Ítalo Calvino, decía que “un clásico es un amuleto que nos ayuda a organizar el mundo”. Así lo entiendo, de tal manera que, entre mis tareas, en mis frecuentes viajes a nuestra bella capital, Bogotá, nunca omito las visitas a las tiendas de librovejeros de las carreras séptima y octava, ánforas de clásicos y buenos libros, frente al Ministerio de Agricultura.

En una de esas visitas, hallé el libro Crónicas históricas, de la delicada y cuidadosa escritora Aída Martínez Carreño, quien fue gran historiadora, Miembro de Número con la silla 4 de la Academia Colombiana de Historia y Premio Nacional de Historia, en 1995. Tal vez el libro no sea un clásico, pero la frescura de sus crónicas, la belleza de sus relatos y el lenguaje pulcro y respetuoso de la norma, bien vale degustarse. Adicional, está lleno de hermosos pasajes históricos y referencias bien logradas, edificante para un lector culto.

En el prólogo (una joya de historia y donosura), escrito por Alfredo Iriarte, refiriéndose al mérito incuestionable de la historiografía al haber otorgado justo valor a las crónicas y relaciones de la vida cotidiana como enfoques esenciales e imprescindible para una correcta comprensión global del pasado de los pueblos, refiriéndose específicamente a la figura colosal de Cayo Julio César, cuenta lo siguiente:

“En una oportunidad, cierto afamado cocinero romano quiso agasajar a César en un banquete que el IMPERATOR ofrecía a un selecto grupo de invitados, con unas ostras en cuya preparación el dicho cocinero era un refinado maestro. Pero para mala fortuna suya, acaeció que cuando se disponía a aderezarlas, los moluscos ya habían entrado en una fase muy avanzada de descomposición. De inmediato los más cercanos servidores de César volaron a informarlo acerca del lamentable percance, a lo que el Omnipotente respondió con la mayor afabilidad y el más alegre humor: “entonces que preparen unos buenos higos”. Lo triste fue que cuando los áulicos fueron a dar al cocinero la consoladora noticia, ya era tarde.

El infortunado maestro de las artes culinarias, previendo un infernal estallido de la ira cesárea ante la desgracia de las ostras malogradas, no quiso vivir ese momento aterrador en el cuál él sería la infeliz bestia propiciatoria, y prefirió hundirse el más buido y afilado de todos sus cuchillos en la mitad del corazón. De modo que cuando los emisarios llegaron a la cocina a darle la buena nueva de que a Julio César igual le daban las ostras que un plato de higos frescos, ya era tarde, pues el cocinero suicida yacía en medio de un viscoso charco de sangre, con el cuchillo clavado en el pecho y el rostro aún desfigurado por la tribulación”.

El cocinero de esta historia aterradora -concluye Iriarte-, no previó por un solo instante el benévolo trueque de las ostras por los higos. La única premonición que lo conturbó y horrorizó fue la de la cólera feroz del César, al sentirse defraudado por la súbita carencia de los moluscos exquisitos.

Por asociación, esta historia trajo a mi memoria la salida precipitada del hijo del Tricentenario hasta Florencia, en Italia, recorriendo en tiempo récord 9.300 kilómetros, sin pedir autorización del concejo (como lo ordena la ley), y aduciendo “asunto personal”, para entrevistarse con Petro.

Según el periódico El Colombiano (en su edición del 10 de julio de 2022) “Los ciudadanos de Medellín no se habrían enterado si no es porque algún curioso se lo encontró en el aeropuerto Charles de Gaulle y le tomó una foto en la que aparece de pie, con un pequeño morral a la espalda y con la pista de aviones al fondo”.

Me temo que Petro, hace rato, le pidió ostras al alcalde Quintero, y este no ha podido complacerlo. Así se intuye, se deduce, se columbra, se adivina, se capta, se sospecha, se presiente, se barrunta, se entrevé, se vislumbra, y agregue cien sinónimos más, porque el calamitoso estado de la ciudad, la solicitud del empresariado antioqueño a Petro, de obviar al alcalde como intermediario; las cosas feas que encontró el doctor Juan Camilo Restrepo Gómez en 17 días de tranquilidad y aceptación que le prodigaron los gremios y la comunidad, está demostrando que Quintero no tiene ni ostras ni higos para Petro, en Medellín.

Medellín es una ciudad estratégica para Colombia y estratégica para la gobernabilidad de Petro, y parece que Quintero, con la revocatoria al cuello, con su soberbia de niño mártir todavía dolido y autosegregado, y con su comportamiento irrespetuoso para Medellín y Antioquia, se está enterrando el cuchillo; el más buido y afilado de todos sus cuchillos.

Porque, definitivamente, ni Medellín quiere a Quintero, ni Quintero quiere a Medellín. Y esto ya lo sabe Petro, el descendiente de florentinos.

Para finalizar, contraria al alcalde Quintero, debo reconocer que la mirada a la historia de la colega de la Academia colombiana Aída Martínez Carreño, fue la de una mujer de la ilustración; una cronista empeñada en construir un relato cercano al progreso de los hombres y del espíritu.

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Redacción Minuto30

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