la “vistosidad” pública, al “manoseo”, confundido con la cercanía a “los otros”, y a los abrazos de alicate, se le ponen mínimas dosis de coherencia. Muy fácil hablar de “ciudad sostenible”, de inclusión, de erradicación de la pobreza, desde la red; muy fácil hablar de “inversión social”, desde el presupuesto, como simple asignación de recursos a zonas marginales, lo que a la luz de la Corte Constitucional, muchas veces deviene contrario a los mandatos constitucionales y legales, justamente por un desarrollo focal y vago, casi de confundir la solidaridad que establece la Constitución, con la caridad cristiana y de la impropiedad y equivoca aplicación de los conceptos “inversión social” y “bien común o interés general y de interés social”, que al contrario, en no pocas situaciones han sido convertidos en las brechas, por donde se impone, sin consideración y contra toda virtud, el interés privado.

No se venga a decir ahora, que comunicadores, publicistas, médicos, ingenieros, etc., podrán suplir dichas necesidades, a través de equipos asesores, ¿Bajo cuáles principios filosóficos, económicos, sociológicos? ¿En desarrollo de qué contenidos axiológicos, deontológicos y teleológicos? ¿Desde cuál eticidad: privada, pública, “mixta”?

Desde la palabra, no es fácil, sencillo, ni simple, ser candidato; a ello no es suficiente el “aval del partido”, ni la publicitación de una imagen de brillante, como tampoco el dominio y la pericia en el manejo de cifras y estadísticas empíricas, vacuas, cuya obsolescencia es instantánea y cuya verosimilitud es de mínima probabilidad de certeza, en un mundo global, instantáneamente cambiante.

Desde la palabra, no es fácil, sencillo, ni simple, ser candidato; a ello no son suficientes, ni el llamado “reduccionismo”, ni el “eficientismo”, ante los que muchos sacrifican el Derecho y hasta la Justicia y subvaloran derechos subjetivos, fundamentales y colectivos.

Desde la palabra, no es fácil, sencillo, ni simple, ser candidato; a ello no es suficiente el declarar la defensa aguerrida del “bien común y del interés general”, desde la simple visión matemática. Tampoco lo es, desde la defensa del “patrimonio público”, reducido a erario o hacienda pública.

Desde la palabra, no es fácil, sencillo, ni simple, ser candidato; a ello no es suficiente el registro o inscripción como “Programa de Gobierno”, de un listado o enunciado de generalidades; un programa de gobierno, a las voces de la Constitución y la ley, es eso: un programa; “Serie ordenada de operaciones necesarias para llevar a cabo un proyecto”, es decir, un “Designio o pensamiento de ejecutar algo”, sistémico, sincrónico, coherente, inequívoco, exento de ambigüedad, plausible, probable, verosímil, de tal modo que si se piensa construir una obra pública, o adoptar un tributo, o ejecutar una reforma a la estructura administrativa, o ejecutar un plan de vivienda o proyectar la dotación de servicios públicos, o de crear estímulos tributarios para la industria, el comercio y los servicios para que generen empleo formal o dar estímulos a la educación, eso debe constar en el programa de gobierno, de manera cierta, precisa, detallada, perfectamente identificada, de tal manera que su especificidad, garantice que luego no propicie acciones, no previstas, ni expresamente propuestas, con la clara finalidad de impedir que sigan pululando las promesas de “puentes donde no hay río” y la improvisación, con su exuberante cosecha de “obras inconclusas”, fraude, corrupción y desperdicio de recursos sociales, como ha venido sucediendo, en contra de la Constitución y la ley y para cerrar el paso incluso a la arbitrariedad y al sectarismo político, desde el uso torcido de la “expropiación administrativa”.

Si no se entiende y no se exige del anterior modo, el Programa de Gobierno, el voto programático no existe y la participación democrática y participativa, en el gobierno del municipio, no solo deviene como un leviatán, como un cheque en blanco, sino que es ante todo, la negación absoluta de la garantía de eficacia, de la revocatoria del mandato, por incumplimiento del programa de gobierno, que no puede tener eje distinto a la Dignidad Humana y al cumplimiento de los principios, valores y fines del Estado Social de Derecho, democrático y participativo.

Se ha vuelto costumbre la violación, a sabiendas, con conocimiento de causa (cercano al dolo) de la Constitución y las leyes, en el procedimiento de consolidación del Plan de desarrollo económico y social, conforme al Programa de Gobierno, sometido a la elección de la comunidad e inscrito al momento de inscripción de la candidatura. Así, lo que era puro “interés general”, se concreta, con visos de máximos intereses privados particulares. Y no es opinión, porque lo he sustentado.

Desde la palabra, no es fácil, sencillo, ni simple, ser candidato; a ello no son suficientes, ni la juventud, ni la edad adulta, ni la “experiencia” en la burocracia, ni los títulos académicos, tanto como la bondad, las virtudes cívicas, la comprensión holística del mundo y la permanente decisión de acertar, desde la humildad, en la “reconstrucción del otro”.

Deben saber los diversos candidatos, que ni la Constitución, ni las leyes, son agregados “técnicos” o que son recetarios aislados de “fórmulas magistrales”, que deban ceder ante las exigencias económicas o financieras o que existan aisladamente de fenómenos actuales, como el cambio climático, el derecho urbano, el espacio público, (que no es solamente vías, andenes), el derecho al ambiente sano, la propiedad privada, la “tiranía del promedio”, todo ello, en sus múltiples interrelaciones, con la salud y la vida.

Reafirmo que por estos vacíos, en Medellín y en otros municipios, se ha colado la más aterradora, funesta y subversiva improvisación y corrupción, escondida con mucha arquitectura del criollo “urbanismo social”.

Señores candidatos, ¿Será mucho pedir coherencia?

Confucio, les recuerda que: “Si falla el lenguaje lo que se dice no es lo que se piensa. Si lo que se dice no es lo que se piensa, entonces las obras no llegan a realizarse. Si las obras no llegan a realizarse entonces no florecen la moral y el arte y si no florecen la moral y el arte entonces se desvía la justicia y si la justicia se desvía entonces todo el país anda a la deriva”.

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Redacción Minuto30

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