Con relación a los problemas de contaminación ambiental, desorden atmosférico y cambios climáticos que se vienen presentando en los últimos días, considero que éste no debe ser sólo un tema de moda o de campaña preelectoral, no, el asunto es algo serio, y debe ser tratado con altura y respeto. No se trata ahora de hacer foros, congresos, publicidad o cosas semejantes, lo importante es que cada quien tome conciencia del mal que se está causando al medio ambiente con algunas prácticas poco agradables y muy nocivas. Humildemente, reconozco y acepto que hago parte de una sociedad de consumo, donde el comprar y botar se han ido convirtiendo en hábitos de la cotidianidad, pero, haciendo parte de esta sociedad no puedo negar que pertenezco a una generación pasada, donde las personas, los enseres, las cosas y sobre todo la vida, tenían un valor, no un precio, todo era útil, se tenía claro que para algo serviría aquello que alguien había inventado.

Soy de aquellos que al nacer nos pusieron, sin importar el clima, un gorro de lana, manoplas, escarpines, ombliguero y pañales de tela, ah, mis pañales se lavaban, se planchaban y se usaban de nuevo, no se botaban. Recuerdo que en mi casa todo duraba, muy pocas cosas se desechaban, el reloj de pared siempre estuvo en el mismo lugar, al igual que los muebles, los cuadros, las mesas y las sillas, algo semejante ocurría con los platos, los cubiertos, las ollas, las poncheras, el sartén, la paila, la olleta, el fogón de petróleo y demás trastos, todo duraba. Eran los días en que las cosas se reparaban con el fin de seguirlas usando, para eso había expertos en devolverles la utilidad a los objetos vetustos o desgastados, era usual que por las calles pasara el señor que arreglaba la olla a presión, la licuadora, la máquina de moler y hasta los zapatos, sí, los zapatos se remontaban y se remendaban, no se botaban. También había quien igualmente, comprara la chatarra, los periódicos ya leídos, el cartón y los objetos inservibles.

Como no recordar que las familias vivían por años en una misma casa, se era niño, joven, adulto y, hasta anciano en la misma nomenclatura, en las mismas coordenadas de ciudad. Algo curioso era que en esas casas maternas, grandes, viejas y acogedoras, se guardaba de todo, existía la firme convicción que algún día las cosas se necesitarían, era así como siempre había botones, retazos, alambres, tornillos, palos, y muchas cosas más. Insólito, para mí, pero válido para otros era que también se guardaban cosas inútiles, como el ombligo del hijo recién nacido, un mechón de pelo de su primera motilada, los dientes que arrancaba el ratón Pérez, el primer vestido y un sinnúmero de álbumes de fotografías, sí cada familia tenía su propio museo, su propia historia escrita con objetos.

El plástico, el icopor y toda la gama de objetos desechables no existían, con decir que el carnicero, el revueltero y el tendero, envolvían todo en periódicos o bolsas de papel. Todo era tan natural, tan práctico, que los tarros, baldes y ollas viejas servían de materos, casi nada se botaba. Hoy, por el contrario todo se cambia, todo se bota, otrora las cosas duraban, o mejor, las hacían para durar, hoy casi todo es desechable, triste decirlo pero hasta el amor, los amigos, la hermandad y las familias son desechables, con decir que en las redes sociales aparece un icono en forma de basurero donde se mandan las personas que queremos desechar. Con que facilidad estas nuevas generaciones se acostumbraron a tirar y botar, fácilmente se cambia de carro, de celular, de ropa, de casa, de amigos, nada perdura, todo es pasajero, de corta duración.

Con lo anterior no quiero decir que “todo tiempo pasado fue mejor”, no, no estoy de acuerdo con esa sentencia, pero sí creo que antes las cosas se usaban mejor. No podemos desconocer los estudios del Banco Mundial, los cuales aseguran que el mundo en desarrollo tendrá que enfrentar al 2025 una cantidad de desperdicios que inundarán las ciudades y serán difíciles de manejar. Cada día los rellenos sanitarios son más grandes y las toneladas de basura a enterrar son incalculables. Yo pegunto: ¿de qué sirvieron tantos posgrados en medio ambiente que las universidades inventaron y facturaron en la década de los años 90? ¿Dónde están los ambientalistas y defensores del planeta? ¿De qué sirvió en la escuela tanta campaña de reciclaje?

Cada día los países contaminantes se comprometen menos con el calentamiento global y la calidad del aire que respiramos. Tristemente, los fertilizantes y abonos químicos están secando la tierra, al igual que los cosméticos están resquebrajando la piel de nuestras mujeres, añoro lo natural, mis juguetes de madera como el trompo, la pirinola, la patineta y el carro de rodillos. Alguien me decía que cuando las cucharas eran de palo y las ollas de barro se vivía al natural, nada era artificial. Aunque vivo ligero de equipaje y guardo poco o mejor nada, no me considero desechable, no soy ambientalista, pero me preocupa tanto desechable.

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Redacción Minuto30

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