Mirando los resultados de las encuestas en donde se muestra por regiones las tendencias para las votaciones, encuentro algo muy diciente con respecto al porcentaje de aceptación del populismo pregonado por el señor del M-19 que pretende reemplazar la bandera de Colombia cuando asuma la presidencia, según observamos en su manifestación en Soacha.

Veo que esas ideas mentirosas y promeseras, similares a las del espurio aquí y a las que encumbraron a los castro, el chávez y el maduro, que empobrecieron a Cuba y Venezuela y que nos tienen en estos días a punto de convertirnos de nuevo en un país cuya economía gira alrededor del narcotráfico, tienen mucha acogida en las zonas de Colombia en donde la inequidad es la constante. En la región del Pacífico, algo en la costa Caribe y en Bogotá, (capital de la Corrupción) tiene altos porcentajes de aceptación el candidato dicharachero y obsesivo con el cambio climático.
La desigualdad en esas regiones es una realidad y quien creyera, pero en la capital de la corrupción es en donde con mayor fortaleza se puede encontrar puesto que allí los alcaldes de izquierda que se han elegido han sido los peores administradores de la cosa pública.

En esa ciudad hay mucha riqueza pero no origina equidad ni mucho menos inclusión social. Allí el transporte público es un caos, la inseguridad es rampante, el tiempo que se tarda un trabajador para llegar s su sitio de trabajo le impide realizar otras actividades para su solaz, relacionarse con su familia, departir con sus amigos o convivir en armonía con su metro cuadrado. El estado de ánimo que acompaña al capitalino promedio es de agresividad recalcitrante, el deseo de ayudar es extraño y esto se debe indudablemente a que allí se vive de afán y en descontento permanente.

De adolescentes y en los primeros años de la juventud teníamos la sensibilidad social alborotada, irreflexiva y natural en esas etapas de la vida; denigrábamos del establecimiento y considerábamos al comunismo como la mejor manera para la distribución de la riqueza en donde se le quitaba al rico para regalárselo a los pobres. Ese era un paradigma y nos rebelábamos ante opiniones en contrario con la terquedad inexperta de quien considera que es el dueño de la verdad revelada y que por fuera de ella no hay tu tía.
Expresiones como oligarquía y burguesía empleadas de manera despectiva y sin un conocimiento claro de lo que significaban eran el pan de cada día.
Con los años he comprendido que si hay un sistema social o político que en la práctica conduzca a la oligarquía (Oligarquía es, para las ciencias políticas, la forma de gobierno en la cual el poder es ejercido por un grupo reducido de personas que pertenecen a una misma clase social), es aquel que ahora pregonan como el socialismo del siglo XXI que no es otra cosa que el comunismo que estuvo de moda en los años de mi adolescencia y juventud.

La riqueza en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil y el resto de los países que decidieron en algún momento de su historia acompañar el sueño castrochavista, se concentró en unos pocos cercanos al régimen y el pueblo ha quedado en la miseria. Allí si hubo y en algunas partes aun hay, igualdad entre gran parte de la población: gran mayoría de pobres y mendicantes. Pero quienes estuvieron y están en el corazón de los gobernantes disfrutan de las riquezas inconmensurables esquilmadas a los recursos públicos que cambian hacia las arcas de esos oligarcas supuestamente ideólogos y promotores de la justicia social.

Apellidos ancestrales y añadidos de provincia han conformado una elite bogoteña que ha pretendido gobernar al país con sus mañas y corruptelas y cuando alguien pretende cambiar eso, lo atacan con saña y quieren convertirlo en un paria social. Esto se puede observar cuando no se les adjudicaron a dedo canales de televisión o los pusieron a competir para ganarse con transparencia los contratos del estado. Eso lo consideraron un atentado gigantesco en contra del estatus quo en donde ellos simplemente por ser quienes eran, (Usted no sabe quién soy yo) se consideraban con derechos inalienables a disfrutar de la repartición indiscriminada de los recursos públicos.

Eso que quieren para el país los miembros de esa elite y conniventes con el proceso de impunidad, que tildan a quienes no creemos en sus mentiras como enemigos de la paz, es lo que diario viven los capitalinos: Inequidad y desgreño.

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Redacción Minuto30

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